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“El crimen de Cuenca”: y la libertad de expresión ganó la partida

El documental “Regresa El Cepa”, presentado en el Festival de Málaga, rememora el secuestro militar de esta cinta rodada hace 40 años en plena Transición y el encausamiento de su directora Pilar Miró.

«El crimen de Cuenca» llevó a la pantalla unos hechos ocurridos a principios del siglo XX en los municipios de Tresjuncos y Osa de la Vega (Cuenca)
«El crimen de Cuenca» llevó a la pantalla unos hechos ocurridos a principios del siglo XX en los municipios de Tresjuncos y Osa de la Vega (Cuenca)larazon

El documental “Regresa El Cepa”, presentado en el Festival de Málaga, rememora el secuestro militar de esta cinta rodada hace 40 años en plena Transición y el encausamiento de su directora Pilar Miró.

Hay muchas películas que pueden darnos el tono de lo que fue la Transición: desde lo sentimental («Asignatura pendiente») a lo político («Siete días de enero») pasando por lo social («Deprisa deprisa») y hasta lo jocoso («Los bingueros»). Pero si existe una cinta que, más allá de su temática (de hecho, rememora un caso de 1913), respira Transición, expresa todo aquel magma de miedos y esperanzas de la naciente democracia y ejemplifica la complicada lucha por la libertad de expresión a pocos años de la muerte de Franco, ésa es «El crimen de Cuenca», de Pilar Miró. La primera película «secuestrada» en el nuevo régimen del 78 y todo un paradigma del combate sordo (y a veces no tanto) del poder civil frente al aparato militar.

Gonzalo Miró apenas tenía unos meses cuando la película de su madre pudo estrenarse tras un largo periplo judicial: «“El crimen de Cuenca” es una película de obligado visionado –opina para LA RAZÓN–. No soy objetivo porque para mí tiene un componente emocional importante, aún me emociono cuando veo u oigo a mi madre [murió en 1997]. Pero el momento actual que vivimos se puede entender un poquito mejor viendo el documental “Regresa El Cepa”». El filme de Víctor Matellano, presentado en el Festival de Málaga, repasa con imágenes de archivo, documentos oficiales de la época y testimonios de amigos y colaboradores de la cineasta, toda la controversia generada por una película que mostró de forma explícita las torturas de la Guardia Civil.

Pero, ¿cómo la narración de un caso de principios del siglo XX pudo soliviantar a la jerarquía militar de la Transición? La historia real en la que se basa el filme relata la desaparición de El Cepa en 1910 en Osa de la Vega. Dos pastores tenidos por izquierdistas fueron acusados de darle muerte para robarle las ovejas. El cacique local forzó su detención y tras largas sesiones de tortura en los calabozos (la llamada «celda del lorito» de los juzgados de Belmonte) Gregorio Valero y León Sánchez se autoinculpan. Tras años de prisión, El Cepa reaparece y se desmonta el presunto crimen y la injusta condena.

Denuncia de la opresión

Miró se sumó al guión de Lola Salvador y Juan Antonio Porto para denunciar el régimen de opresión vivido en España y los métodos expeditivos de la Benemérita. La productora aspiraba además a amortizar a la española el éxito de la reciente «El expreso de medianoche». El rodaje despertó los recelos del arzobispo y el alcalde de Cuenca, que no querían que el crimen manchara la imagen de la localidad, pero se llevó a cabo sin problemas en Belmonte. El actor José Manuel Cervino «padeció» numerosas torturas en la ficción: la «rueda», consistente en un círculo de personas apalizando al reo, y otras que consistían en colgarlo boca abajo o tirarle de las uñas. «Para mí, es mucho más importante que las secuencias de tortura lo que eso significa, cómo se puede degradar y humillar a una persona, llegar a convertirla casi en un animal», confesaba Pilar Miró.

Una vez montada, en el propio equipo y en todos aquellos implicados en la cinta cunde la idea de que se trata de un material altamente sensible. La violencia explícita de la Guardia Civil (aún en un caso de décadas atrás) puede ofender a muchas partes. «Cuando mi madre quiso contar esta historia había gente que quería aún controlar qué había que contar o no al espectador. Ésas eran las consecuencias de que el fascismo muriese en una cama y nadie terminase con él», añade Gonzalo Miró. La limpieza de la Benemérita está en entredicho en aquellos primeros años de la democracia y el país es un hervidero de problemas: ETA, ruido de sables, ataques entre fascistas y grupos de extrema izquierda...

