Cargando...
Sección patrocinada por

Estreno

Crítica de "El segundo acto": el discreto encanto de la realidad (virtual) ★★★★

Dirección, guion y fotografía: Quentin Dupieux. Intérpretes: Léa Seydoux, Vincent Lindon, Louis Garrel, Raphaël Quenard, Manuel Guillot. Francia, 2024. Duración: 80 minutos. Comedia.

Un fotograma de "El segundo acto" Imdb

Parece que, últimamente, Quentin Dupieux está preocupado por el peso mediático de la celebridad, por la responsabilidad moral de los actores, por el acto performático de nuestras vidas en un contexto cada vez más similar a un juego de simulación algorítmico, ahora construido a imagen y semejanza de la realidad gracias a la inteligencia artificial. En títulos como “Yannick”, “Daaaaalí” o, en este caso, “El segundo acto”, su tendencia hacia la metaficción se hiperboliza, adelgazando hasta tal punto la línea argumental que el relato queda reducido a un movimiento, un espacio, unos intérpretes, una estrategia de simetrías y disensiones que pone en conflicto al actor con el personaje que interpreta, pero también con el imaginario que encarna, la carga extratextual con la que el espectador debe discutir.

Mientras tanto, por el camino Dupieux deja las migas de la cultura de la cancelación, del discurso ‘woke’, del #metoo, de la amenaza de la virtualidad algorítmica, para que no le perdamos la pista, pero lo que en verdad le importa es la dimensión lúdica del cine. Es sano que, en la cuna del cine de autor, que siempre se ha tomado tan serio a sí mismo, haya alguien que tire por la borda las medallas, la pedantería, la prepotencia, para reivindicar lo que tiene de juego todo acto creativo.

No es extraño, pues, que la sombra de Buñuel sea alargada, especialmente la de “El discreto encanto de la burguesía”, película que también parecía disociarse en bucle entre diversos movimientos -aquí evocados/homenajeados en los largos travellings por parejas en la carretera- y una secuencia estática alrededor de una mesa, que no terminaba nunca -aquí boicoteada y, por tanto, repetida en eternas variaciones sobre una botella de vino que se derrama.

Se trata de hacer cine dentro del cine, un poco como una versión de “La noche americana” que se cachondea del capitalismo de plataformas, de manera que el espectador nunca esté seguro de si está viendo la película que filma Dupieux, la película dentro de la película o esa broma pesada perpetrada por un ente superior que también nos incluye en sus plegarias. Su ironía -y la de sus espléndidos actores, que interpretan avatares aberrantes de sí mismos- es una delicia, un “Seis personajes en busca de autor” para adictos a la era del simulacro.

Lo mejor:

Detrás de su aparente frivolidad, en Dupieux hay un severo, riguroso formalista.

Lo peor:

Sus bromas a costa del #metoo y la cultura de la cancelación pueden ser malinterpretadas.