Sección patrocinada por sección patrocinada

cine

Crítica de "Cónclave": con la Iglesia hemos topado ★★★

Dirección: Edward Berger. Guion: Peter Straughan, según la novela de Robert Harris. Intérpretes: Ralph Fiennes, Stanley Tucci, John Lithgow, Isabella Rossellini. Reino Unido, 2024. Duración: 120 minutos. Thriller.

Noticias de última hora en La Razón
Última hora La RazónLa RazónLa Razón

Hay películas que transcurren en pasillos y escaleras, debajo de balaustradas o en rincones tenebrosos. “Cónclave” es una de ellas: lo que de verdad importa en el relato parece suceder en esas imágenes que captan la habitación sellada del que fuera Papa como un punto de fuga al fondo del plano, fijándose en el largo corredor de mármol que conduce hasta ella. Es en los espacios de transición donde se revelan los secretos y se traman las conspiraciones, donde la Iglesia parece desenmascarar sus estrategias políticas, tan oscuras y siniestras como en tiempos de la Inquisición. 

Son espacios públicos y a la vez elusivos, que fomentan la confesión a media voz o la inmediata ocultación en las sombras de lo privado. En esos espacios se teje la telaraña de una verdad polarizada, que deja para la ceremonia de las elecciones -el cónclave del título- todo el boato solemne del baile de máscaras.

Como en aquellas adaptaciones de novelas de Agatha Christie que nos divertían hace medio siglo -de “Asesinato del Orient Express” a “El espejo roto”, pasando por “Muerte en el Nilo”-, “Conclave” está organizada como un ‘whodunit’ con un Poirot más sabio que las Sagradas Escrituras (aquí el cardenal Lawrence, un Ralph Fiennes en plena crisis de fe), dispuesto a descubrir qué le rondaba por la cabeza al Papa cuando la muerte le sorprendió a destiempo. 

Edward Berger toma prestado de aquellas películas detectivescas el placer por los secundarios de lujo, por los actores invitados a robar escenas con unas cuantas réplicas bien colocadas (aquí hay donde escoger, y en registros muy distintos todos tienen su momento: Sergio Castellito, expansivo; Lithgow, inquietante; Tucci, austero; Rossellini, severa), y se olvida del sentido del humor que las atravesaba. Es el principal problema de “Cónclave”: que la solemnidad de la puesta en escena de Berger, en exceso marcada por la fascinación que parecen ejercer en él los escenarios del Vaticano, no se corresponde con el desarrollo de la trama, cada vez más delirante (atención a su sorpresa final, que no tiene desperdicio).

Puede que la película quiera utilizar las intrigas palaciegas de la institución eclesiástica como metáfora política, con un bando de cardenales progresistas, dispuestos a avanzar en los valores de la diversidad y la tolerancia, y con otro definitivamente reaccionario, próximo a esa extrema derecha que nunca votaría a un Papa africano. 

Ninguno de los clanes se libra de la corrupción, y, en ese sentido, “Cónclave” parece tomar partido por los idealistas, por los que aún creen que existe una ética más allá de la ambición y la lucha por el poder. Quizás entonces el filme se alinearía con una tradición muy enraizada en el cine americano, que va de Capra a Lumet, si Berger fuera capaz de decidirse por qué película quiere hacer: si el thriller político serio y comprometido, de sólido andamiaje y más sólidas interpretaciones, o bien el divertimento de prestigio, el equivalente a la literatura de aeropuerto de tapa dura.

Lo mejor: 

Los actores y la fascinante descripción de los rituales vaticanos.

Lo peor: 

Le falta el sentido del humor de los thrillers corales y novelescos que parece evocar.