El «no» de Franco a Pío XII
Mucho se ha escrito sobre La relación entre la iglesia y el régimen. Lo cierto es que Franco separaba los intereses que consideraba beneficiosos para la causa de su fe católica
Franco en sus tiempos de África no era un hombre especialmente religioso, pero el carácter de persecución religiosa que tuvo la Guerra Civil levantó un enorme fervor creyente entre la mayor parte de la población del bando sublevado.
Franco en sus tiempos de África no era un hombre especialmente religioso, pero el carácter de persecución religiosa que tuvo la Guerra Civil levantó un enorme fervor creyente entre la mayor parte de la población del bando sublevado. La matanza indiscriminada de miles de curas y monjas, sin lugar a dudas, acentuó la conciencia religiosa de muchos españoles y entre ellas la de Franco.
Resulta innegable que en la insurrección cívico militar del 18 de julio de 1936 tuvo un importante peso la sangrienta persecución que sufrían los católicos por el Frente Popular. Si muchos militares y falangistas se sublevaron para evitar la victoria del comunismo en España, hubo otra parte de la población española que se sumó al alzamiento para defender su libertad religiosa.
Durante toda la guerra Franco viajó al frente con la reliquia del brazo incorrupto de Santa Teresa, verdadero talismán en los tres años que duró la guerra.
A lo largo de cuatro décadas Franco, como cabeza indiscutible de su régimen, se apoyó fundamentalmente en cuatro grupos políticos, familias en el argot del franquismo, que serían la base de su gobierno: el Ejército, la Falange, los católicos de la ACNdP y el Opus, y los tecnócratas reclutados entre los cuerpos más cualificados de los funcionarios del Estado.
La presencia importante de los católicos, junto a la firma del Concordato de 27 de agosto de 1953 y el encomendar la educación de buena parte de los españoles a la Iglesia, ha sustentado la idea de una desproporcionada influencia de la Iglesia Católica en el régimen y sobre el propio Franco.
Católico convencido, a pesar de su clara fidelidad a los dictados de la Iglesia de Roma, nunca olvidó que los intereses de España, de su España, no tenían ni podían estar supeditados a las directrices e intereses de Roma. La Iglesia Católica ordenaba en materias de fe de forma incuestionable para un católico, al ser el Papa, sus obispos y cardenales los herederos de Pedro, pero existía otra parte en los deseos de Roma y del Primado de España que eran parte de la política mundana a la que el Jefe del Estado español no tenía porque obedecer. Franco nunca dejo a los curas «curear» en lo referente a su gobierno, siendo esta una de las cuestiones más desconocidas del franquismo y sujeta a tópicos más arraigados.
Recientemente, entre unos legajos del archivo Franco, han aparecido un conjunto de tres documentos fechados a comienzos de los años cuarenta de indudable importancia histórica: dos cartas personales del Papa Pío XII a Franco referentes a la prohibición de regresar a España del cardenal Vidal y Barraquer y la respuesta privada del Jefe del Estado español al Sumo Pontífice.
Esta correspondencia evidencia las tensiones entre el Estado español y la Santa Sede en relación a la actitud de un príncipe de la Iglesia como era el antiguo obispo de Tarragona Vidal y Barraquer, evidenciándose la fractura de parte de la Iglesia catalana con el Estado español, una fractura que llega hasta la actualidad.
Con el comienzo de la Guerra Civil el cardenal Gomá, primado de España, dada la situación de abierta persecución que la religión católica sufría en la España republicana a finales de 1936, reunió a los obispos que se habían librado de la muerte y que estaban en la España Nacional para redactar y dar a conocer una carta colectiva, con el beneplácito del Papa, a favor de los sublevados. El 1 de julio de 1937 fue firmado el documento que conocemos por Carta Colectiva del Episcopado español a los obispos del mundo entero, aunque no se divulgó hasta agosto del mismo año. El 8 de julio de 1937 la Santa Sede reconocía al gobierno de Franco.
Un poco antes, en febrero de 1937, la Santa Sede había renunciado a publicar una condena a los católicos que colaborasen con el Frente Popular por causa de la delicada situación del PNV, un partido católico y de ultra derecha que, por motivos independentistas, optó por apoyar al gobierno de los socialistas Largo Caballero y Negrín.
El obispo de Tarragona Vidal y Barraquer, catalanista, huido de España, no quiso firmar la Carta Colectiva, al igual que los obispos vascos Javier Irastorza Loinaz, exiliado en Gran Bretaña, y el de Vitoria Mateo Múgica Urrestarazu.
El 30 de diciembre de 1942, ante la oposición de Franco a que el cardenal Vidal y Barraquer regresase a España, Pío XII le pide directamente que autorice el regreso a España del cardenal catalán. Una petición que para el Papa Pacelli, un hombre muy orgulloso, tuvo que suponerle un enorme sacrificio.
La carta de Pío XII
«Al Amado Hijo Francisco Franco Bahamonde
Jefe del Estado Español
Pius PP. XII
Sin duda ninguna que Te es bien conocido el particular afecto con que (...) seguimos de cerca y día por día el resurgimiento espiritual de esa católica Nación (...) con la ayuda de las sabias leyes dictadas por Tu Gobierno, se afanan en la reconstrucción moral y religiosa del País.
