Eloy Tizón: «El exceso de imágenes y de información nos anestesia»
El escritor renueva su cuentística en «Plegaria para pirómanos», su cuarto volumen de relatos
Madrid Creada:
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Eloy Tizón es un escritor escindido. Es un autor que, sobre todo, ha basculado entre la novela y el cuento. En ambos géneros ha publicado tres títulos. Una ejemplar paridad que ahora desequilibra con «Plegaria para pirómanos» (Páginas de espuma), su cuarto volumen de relatos. Un título donde abandona atmósferas conocidas y se interna por senderos distintos con la intencionada voluntad de proponer soluciones literarias distintas. Nueve historias que, aunque mantienen esa impronta indeleble del cuidado verbal, muestran a un Eloy Tizón diferente.
Un libro de cuentos cada diez años. ¿Tanto cuesta escribir un cuento?
Me cuesta bastante trabajo escribir un cuento. En este caso porque no es un cuento, sino un libro de cuentos. La escala cambia. Procuro que haya una lógica interna entre los cuentos, que los relatos dialoguen entre sí. Esto requiere, en mi caso paciencia, para que los cuentos se desarrollen de manera orgánica. Para eso hay que olvidarlos y volver a ellos. Como, a la vez, en la vida pasan cosas, el tiempo pasa simultáneamente y de una rápida han transcurrido diez años.
¿Queda en ellos la huella del tiempo?
Uno de mis propósitos al escribir es encapsular el tiempo en los cuentos y que esté encerrado en lo que escribo. Eso pide darle vueltas, dejarlo reposar y que los cuentos se revelen poco a poco, como una fotografía, solo que en lugar de suceder en minutos es un proceso que dura meses. Este tiempo, que pide paciencia, me procura placer. Poder ver crecer el cuento de manera orgánica.
Paciencia.
Sí. Eso me permite acercarme a la literatura. Entiendo más o menos lo que hace Antonio López en pintura. Pintar durante una temporada un óleo y dejarlo reposar después. Luego volver a él. Así, un lienzo puede tardar 25 años en terminarse. Es un periodo durante el cual esta obra lo ha acompañado en su vida cotidiana. Es casi un animal de compañía y eso mismo me gusta aplicarlo a la literatura.
Esta concepción va contra el ritmo de hoy.
La literatura nos ofrece algo que va en contra del mundo, que es la prisa, la inmediatez, que todo sea consumido en un pocos y breves momentos. La literatura es el privilegio de la calma, de poder tardar, el privilegio del tiempo, y eso ocurre cuando leemos. Conviene hacer un paréntesis, olvidar y dejar aparte los juegos y tentaciones tecnológicas que nos rodean a todos. Ir a contracorriente de lo que se espera del mundo. Creo que es bueno, aunque solo sea como un ejercicio de sosegar la mirada. Es un desafío interesante.
¿Cómo definiría su estilo como cuentista?
Difícil. Trato que en mis cuentos haya texturas diferentes, que contenga cierto elemento poético y narrativo, y también valoro ciertas pinceladas de humor, un punto más oscuro, más desgarrado. Un cuento es un equilibro entre diferentes músicas y cuando están todos, considero que tengo un texto acabado.
¿Quién es Erizo? ¿Un alter ego?
Se podría decir que sí. Tiene aspectos míos. Hay partes en él que provienen de mi imaginación, pero, digamos que, como avatar o silueta, se parece a mi forma de mirar y expresarme. Tenemos mucho en común. Cuando escribí los tres primeros cuentos reparé en que había una voz que se parecía, que la voz que narraba era la misma y sobrevino la ocurrencia, que fuera un ciclo alrededor de Erizo y todas las metamorfosis que experimenta.
Metamorfosis, dice.
Erizo es muy mutable. Cambia de identidad casi en cada cuento, como los seres humanos, que mudan de identidad con las décadas. Todos los hombres llevamos tres o cuatro vidas diferentes. Cada fragmento de nuestra vida es distinto y si miramos un instante reparamos enseguida que no se parece al de quince años. Estas son las modificaciones de Erizo. Son situaciones sentimentales distintas. Es como si fuera diferentes personajes con el mismo nombre. Elegí Erizo porque comparto letras entre su nombre y el mío y porque a la vez no queda claro si es un apodo, un nombre, un apellido. Esto me daba amplitud. Me parecía sugerente.