«El crimen de Cuenca» llega en el peor momento y paga el pato de un contexto extremadamente delicado. El 22 de noviembre de 1979 la cinta queda registrada en el Ministerio de Cultura. El fiscal considera que no hay nada delictivo en lo que se muestra. Pero Cultura deriva una copia a Interior, que a su vez informa a la Guardia Civil sobre los sensibles rollos 3 y 4 de la cinta. El fiscal actúa esta vez y se dicta un proceso contra la película y Pilar Miró por la Justicia militar. En el auto 33/80 se dicta, a solo dos días del estreno, «el secuestro del original y todas las copias». La película no puede de ninguna manera ir a los cines. Se trata del primer caso de censura de la democracia y rápidamente se convierte en un debate nacional. En los cines, «Polvos mágicos», una pieza de destape con Alfredo Landa, releva a «El crimen de Cuenca», que viaja en medio de la polémica al Festival de Berlín pero que, misteriosamente, no logra ningún premio.

Trámites acelerados

Para Adolfo Suárez, a quien le hacen llegar una copia a la Moncloa (en los numerosos pases privados en el mundillo del cine y la intelectualidad, toda la «intelligenzia» española ha visto ya la película), es un asunto delicado: no puede airar a los militares pero tiene claro que hay que acelerar los trámites para modificar la Ley de Jurisdicción Militar y pasar lo tocante a delitos de injurias y todo lo que atañe a la libertad de expresión al ordenamiento civil.

A principios de 1981, el año clave por antonomasia de la Transición, la vida de Pilar Miró es un torbellino: está encausada por el Código de Justicia Militar, siendo ella, mujer y militante socialista, la única del equipo a quien se somete a esta prueba; el 13 de febrero nace su hijo Gonzalo y diez días después el coronel Tejero entra pistola en mano en el Congreso. Sus disparos resuenan en muchas casas de Madrid. Pilar sabe que está muy expuesta, que figura en las listas de los golpistas como elemento que «neutralizar»: «Vivió todo aquello con muchos miedo y preocupación. La gente le decía que se fuese del país –explica su hijo–. Ella no entendía que tras morir Franco todavía no se pudiese contar una historia real, que ni siquiera era ficticia y que estaba basada en hechos probados».

Tras el 23-F, con el cambio del Código Militar, el caso de «El crimen de Cuenca» pasa al Contencioso-Administrativo, que sobresee la causa contra Pilar Miró. Paralelamente se levanta el secuestro de la cinta. En los cines resulta un éxito descomunal: recauda 427 millones de pesetas y es la más vista del año, por encima de «Indiana Jones» y «Superman 2». La libertad de expresión gana la partida.

Pilar Miró: la mujer que quería ser querida (y no se dejaba querer)

Pilar Miró fue una mujer de carácter. «Era una personalidad complicada», señala Mercedes Sampietro. Tan amigable como cortante, «clamaba porque la quisieran pero no se dejaba querer», recuerda la maquilladora de «El crimen de Cuenca». Es uno de esos personajes imprescindibles de la Transición y, según su hijo, Gonzalo Miró, el secuestro de la cinta y su causa judicial «sirvieron para hacerla más fuerte y entender que había muchas cosas que tenían que cambiar.

Por eso se dedicó al cine, para contar historias que sirvieran para cambiar las cosas». «Las cosas hay que ponerlas en su contexto y mi madre empezó a trabajar en televisión en los 60 –explica Miró–. Era un mundo de hombres en el que no se concebía que una mujer tuviera ni siquiera la meta de poder hacer cine. Para llegar a eso se tuvo que abrir paso. Es imposible que si no hubiera tenido el carácter que en ocasiones le achaca, hubiera llegado tan lejos.

Eso no significa que no fuese una persona muy sensible, que es algo que sé por propia experiencia. A pesar de sus problemas cardíacos, dirigió RTVE y creó una decena de películas, entre ellas «El perro del hortelano» y la intimista y confesional «Gary Cooper que estás en los cielos». Fue madre soltera y murió a los 57 años.