«El cochecito»: historia de un atropello de la censura
La Filmoteca proyecta mañana esta comedia negra dirigida por Marco Ferreri y guionizada por Rafael Azcona con el final original y tremendista que la Junta de Clasificación obligó a cambiar por uno feliz.
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La Filmoteca proyecta mañana esta comedia negra dirigida por Marco Ferreri y guionizada por Rafael Azcona con el final original y tremendista que la Junta de Clasificación obligó a cambiar por uno feliz.
Marco Ferreri y Rafael Azcona eran dos tipos que desayunaban vitriolo. No podían evitar echar un punto de ácido sobre la realidad y, si la cosa se terciaba, arrojarla en brazos de lo grotesco, deformarla para explicarnos la España que vivían, que vivieron. Juntos, el italiano como director y Azcona como guionista, realizaron especialmente cuatro filmes («El pisito», «El cochecito», «La gran comilona» y «No tocar a la mujer blanca»), ninguno de los cuales dejó indiferente a la censura o a los bienpensantes. La España franquista, que podía dejar pasar cierta cantidad de veneno en sus pantallas (a veces por la pericia con que los creadores escondían el corrosivo), no vio con buenos ojos a esta pareja que echó a andar de la mano en el cine a finales de los 50. Una de las cintas más controvertidas fue «El cochecito» (1960), a la que directamente se le prohibió el final, lo que obligó a Ferreri y Azcona a edulcorar la conclusión. «Ferreri ya sabía que se lo iban a quitar, pero aun así lo rodó, y de hecho con él se estrenó en Italia», explica Carlos Reviriego, director de programación de la Filmoteca Española. De Italia, del Centro Sperimentale di Cinematografia de Roma ha viajado hasta Madrid una copia de 35mm «en muy buen estado» que permitirá proyectar por primera vez en España, mañana y el próximo 21 de septiembre, la versión no censurada de «El cochecito», una de las grandes comedias negras de nuestra historia.
No se sabe con certeza qué trajo a Ferreri a España. Probablamente las ansias de hacer cine (ya había producido alguna película en Italia), y su forma de entrar en la industria habría sido como distribuidor de Totalscope, una especie de copia barata transalpina del Cinemascope americano. El estudioso Luis Deltell, de la Universidad Complutense, lo ve como un «aventurero y un auténtico hombre para todo en el cine». En España funda Albatros Films y echa el ojo a un chico riojano que trabaja en la revista satírica «La codorniz» y había publicado una serie de libros satíricos. Se llama Rafael Azcona y pronto recibe la llamada del italiano. Ferreri quería no solo adaptar sus libros a la pantalla sino que el escritor realizara los guiones. La colaboración arranca de la peor manera posible, ya que la censura interviene con cada proyecto que presentan: «Nene, los muertos no se tocan» (que en 2011 dirigió finalmente José Luis García Sánchez) y «Un rincón para quererse». Ninguna de las dos llega a rodarse y Azcona se despide con cajas destempladas de Ferreri: «Ma va fanculo». Pero pronto están de nuevo trabajando juntos, esta vez con mayor fortuna. En 1959 logran estrenar «El pisito», comedia negra basada en un caso real en la que un hombre se casa con una anciana para poder hacerse a su muerte con el apartamento que le alquila. «Lo más sorprendente del realismo cruel de esta cinta es lo desmedido de dicha crueldad», opina Deltell. Esa fiereza será marca del binomio Ferreri-Azcona y no gustará nada a la Junta de Clasificación y Censura. Gracias a Deltell accedemos al demoledor informe del censor Eduardo Moya: «Resulta increíble que se pueda urdir un tema tan absurdo, tan estúpido y tan repugnante. Todo es un engendro difícil de igualar». Con todo, el éxito en el Festival de Locarno, permite que se mantenga en cartelera. Y que la pareja de creadores dé un paso más con «El cochecito».
