Historia

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El Pacto de No Agresión entre Hitler y Stalin

Los líderes de la Alemania nazi y la Unión Soviética firmaron un acuerdo en las vísperas de la invasión de Polonia

El por entonces (1939) ministro de Asuntos Exteriores de la Unión Soviética, Molotov (a la izquierda), junto a Adolf Hitler
El por entonces (1939) ministro de Asuntos Exteriores de la Unión Soviética, Molotov (a la izquierda), junto a Adolf Hitlerlarazon

Los líderes de la Alemania nazi y la Unión Soviética firmaron un acuerdo en las vísperas de la invasión de Polonia.

Hitler odiaba a Stalin porque odiaba el comunismo y erradicarlo era una de sus aspiraciones, pero admiraba su forma de gobernar. En una ocasión comentó: «Stalin es una de las figuras más extraordinarias de la Historia mundial. Empezó como un pequeño funcionario y no ha dejado de serlo nunca. Stalin no debe nada a la retórica. Gobierna desde su despacho gracias a una burocracia que le obedece sin rechistar».

Orillando su anticomunismo y los pactos Antikomintern, en 1939, vio que era imprescindible llegar a un acuerdo con Stalin. Conocía los esfuerzos franco-británicos por alcanzar una alianza tripartita que frenara su Lebensraum (su expansión hacia el este) después de que ya hubiera conseguido Checoslovaquia y Austria.

Pese a su fe en la superioridad aria y a considerarse elegido por la providencia, conocía lo que se le opondría si británicos y franceses llegaban a un acuerdo con Stalin: combatir en dos frentes contra ejércitos que duplicaban los efectivos de la Wehrmacht (en poco tiempo los triplicarían), que dominaban el mar y que disponían de inagotables materias primas y combustible.

Su única opción sería adelantarse y tragarse cuantos sapos fuera necesario para llegar a un acuerdo con Stalin. Contaba con una ventaja: nada significaban para él los mil obstáculos políticos y morales que trababan la diplomacia de París Londres; por tanto, firmaría cuando exigieran Moscú y, llegado el momento ya se encargaría él de someterlos a la realidad nazi.

Los problemas para el acercamiento eran muchos y difíciles. Ambos lados deberían superar dos décadas de persecuciones, insultos, desprecio y odio. El acercamiento a Moscú desconcertaría a alemanes e italianos, sería difícil manejar la proscripción de los partidos comunistas en Alemania y en Italia y compaginar un acuerdo germano-soviético con los Pactos Antikomintern firmados con, Italia, España, Hungría y Japón. Este era fundamental pues Hitler contaba con la flota japonesa para batir en el Pacífico a la Royal Navy, obligada a proteger por todos los medios sus colonias asiáticas.

Conflicto entre Moscú y Berlin

Los movimientos iniciales fueron cautelosos, pero ya existían en marzo de 1939. Según Charles Zorgbibe (autoridad en la materia) durante el XVIII Congreso del PCUS, Stalin dijo que no se dejaría engañar por la propaganda occidental que trataba de hacerles creer en las pretensiones de Hitler sobre Ucrania para crear un conflicto entre Moscú y Berlín. Pero «nosotros no les sacaremos las castañas del fuego». Poco después, el agregado comercial soviético en Berlín inquirió si la Skoda –controlada por el III Reich– suministraría los pedidos efectuados con anterioridad por la URSS: sin problema, le respondieron.

En mayo se renegociaron los acuerdos comerciales existentes y para despejar los obstáculos intervino el propio ministro de exteriores alemán, Joachim von Ribbentrop. De los contactos económicos se pasó a los políticos, con nueve reuniones en dos meses. El 3 de agosto Berlín exigió a la URSS que renunciara a intervenir en los asuntos internos alemanes y en toda política contraria a los intereses del Reich; a cambio «no habrá ningún problema entre el Báltico y el Mar Negro que no podamos resolver». Sobre la mesa ya estaba la cuestión polaca y el Reich garantizó que sus intereses eran limitados y no colisionarían con los soviéticos.

Y mientras una delegación franco-británica de segundo nivel discutía un acuerdo en Moscú, Hitler lograba un pacto que neutralizaba cuanto pudiera alcanzar aquella: el 15 de agosto, Von Ribbentrop aceptó las últimas demandas soviéticas: sus intereses en los países bálticos y mediar en las relaciones entre Moscú y Tokio. Hitler, frenético por firmar el Tratado pues había decidido atacar Polonia el 26 de agosto, respiró feliz cuando Stalin accedió a hacerlo el 23 de agosto.

– «¡Esto les va a poner en un apuro!»– exclamó Hitler, dándose una palmada en el muslo, desahogo habitual cuando le desbordaba la alegría.

La delegación alemana llegó al Kremlin a media mañana. Atar los últimos flecos les llevó el día y, a última hora, se unió a los debates el propio Stalin. La firma del «Pacto de no agresión entre Alemania y la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas», o Pacto Ribbentrop-Molotov, por el nombre de los firmantes, tuvo lugar el 24, de madrugada, aunque el documento está fechado el 23 de agosto. Sus puntos clave eran:

I.- «Las dos partes contratantes se comprometen mutuamente a abstenerse de toda acción violenta, de cualquier acción agresiva y de cualquier ataque, ya sea por separado, ya en unión de otras potencias».

II.- «Si una de las partes contratantes fuera objeto de una acción militar de una tercera potencia, la otra contratante no prestará de modo alguno su apoyo a esa tercera potencia».