(..) Permite por tanto, Amado Hijo, que en este momento, que Nos parece oportuno, Te abramos Nuestro corazón con paternal confianza acerca de una cuestión en cuya solución hemos tenido y tenemos particular interés, y para la cual esperamos de Tus nobles sentimientos religiosos y caballerosos, y para Nos tan devotamente filiales, el apoyo decisivo. Desde hace tiempo y de muchas partes Nos llegan confiados ruegos de que vuelva a su sede el Eminentísimo Cardenal Vidal y Barraquer Arzobispo de Tarragona, que, como bien sabes, tuvo que ausentarse de su querida archidiódesis en circunstancias dolorosas y trágicas para España y para la Religión. La demasiada prolongada ausencia, la reiterada petición del Clero y fieles, el legítimo anhelo apostólico del venerado y celoso Pastor de gastar sus restantes energías en provecho de las almas que durante tantos años fueron su «gozo y su corona», su misma dignidad de Príncipe de la Iglesia son otros tantos motivos para que no diferamos más el escribirte en su favor, confiando en que dispondrás que no se ponga ningún obstáculo a su regreso a la sede de Tarragona, aunque, a juicio de ese Gobierno, no hubiese siempre y en todo correspondido a lo que de él se esperaba en alguna cuestión de índole práctica».
A pesar de lo que tan directamente Pío XII le pedía, dentro de la más pura y melosa literatura vaticana, cargada de lisonjas y medias verdades, y todo tipo de parabienes para España y su Caudillo, Franco le contesta a comienzos de 1943.
La respuesta de Franco
«Beatísimo Padre:
Humildemente, como corresponde a quien nada desea tanto como ser en todos sus actos un fiel cristiano y un hijo obedientísimo de la Santa Madre Iglesia, he acogido las palabras de Vuestra Santidad en su carta de 30 de Diciembre de 1942.
(...) A este fin, que mi deseo más vivo proceder en todo de tal manera que mis actos, aún en los más pequeños, puedan sentirse los anhelos de quien es Vicario de Cristo en la tierra hasta llegar, en el grado máximo posible, a una completa compenetración con Él. Y así me bastaría su indicación para acceder a cuanto se me pide, no solo en lo que se refiere al Eminentísimo Cardenal Vidal y Barraquer sino también en cualquier otro punto.
Es, sin embargo, mi obligación ineludible exponer a Vuestra Santidad algunas circunstancias que concurren en el caso de su Eminencia y que no pueden dejar de ser tomadas en consideración sin peligro de daños muy graves. Las heridas causadas por la guerra civil española no están aún cicatrizadas ni muchos menos, y las pasiones y dolores de quienes se vieron atropellados, perseguidos y despojados de cuanto amaban (no sólo en sus bienes y aún en las personas de su familia que les fueron arrebatadas, sino también en su derecho a practicar la religión y a dejarse guiar por sus Sacerdotes y Obispos, que fueron muertos en el elevadísimo número por la representantes del gobierno rojo al servicio del comunismo y la masonería), están aún vivos y se siente excitados nuevamente con la presencias de personas o cosas que viven en ellos el recuerdo de aquellos hechos.
Sin tratar de juzgar a un Príncipe de la Iglesia en el ejercicio de su Misión Apostólica, cosa que excede de mi incumbencia, sí debo afirmar que son muchísimos los que creen que la intervención, quizás involuntaria, de su Eminencia (Vidal y Barraquer) en la vida política, contribuyó poderosamente a crear condiciones propicias al desencadenamiento en Cataluña de aquel conjunto de hechos trágicos; porque personas que gozaban de la simpatía y apoyo de Su Eminencia en la región catalana, haciendo uso de todas sus fuerzas e influencias en dicha región, colaboraron con los autores indudable de tantos crímenes y tanta persecución. La labor de apaciguamiento que se viene realizando en España, aspirando a que toda ella se una para que sus fuerzas estén intactas en el momento en que pudiera ser necesario volver a defender a la Iglesia contra aquellos mismos enemigos que hoy, como en el curso de nuestra guerra civil, la amenazan en todas partes, se vería comprometida gravemente si no se tomara en consideración la importancia del número y calidad de quienes así piensan».
«(..) Y para ello la unidad nacional, que atacan sin tregua las personas que estuvieron más ligadas a Su Eminencia, es cosa totalmente indispensable.
Además, la Diócesis de Tarragona ha cambiado mucho en el tiempo en que su Eminencia está ausente. Muchos de los que encontraron en él aliento (el separatismo catalán), por motivos seguramente elevados de Su Eminencia, pero que ellos utilizaron para fines enteramente censurables, desean ahora su regreso para tratar de salir de la oscuridad en que se encuentran y tener posibilidades de reincidir en sus turbios manejos. Por otra parte no puedo menos que temer que otras personas, de indudable buena fe y cuya obediencia incondicional a la Santa Sede no puede ponerse en duda, por reacción contra aquellos, no se sienten dispuestos a recibirle en la Diócesis de Tarragona con la sumisión y el respeto a que por su alta condición tiene derecho, cosa que sería enteramente contraria al interés de la Iglesia y al apoyo del propio Gobierno español, que no se sabe cómo se puede imponer por la fuerza del Estado el cariño hacia una autoridad Eclesiástica cuando la parte más sana de la Diócesis no le ama y muchos en ella verían con profundo dolor su regreso. NO me es, pues, posible garantizar que en territorio español se le reciba sin recelo y se le trate con la debida consideración.
Postrado ante la Santidad de quien es cabeza visible de la Iglesia de Cristo, beso la sandalia de Vuestra Beatitud, rogándole que me considere como el más sumiso y obediente de sus hijos».
En este intercambio epistolar se demuestra la total separación que hacia Franco de su fe de católico con los intereses políticos de la España Nacional, situando su gobierno de las cosas de España por encima de la voluntad de Pío XII.