La historia, extraída de un relato de Azcona, es de nuevo de traca: el anciano don Anselmo (interpretado por el gran Pepe Isbert) se siente desplazado en su grupo de amigos porque no tiene un coche motorizado de inválido; en realidad, no lo necesita para moverse, pero se obsesiona con conseguir uno y para ello se desprende de objetos de valor, pero su familia se niega a prestarle el dinero que necesita para poder hacerse defintivamente con el coche que le han dejado en arriendo; finalmente concibe envenenarlos y quedarse con el dinero... y el cochecito. Azcona le había propuesto a Luis García Berlanga (con el que arrancaría poco después una relación crucial para el cine español) adaptar esta obra, pero el director no veía suficiente intriga en dicho material. Ferreri sí quiere hacer una película con ello y, de hecho, la cinta se rueda. El problema viene nuevamente de parte de la censura: aquel desenlace nihilista, crudelísimo, con don Anselmo mirando por la ventana cómo las ambulancias se llevan a sus familiares envenenados y poniendo tierra de por medio con su cochecito, es improyectable. «Era muy tremendista para la época –señala Carlos Reviriego–. Claramente, la censura lo retiró para no convertir la película en una comedia absolutamente macabra y negra, y que el final fuese más positivo o ambiguo en vez de con ese pesimismo tan desasosegante y desesperanzador».
Ferrari ya sabía que no «colaría» y por ello había rodado otra versión (la que se ha visto desde entonces en España) en la que don Anselmo llama a su familia desde una bar y éstos, que se han librado milagrosamente del veneno, le perdonan y le urgen a volver a casa. En realidad, la versión que proyectará la Filmoteca difiere en apenas unos segundos y escasos planos. «No es muy sustancial a nivel de metraje, pero sí de significado», opina Reviriego. Tanto que la carga vírica queda desactivada al no haber parricidio múltiple. Ello afecta además a la interpretación de la magistral e icónica secuencia final en la que don Anselmo es detenido en su cochecito por una pareja de la Guardia Civil en un páramo cercano a Madrid. En la versión estrenada en nuestro país, la Benemérita, sobre aviso de la desaparición del anciano, lo custodia de regreso a casa tras una leve reprimenda: «Estas cosas se hacen a los 15 años». En la versión censurada, los agentes, conocedores ya del crimen, lo detienen para llevarlo a prisión, mientras don Anselmo pregunta: «¿Me dejarán tener el cochecito en la cárcel?».
Este asesinato tan absurdo, por parte de un anciano entrañable que nos conquista desde la primera toma encerraba toda una fe de época, la sensación de extrañamiento y apartamiento del mundo de un país que estaba saliendo de la autarquía y aspiraba al «cochecito» que todos tenían. «Los personajes de ''El pisito'' y ''El cochecito'' son hombres atrapados y desesperados, pero con alguna esperanza y alguna posibilidad de triunfo –explica Deltell–. El segundo concluye de forma más deprimente ya que don Anselmo es capturado por la Guardia Civil, pero al menos durante unas horas el anciano es feliz y plenamente libre y veloz». Bajo este prisma, nada más lógico para la censura franquista que aplicar la tijera y promover una especie de «happy ending» entre las partes. Más desconcertante resulta la censura anecdótica del principio del guión, cuando, mientras el protagonista pasea por las calles de Madrid sorteando todo tipo de peatones, obras y coches, se cruza con un grupo de obreros que portan inodoros mientras silban la Marcha del Río Kwai. Esta melodía castrense popularizada por la cinta del año 57 fue solapada con la sintonía de los títulos de crédito. Por cierto que, con eso y con todo, «El cochecito» logró el premio Fipresci en la Mostra de Venecia. El cine español aceleraba en Europa.
Film59, una aventura arriesgada
El productor de «El cochecito» fue Pere Portabella, una figura que, con su firma Film59, de breve pero intenso recorrido, participó en la renovación del cine español en sintonía con los postulados que se habían bosquejado en las Conversaciones de Salamanca organizadas por Basilio Martín Patino en 1955. La primera cinta que Portabella lanzó al mercado fue nada más y nada menos que «Los golfos», de Carlos Saura, el primer golpe seco del neorrealismo en España y que tuvo una gran resonancia en el Festival de Cannes, lanzando la carrera del aragonés. «El cochecito» fue su segunda producción, mientras que la tercera y última, Palma de Oro también en Cannes, fue «Viridiana», erradicada de España por la censura y de la que se logró salvar una copia camino a México. También «Los golfos» fue víctima de la tijera. En realidad, nada que saliera de la productora de Portabella estaba bien visto por la Junta de Clasificación, lo que convirtió en insostenible la situación de Film59, que tuvo que echar el cierre.