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«Don Carlo» rompe su maleficio

De Verdi Voces: J.Bros, J.Relyea, A.Ódena, K.Kemoklidze, L.O.Faria, S.Orfila, S.de Munck, A.Toledano, G.López. Orquesta y Coro de la Comunidad de Madrid. Dir. escénica: A. Boadella. Dir. musical: M.Valdés, Teatro San Lorenzo de El Escorial, 25-VII-2015.
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No ha sido nada fácil la andadura de «Don Carlo» en El Escorial, lugar con el que en realidad guarda poca relación, ya que el infante murió a los seis años de comenzar la construcción del monasterio, a la que, eso sí, Felipe II se refiere –«Dormiré solo en la cripta del Escurial»– en una de las más célebres arias de todo el repertorio para bajo. De ello se hablará en la mesa redonda programada el lunes en el teatro. También de cuántas veces se ha intentado fallidamente representar en la villa por la negativa de instancias superiores. Pero, ya en 2015, laspresencia en las funciones de los Reyes, padre e hijo, permite abrir un camino hasta ahora cerrado. Y desde este punto de vista, de segunda piedra, tras la primera de Muti en el concierto en la inauguración del teatro en 2006, es como hay que juzgar el espectáculo ofrecido en una villa en la que, a trancas y barrancas, se intenta hacer música con un presupuesto ridículo.
Toda ópera se basa en una partitura, genial en este caso; un texto que aquí convirtió en realidad unos hechos ficticios al lograr trasladarlos a la literatura y a lamúsica y, a través de ambos, al bagaje popular. También en un tercer componente visual, con el que Boadella juega para plantear la lectura más «española» de cuantas se han ofrecido años ha, intentando desbaratar la leyenda negra. Su trabajo denota amor por la obra musical y seria profundización en la misma, si bien aún cabe más en esta exploración. El detalle de los niños al inicio permite recordar lo que sucede en el eliminado primer acto de Fontainebleau; los cuadros del Bosco y Tiziano o los jardineros cuidando flores ayudan a mostrar a un Felipe II menos espiritual del habitual, si bien la figura del monarca no acaba de redondearse por la insulsa actuación del bajo John Relyea, de buena voz y presencia, que justo sobreactúa en el momento en que mayor contención se precisa: el de la gran aria. Excelente trabajo en cambio el de Boadella con José Bros para conformar un Carlo disminuido mental y físicamente, absolutamente contrapuesto a la visión habitual del personaje. El tenor ha tenido que medir cuidadosamente sus fuerzas y realiza un trabajo admirable tanto escénica como vocalmente, sabiamente valorado al final por el público, más aún considerando que su voz no es en principio la más adecuada para un papel que el gran tenor Mario del Mónaco –hoy celebramos su centenario– jamás cantó en su vida, ni siquiera ante la propuesta de Karajan, porque «uno se pasa cuatro horas desgañitándose, sin un auténtico aria, para que finalmente triunfen siempre los demás».
Una Éboli de lujo
Montaje analítico, minimalista, con un rico y vistoso vestuario de época, no exento tampoco de fallos como el de Posa, quien por cierto se figura como «enamorado» de Carlo, a quien llega a besar y que Angel Ódena incorpora con calidad. También Simón Orfila, un lujo como fraile, y Luis Ottavio Faria como Gran Inquisidor, casi llegándose a contrastar las gravedades de rey y sacerdote en su bellísimo dúo. La soprano lírica Virginia Tola ha mejorado mucho, se reserva para ese último acto con aria y dúo, en los que hizo filados y pianos de nivel. Pero, como suele suceder cuando hay una buena artista, Éboli se llevó el gato al agua y Ketevan Kemoklidze bordó los cuatro minutos del «O don fatale» y además lució personalidad.
Boadella mezcló las versiones italiana y francesa, cortando grandes concertantes del auto de fe y el final de la escena de la prisión, al que en cambio incorporó el «lacrimosa». Quiso tener a su lado a un maestro musical cómodo y lo obtuvo con Maximiano Valdés. «Don Carlo» es coral y orquestalmente un gran Verdi. que precisa conjuntos de enorme nivel y esta vez el foso de El Escorial, a pesar de su indudable dignidad, no es –ni podemos pretender que sea– el de los grandes teatros del mundo que visitamos algunos críticos.Verdi escribió a su editor Ricordi: «Todo mi Don Carlo es falso». Boadella no destruye la leyenda negra sino que intenta matizarla y el final de la obra es clave tanto en sus deseos como en las dificultades que encuentra. «Yo quiero un doble sacrificio» exige Felipe II y contra este texto poco puede hacerse. Sí se ha hecho camino al andar: «Don Carlo» ha superado su maleficio escurialense y ahora es cuestión de avanzar hasta lograr que se haga realidad alguna propuesta similar a las que sobrevolaron años ha, como la del film de Zeffirelli y Bernstein o la de Maazel con la Filarmónica de Viena. Avancemos.

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