Damien Hirst, un parto (repetido) de cinco años
No busquen competir con Damien Hirst para ver quien los tiene más grandes. Si de mercadotecnia se trata siempre gana el mismo, él.
Creada:
Última actualización:
No busquen competir con Damien Hirst para ver quien los tiene más grandes. Si de mercadotecnia se trata siempre gana el mismo, él.
No lo intenten. No busquen competir con Damien Hirst para ver quien los tiene más grandes. Si de mercadotecnia se trata siempre gana el mismo, él. Por algo se le ha encumbrado a mejor artista en estos temas, los de venderse y crear expectación..., aunque luego no se pase del gatillazo. Pero ya saben que «para gustos, los colores». Donde no quedan dudas de su arte es en esos horizontes en los que se vislumbra el parné, hacia allá caminará el británico seguro, porque tonto tampoco es. Así lo ha demostrado, una vez más, en el 90º aniversario del señor Mouse del pasado domingo –Disney, una apuesta segura–, al que ha sumado su apellido con el diseño de una edición limitada de relojes para Swatch, que quede constancia del pagador. Es la versión más amable del también empresario y coleccionista que ha desarrollado su carrera rodeado, entre otros, de calaveras con más diamantes de los que puedan imaginar –8.601–, de una pareja vacuna –madre e hijo– separada literalmente por la mitad y de un tiburón conservado en formol que, tras cinco meses, resultó ser tóxico –pues estuvo irradiando gases contaminantes por las salas de la Tate londinense a sus anchas–. Cada vez que parecía morir artísticamente, la obra de Hirst renacía cual Ave Fénix con una pieza que la disparaba, de nuevo, a la primera línea. Eso sí, en un formato más grande, más brillante, más caro o más bestia que nunca. Proyectos que suelen acarrear dos fijos: la firma, la suya, claro, y la polémica, de todo tipo. De acusaciones de plagio a escandalizar a toda una comunidad. La última resulta ser la misma que hace cinco años, pero aquí nos tiene tecleando el «déjà vu» y todavía sin saber cuánto supuso el despropósito para el bolsillo ejecutor. Se puede hablar del suyo como el parto más largo –y grande– de todos los tiempos, para desgracia de la paciente de Wang Shi –una mujer china que, por fin, dio a luz después de 17 meses, según avala el Libro Guinness–. Lo que ahora logra Hirst es que ese espermatozoide gigante que situó a las puertas del entonces futuro hospital de Sidra de Doha (Catar) y que fecundó el también gigante óvulo se convierta un lustro –y 12 piezas– después en un «bebazo» de 14 metros de altura... Serán cosas de la prolongada gestación. Es decir, «El viaje milagroso»
–como se llama la obra de 216 toneladas de bronce– que instaló el artista en 2013 y que fue tapado/censurado tras la controversia por mostrar figuras humanas en territorio islámico –«para no dañar los fetos durante la construcción del hospital», justificaron la medida– resucita, ya con el centro terminado, para volver a poner a su autor en los titulares. «La primera escultura desnuda de Oriente Medio», decía el británico, siempre bajo el amparo del emir: «Hay un verso en el Corán sobre el milagro del nacimiento, así que no es una obra contra nuestra cultura o nuestra religión», defendía Sheikha Al Mayassa
–hermana del «jefe» y presidenta de los Museos de Catar–.