«La vida es mitad magia y mitad espanto», escribe.
Me siento identificado con esta frase. La vida no tiene un género único. Si fuera narrativa no sabríamos qué narrativa sería, porque tiene tedio, drama, humor... por eso nos fascina y nos hace sufrir. En este cóctel podría esta la vida. La literatura me permite hacer reflexiones sobre la existencia. No me gustaría que fuera formal, que fuera solo un laboratorio interesante pero desligado de la existencia. Es un desafío encontrar puentes entre la literatura y la vida, dar con eso vasos comunicantes. Esa invasión de elementos vitales para que la literatura se sacuda, tiemble y respire. Por eso incluyo reflexiones sobre la propia vida, a la que intento mirar de manera lúcida. Me acerco a las cosas como creo que son, sin maquillarlas, sin idealizarlas. Hay un cuento sobre la muerte de una vecina. Una persona que muere sola y de la que se tarda en descubrir el cuerpo. Quería que fuera muy materialista. La muerte está llena de religiosidad, metáforas, ideología, pero yo voy al hecho material. Qué significa un cuerpo. Qué supone dejar de vivir, lo que conlleva acabar la vida. Es mi deseo de mirar con lucidez las cosas. Aparte de que sea real, quiero encontrar verdad en los libros.
«Siempre me ha faltado disciplina para el malditismo», asegura en la primera historia.
Alrededor de la literatura se mueven tópicos. Uno es el escritor bohemio, a veces alcoholizado, que sufre la injusticia de la sociedad. Me parece un tópico que es ya un cliché que poco tiene que ver con la realidad. Pudo ser cierto a principios del siglo XX y hasta Segunda Guerra Mundial, pero esa imagen ya no es operativa. Está muy manoseada. Hoy, los escritores están lejos de esa figura. Ahora existe disciplina de trabajo, nos atenemos a un horario, aparte de que se cultivan relaciones como los demás que no son autodestructivos. Escribí esta frase para reivindicar la figura del escritor actual y que es lo contrario a la imagen del autor que no tiene disciplina.
Erizo no ha escupido, no ha blasfemado.... y cuando acaba de enumerar buenos hábitos y conducta, reconoce que el espíritu no mejora. Desolador.
Para vivir, para conocer la experiencia, hay que salir de la casilla en la que estamos, al menos un poco, porque si cumplimos todos con los reglamentos, quizá no nos ocurran cosas interesantes. A veces hay que tomar un desvío, merodear, perdernos. Hay autores que toman varias direcciones en una obra, pero en este desvío es donde está el placer, el placer de pasear sin rumbo. Cuando escribo intento propiciar este estado de ánimo.
Es justo lo contrario a la actualidad, donde todos vamos con Gmaps,
Es necesario una fuerza que contrarreste eso. Las artes nos ofrecen la posibilidad de perder el tiempo. Se necesita un tiempo para divagar, soñar, plantearnos preguntas, entrar en atmósferas que no conocemos. Eso es parte de la esencia de la literatura. Uno de los motivos que me llevan a escribir, que no es precisamente la vida práctica, esa de ganar dinero, pero es importante salvaguardar estos respiradores que nos hacen humanos.
¿Nos olvidamos de vivir?
Vivimos emborrachados de imágenes y noticias. Vamos del punto A al B como robots, pero tenemos que pararnos a mirar el árbol de la calle. Hay mucha verdad en algo así y al menos ser consciente, varias veces al día, lo que supone que es estar vivo. El exceso de imágenes y de información nos anestesia.
«Vivir también es no enterarse», como asegura.
Hay un punto de ironía en esa frase. Pero es cierto. No hay que estar atento a todo lo que ocurre, estar muy a la última. Hay que mantener una distancia que nos ayude a vivir. Sí que hay un alegato en esta oración. Un poco de ignorancia nos ayuda a no angustiarnos, porque a veces la realidad es muy angustiosa.
¿Al final de la vida lo que nos queda es el cuento?
En la vida nos suceden muchas cosas. Algunas regulares y otras malas. Perdemos y ganamos posesiones y relaciones, pero al final lo que cuenta es una historia, la que contamos a los demás y que cuente cómo hemos vivido. Al final, a lo mejor, no tengamos nada, pero, al menos, tenemos ese cuento. Eso nos salva.