Crítica de "El cazador de recompensas": un western en el ocaso ★★
Director: Walter Hill. Guion: Matt Harris, W. Hill. Intérpretes: Christoph Waltz, Willem Dafoe, Rachel Brosnahan, Hamish Linklater, Brandon Scott, Benjamin Bratt. Estados Unidos, 2022. Duración: 114 minutos. Western.
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En un artículo publicado en 1959 con motivo de los últimos trabajos de Jean Renoir, Eric Rohmer hablaba de los trabajos tardíos de artistas longevos como Beethoven o Matisse celebrando que, en sus defectos, “estaban menos expuestos a los caprichos de la moda”. Decía que “en un primer contacto desconciertan por su aridez, por su ascetismo, por lo difuso de algunos trazos, por su desorden aparente”. ¿Pertenece “El cazador de recompensas” (cuyo título original, “Dead for a Dollar”, remite al ‘spaghetti-western’ más genuino) a esa categoría de obras testamentarias que sobrevivirán al tiempo gracias a sus imperfecciones? Es difícil decirlo, aunque este crítico piensa que el cine de Walter Hill vivió épocas mejores.
Ni siquiera amparándose en el homenaje a uno de los grandes maestros del western de serie B, Budd Boetticher, al que dedica el filme, parece que la película pueda esconder su pobre acabado formal (ese digital en estado crudo, tan enemistado con las texturas estéticas del género) y su deshilvanado guion en un cierto ánimo crepuscular, cocinado fuera de las exigencias del mercado. Lo cierto es que hay más de la feliz economía narrativa de Boetticher, de la aridez casi abstracta de “Estación Comanche” o “Cabalgar en solitario”, en “The Warriors” o “La presa”, que en “El cazador de recompensas”.
La película parece moverse, algo indecisa, entre la voluntad de desmarcarse del western arquetípico (sin caer en el riff posmoderno) y una cierta pereza dramática. La trama principal centra sus energías en una relación de amor interracial que el malvado de turno quiere hacer pasar por secuestro, y el auténtico rey de la función, el cazador de recompensas que Christoph Waltz interpreta con la socarronería impostada de un sicario que acaba de escaparse de un ‘europudding’, se erige en termómetro moral, distanciado pero al fin y al cabo honesto, de una película que parece suplir su falta de presupuesto con exceso de diálogos.
Ya octogenario, Hill acierta en sus extravagancias (un duelo de látigos) y en crear una vaga sensación de extrañamiento anticlimático, aunque también lamentamos que desaproveche a dos villanos de la talla de Willem Dafoe y Benjamin Bratt. Budd Boetticher decía que había aprendido a hacer cine viendo sus malas películas. Quién sabe si habría aprendido algo viendo “El cazador de recompensas”.
Lo mejor:
Dafoe y Bratt están tan magnéticos en su villanía que les echas menos cuando desaparecen.
Lo peor:
La estética digital no le sienta nada bien a tanto paisaje cegado por el sol.