¿Dónde se esconde el mal en el siglo XXI?
Krystian Lupa y Lukasz Twarkowski cierran el Festival de Otoño con dos propuestas en las que intentan combatir a la ultraderecha y las mentiras.
Creada:
Última actualización:
Krystian Lupa y Lukasz Twarkowski cierran el Festival de Otoño con dos propuestas en las que intentan combatir a la ultraderecha y las mentiras.
Krystian Lupa (1943) y Lukasz Twarkowski (1983), gran maestro y discípulo. Polacos ambos, visten de negro riguroso en sus respectivas citas. El primero, espera «cansado», dice, en el salón de la «suite»; el otro, ansioso por tomar un café que no encuentra en la recepción de su hotel, así que saldrá corriendo a la cafetería más cercana a por él. Diez años trabajando juntos han hecho que el que fuera «aprendiz», define Lupa, ya se haya hecho mayor y debute en Madrid como solista. Aun así, a Twarkowski le cuesta encontrar similitudes del que fuera su ejemplo: «Viendo nuestro teatro, la gente diría que es muy distinto, ni siquiera afirmarían que existen similitudes».
Son los dos rostros que cierran la 36ª edición del Festival de Otoño de este año y lo hacen con unas propuestas que, de primeras, dan fe de esas diferencias. En «Ante la jubilación» (de hoy al 16 de diciembre en el Teatro de la Abadía) Lupa apuesta por el texto de Thomas Bernhard (1931-1989) y por una escenografía más purista; enfrente, el llamado a ser la continuidad del teatro del Este desafía lo tradicional y propone un «Lokis» (sábado y domingo en la Roja de los Teatros del Canal), de Prosper Mérimée (1803-1870), remozado con aires cinéfilos y mezclado con otras dos historias que lo acercan en el tiempo. «Es una persona que no se paró en lo que aprendió conmigo, sino que siguió desarrollándose y eso es lo que le hace que siempre tenga futuro», aprueba la voz consagrada, formada con lo mejor de la tradición polaca: Swinarski y Kantor.
Vuelve Krystian Lupa a la capital, y lo hace con el «caso Filbinger» –real– como reivindicación de sus propios miedos: «Dada la situación en mi país, es realmente difícil mantenerse optimista, ni siquiera “optimista utópico” [como le denomina la crítica]. Nos estamos enfrentando al riesgo de que pueda ocurrir una catástrofe», explica en relación a la crecida de la ultraderecha en Polonia.
«Caso Filbinger»
Es el paralelismo que el director hace con una pieza en la que su protagonista, Hans Filbinger, es un comandante de un antiguo campo de concentración que, después de permanecer oculto durante un tiempo, se convierte en juez y, posteriormente, en político, lo que le obligará a rendir cuentas: «La imagen que sirve para definir la hipocresía que se conserva dentro del ser humano. Tenemos miedo a exteriorizar determinados contenidos. No ocultamos y eso nos lleva a la falsedad y la negatividad, en lugar de conducirnos al conocimiento de nosotros mismos», continúa Lupa de una pieza que se sitúa entre Austria y Alemania. «Podría ser cualquiera de los dos, pero siendo austriaco, Bernhard nos muestra cómo permanece el nazismo en su país, que todavía no ha reconocido su culpabilidad en la II Guerra Mundial. No ha pedido perdón y ha salido de rositas», reivindica en unos tiempos en los que «las ideologías han muerto. Los políticos fingen que defienden unas ideas porque se lo exige el sistema, pero cuando se les pregunta o no saben contestar o salen con mentiras rutinarias», cuenta un hombre de respuestas largas que mantiene la mirada fija en la mesa.
Una visión que Lupa define como «demasiado pesimista», pero que intenta justificar por referirse a sí mismo como «una persona que está fuera del mundo en el que vive. Aunque puede que, como he envejecido, ya no sea representativo del pensamiento actual», se lamenta a la vez que intenta huir de ese sambenito del «pesimismo»: «En realidad nunca lo he sido, siempre intento sacar motivos para creer en un desarrollo positivo. Usando términos del catolicismo, de salvación. Pero creo que el arte tiene que llevar a las personas por zonas oscuras como los sueños, que son una especie de entrenamiento en el que nos medimos con los peligros que nos acechan». Por eso, para el director, el arte no debe prometer en vano, «no engañar a la gente y decirles que tienen razón o que son héroes. El arte, como el drama antiguo, tiene que llevar a las personas a través de la oscuridad y ofrecer, al menos, un camino por el que salir, y si no, una orientación, una posibilidad de reconocer, de entender sus propios errores».
En «Ante la jubilación» nadie quiere reconocer que está en el lado del mal y, por eso, el trabajo de actores y director se ha volcado en «intentar entender a los mismos que condenamos, aunque ello no pretenda justificarlos. Y Bernhard nos ayuda a comprender que ese mal que descubrimos en otros está también en nosotros», cierra.
El lado más bestia
Exactamente lo mismo que afirma Twarkowski cuando se le pregunta dónde está hoy el mal: «En cada persona». Es la diferencia que el director polaco hace con Mérimée, «él creía que estaba en la bestia, en el lado animal de cada uno». De ahí que dentro de la novela sea el hombre-lobo el símbolo de los impulsos más primitivos del ser humano, incontrolables para el protagonista. Historia que Twarkowski adereza con las de Vitas Luckus, un fotógrafo lituano que se tiró por la ventana después de haber matado a un amigo de su esposa, y Bertrand Cantat, ex líder de la banda de rock Noir Désir, que en 2003 asesinó a puñetazos a su pareja. Tres puntos en los que nunca se sabrá al 100% qué pasó: «El drama de Mérimée representa el paradigma del siglo XIX en el que todo lo incomprensible del ser humano pertenecía al mundo animal. Por eso, los asesinatos se atribuyen a la bestia que tenemos dentro. Somos mentirosos por naturaleza y más hoy, que es difícil hablar de una verdad absoluta por estar en un mundo que cada vez es más irreal y en el que la verdad ya no constituye un criterio».