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Crítica de "El asesino": notas sobre el cinematógrafo ★★★★1/2

Dirección: David Fincher. Guion: Andrew Kevin Walker, según la novela gráfica de Alexis Nolent y Luc Jacamon. Intérpretes: Michael Fassbender, Tilda Swinton, Charles Parnell, Arliss Howard. USA, 2023, 118 min. Género: Thriller.
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La Razón
  • Sergi Sánchez

    Sergi Sánchez

Barcelona Creada:

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Dirección: David Fincher. Guion: Andrew Kevin Walker, según la novela gráfica de Alexis Nolent y Luc Jacamon. Intérpretes: Michael Fassbender, Tilda Swinton, Charles Parnell, Arliss Howard. USA, 2023, 118 min. Género: Thriller.
Nunca estaremos tan cerca de que un cineasta contemporáneo, en el contexto liminal entre el cine de plataformas y el cine de autor, nos cuente su método de trabajo como lo hace David Fincher en “El asesino”. No imaginamos al director de “Zodiac” escribiendo un diario de aforismos, pero su última película podría ser su “Notas sobre el cinematógrafo”. En su magistral libro de estilo, Robert Bresson se confesaba “apasionado por la exactitud”. “Se reconoce lo verdadero por su eficacia, por su potencia”, decía. Lo podría suscribir Fincher, espejado en su alter ego, un sicario sin nombre que, en la primera secuencia de la película, cuenta en off los preparativos para liquidar a su próxima víctima como si fuera aquel carterista que operaba, en un baile de trabajos manuales, en la estación de tren de “Pickpocket”. El Asesino (un Michael Fassbender con absoluto control del gesto: un modelo bressoniano) tiene una misión, que es apropiarse del tiempo de nuestra mirada para que entendamos que el mundo es un castillo de cartas que se desmoronará si su método de análisis de lo real falla. La precisión lo es todo, siempre que uno haga bien su trabajo, obre según un sistema de datos e inflexiones, cree “un código para sí mismo”. Es hermoso que la primera víctima de nuestro asceta sicario esté encuadrada en una ventana. Esa ventana es la pantalla donde los cuerpos se mueven, se convierten en fuera de campo, vuelven a la luz y se desenfocan. La pantalla es la posibilidad de fracasar, y de ahí surge el cine.
La imagen es, según Bresson, “reflejo y reflector, acumulador y conductor”. Así funciona en Fincher, que busca en el montaje lo mismo que el director de “Pickpocket”: “Montaje. Paso de imágenes muertas a imágenes vivas. Todo vuelve a florecer”. En el montaje se busca el ritmo del mundo, un latido que, no por conocido, resulta siempre sorprendente: después de todo, lo que vemos y oímos es la expresión de una subjetividad encarcelada en sus propios mantras, o lo que es lo mismo, en un arquetipo que es puro hueso. En “El asesino”, adaptación de la novela gráfica de Nolent y Jacamon que significa el reencuentro de Fincher con el guionista de “Seven”, el espectador sabe lo que va a ocurrir, porque la trama, que es como un cuerpo aterido de frío, se escribe en la primera secuencia: todo acto tiene sus consecuencias, desatando una venganza implacable que, como un samurái a la antigua usanza, Fassbender, ese lacónico, obsesivo controlador de lo real, ejecutará sin mover una ceja. Hay que crear expectativas para colmarlas, decía Bresson, y eso es lo que hace “El asesino”: el espectador espera algo que se cumple porque su puesta en práctica aspira a una pureza esencial, a saber descartar lo que no aporta sentido, a una belleza armónica que puede confundirse con frialdad metódica. Fincher se pregunta si no podrían ser lo mismo, y la película, que parece una obra menor, se convierte en un ensayo sobre su propio cine, esas “Notas sobre el cinematógrafo” filmadas por alguien para el que rodar y montar es como una operación a vida o muerte.
Lo mejor: Que un thriller seco, austero, minimalista, se convierta en el libro de estilo de un cineasta mayor.
Lo peor: Que su vida en salas sea tan exigua, porque Netflix la está esperando para engullirla en su catálogo.