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Elogio de lo popular

La Orquesta del Festival de Budapest, que hacía bastante que no recalaba en Madrid, demostró ser el vehículo ideal para la música de añoranzas
El pianista Francesco Piemontesi
El pianista Francesco Piemontesi junto a miembros de la Budapest Festival Orchestra durante su actuación en el Auditorio Nacional Budapest Festival Orchestra
La Razón

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Obras de: Dohnányi, Schumann y Strauss. Pianista: Francesco Piemontesi. Dirección musical: Iván Fischer. Budapest Festival Orchestra. Ibermúsica 22/23. Serie Arriaga. Madrid, 16-III-2023.
Los nacionalismos han basado parte de su potencia en los patrones rítmicos casi atávicos que nos retrotraían a la infancia. No se trata tanto de enriquecer el lenguaje sinfónico sino de conectar con esa parte de la escucha inconsciente que nos permite conmovernos con la evocación reconocible de otro tiempo, y a partir de ahí escuchar el resto de la música como si perteneciese a una patria perdida y hallada de nuevo, que se percibe más con el estómago que con la cabeza. Los ejemplos son innumerables, a veces de folclore creado (Falla) y otras de folclore citado (Smetana). La pieza que arrancaba el programa del nuevo concierto de Ibermúsica, los «Minutos sinfónicos, op. 36» de E. Dohnányi, puede representar ese pellizco de la memoria de muchos por la rusticidad de la arquitectura rítmica, la vocación subterránea por el baile y por la sublimación de un lenguaje que consiente en mirar a su tierra con algo más que cariño.
La Orquesta del Festival de Budapest, que hacía bastante que no recalaba en Madrid, demostró ser el vehículo ideal para esta música de añoranzas, con una cuerda de empaste logrado, algunas secciones del viento-madera sobresalientes y una correcta lucha por el balance resuelta de manera natural por Iván Fischer. Fantásticas intervenciones del corno inglés en la «Rapsodia», el movimiento mejor dibujado. Acababa la primera parte con el Concierto para piano en La menor, op. 54 de Robert Schumann, que tenía a Francesco Piemontesi como solista. Buena lectura, contrastada en sus movimientos extremos, con lirismo terciopelo en el «Andantino» e intensidad en los compases finales a los que le faltó algo de temperamento y una articulación más marcada. La propina, Feux d’artifice de Claude Debussy, dejó ganas de escuchar a Piemontesi en otros repertorios menos románticos.
Con todo, el principal atractivo estaba en el Strauss de la segunda parte, y más después de ver el resultado conseguido por Fischer hace apenas cuatro meses, cuando sustituyó a Mehta al frente de la Orquesta Sinfónica de la Radio de Baviera. Opulencia con sentido es lo que escuchamos entonces, y una propuesta similar a nivel estético ahora, aunque esta orquesta le da al sonido algo menos de hedonismo y a la vez algo más de mordiente, como quedó claro con la «Danza de los siete velos». Pocas músicas representarán la belleza decadente de manera más certera. Vigorosa e irónica versión de Till Eulenspiegel, con el cuarteto de trompas colocado delante de la orquesta, aunque fue la versión de Don Juan, con lanzamiento de batuta incluido, la que dio al fin la medida de la orquesta.
La juventud del personaje, desbordante e incontenible, tuvo su reflejo en la dirección rotunda de Fischer, atento a ese desmelene tímbrico para que la tormenta no acabara en imprecisión. Rendimiento más que notable de la cuerda, sin quedar descubierta en el infernal pasaje inicial que tantos quebraderos de cabeza da a los violinistas en las pruebas de acceso a las orquestas. Fischer presume habitualmente de su orquesta, contando que los músicos tienen espacio para su propia personalidad artística, que no es unívoca, con lo que la BFO tiene en sus filas músicos de jazz, cantantes de coro, instrumentistas historicistas y... un trío de música folclórica transilvana, protagonista de la deliciosa e inolvidable propina, con las cabezas del público acompañando ese aroma a música romaní y «csárdás».