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«Emoji»: La «appventura» más animada

La carita sonriente, la que está roja de ira, la pasmada con los ojos abiertos, la que llora a placer... ¿Les suenan? Son los emoticonos –que usted y yo tenemos en nuestros móviles–algunos de los cuales protagonizan el filme que se estrenará el 4 de agosto
larazon
  • Estudió periodismo en Buenos Aires Argentina. Allí comenzó su trabajo en el área de divulgación como jefe de sección en la revista Muy Interesante durante cinco años. En España ha trabajado en Muy Interesante, Clio, Psychologies, Quo, National Geographic. Ha colaborado con RNE y con el podcast de Muy Interesante. Ha escrito 3 libros de divulgación y cinco de literatura infantil que se han traducido a varios idiomas. Lleva 15 años en La Razón escribiendo sobre ciencia y tecnología

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La carita sonriente, la que está roja de ira, la pasmada con los ojos abiertos, la que llora a placer... ¿Les suenan? Son los emoticonos –que usted y yo tenemos en nuestros móviles–algunos de los cuales protagonizan el filme que se estrenará el 4 de agosto.
El 19 de septiembre de 1982, el profesor de ciencias de la computación de Carnegie Mellon, Scott Fahlam, envió un correo electrónico (sí, ya existían desde hacía 11 años) a algunos de sus colegas de departamento. El objetivo era evitar malos entendidos al hacer bromas. El mensaje decía esto: «Propongo el siguiente gráfico para aquellos que quieran decir una broma :-) .En cambio, si lo que quieren comunicar es serio, la opción es esta :-( ». Y así nacieron los emoticonos, los iconos de la emoción. Su nombre se vincula a los gráficos con rostros y expresiones, mientras que los emojis los incluyen a ellos y a muchos otros. Hoy, 35 años después, cada día se envían más emojis que personas viven en nuestro planeta, por encima de los 7.000 millones. El país que más los usa, sorpresa, es Francia: un 71% de nuestros vecinos recurren a ellos a diario. España, por su parte, está entre los cinco primeros, con un modesto 46%. De acuerdo con Unicode, el estándar de de codificación de caracteres que aprueba los emojis, actualmente hay 2.666 opciones disponibles. Todos con su «anatomía» y su genética, perfectamente descripta. De ese modo, la comunicación es posible no solo a través de distintos sistemas operativos, sino también de diferentes culturas. El universo digital sería una locura de otro modo...¿o no?
Esa fue precisamente la pregunta con la que se encontró Carlos Zaragoza, dos años atrás cuando le descubrieron su próximo proyecto: ¿Qué pasaría si un emoticono no tiene filtro y puede usar diferentes expresiones? Yél, diseñador de producción, se puso manos a la obra. Y al móvil. «Sí –nos responde en uno de sus exiguos descansos entre película y película–, el móvil ha sido el elemento de trabajo básico en esta película de hecho, lo usábamos en las reuniones sin recibir miradas raras. El estudio estaba interesado en algo fantástico pero a la vez quería retratar cómo nos conectamos con la tecnología, la informática. Por eso debíamos saber cómo la usa un niño, cómo lo hace un adolescente y un adulto».
Zaragoza tiene a sus espaldas películas tan exitosas como «Trolls», «Las aventuras de Peabody y Sherman», «Gnomeo y Julieta», «Madagascar 3» y hasta «El laberinto del fauno». Y es el diseñador de producción (el encargado de hacer real lo imaginario básicamente) de «Emoji, la película». La cinta descubre el mundo interior de cualquier smartphone. Allí, ocultos en la aplicación de mensajes de texto, se encuentra la ciudad de Textópolis, en la que conviven todos los emojis a la espera de ser seleccionados. Pero hay un problema, Gene, el protagonista, nació sin filtro y sus expresiones no las controla el dueño del teléfono, sino él mismo. Para intentar ser «normal», Gene pide ayuda a su mejor amigo «Choca esos 5» y al descifrador de códigos «Rebelde».
Viaje emocionante
Quim Gutiérrez, Mario Vaquerizo, Úrsula Corbero y Carlos Latre, entre otros, ponen voces a los personajes en esta «appventura», que tiene ingredientes de «Rompe Ralph» (viaje al interior de la tecnología, protagonista que no acepta su destino, lucha por alcanzar su meta), pero que apunta más profundo. Primero porque nos pone frente a frente con un dispositivo que llevamos a todas partes y en el que está gran parte de nuestra vida. Segundo porque se trata de dos herramientas de comunicación simultáneas: la primera el propio móvil y la segunda, los emojis. Y, finalmente, porque esa comunicación, desde la aparición de internet, ha cambiado sustancialmente, es decir, en lo esencial. «La tecnología ha abierto enormes puertas a la comunicación –nos confirma Zaragoza de visita por Madrid–, pero si las personas individualmente no tienen un mundo personal, si todo consiste en recibir datos y vídeos y volver a lanzarlos, esto no nos lleva a ninguna parte. Este mundo y el que viene, estarán basados en la creatividad y trabajar con otra gente creativa que puede estar en otra parte del mundo, nos beneficiará mucho. Al adolescente humano de la película, los emojis le ayudan a comunicarse, pero la gente usa la tecnología como un arma de doble filo y eso es lo malo, la sobredosis. Si dejo de hablar contigo y te envío fotos desde el otro lado de la mesa... eso es malo. Ahora la gente gira el plato y lo mueve hasta conseguir la luz adecuada y sacarle una foto. Instagram le ha hecho mucho daño a la gula. Creo que la gente tiene que comenzar a mirar fuera, no te voy a contar el final de la película pero la moraleja es: «Oye quizá esto está muy bien, pero deberías buscar fuera y hablar con la gente».
Reflejar las emociones humanas a través de gráficos sencillos, pero al mismo tiempo comprensibles para diferentes culturas, no es tarea fácil. Uno de los expertos más implicados en el desarrollo de los emojis es Dalcher Keltner, del Centro Científico para el Bien Común (GGSC por sus siglas en inglés) de la Universidad de Berkeley. Poco tiempo atrás, cuando lo entrevistamos en relación a la llegada de nuevos emojis al panteón de la comunicación gráfica, aseguraba que «somos una especie supericónica; de hecho, nos hemos transformado en una cultura cada vez más gráfica. Creo que (con los emojis) podremos lograr que la comunicación sea más precisa haciendo que sea más inteligente emocionalmente les daremos a los adultos y a los niños un lenguaje más exacto para retratar la complejidad de lo que sienten». Hoy existe una código aceptado, en un gran porcentaje, para describir con palabras las emociones, cuando alguien dice amor, ira, miedo...sabemos de qué habla y, más importante aún, nos podemos poner en su lugar. Pero los emojis deben evolucionar mucho para poder mostrar matices tan sutiles como la diferencia entre ira y rabia o emociones tan complejas como la venganza.
Lenguaje universal
Para tener una idea de cuan profundamente Keltner está implicado en llevar los emojis a la categoría de lenguaje universal, uno de sus libros de referencia es «La expresión de las emociones en humanos y animales», de Charles Darwin, el padre de la evolución. ¿Qué tienen que ver los emojis con la evolución? Mucho. El emoticono de vergüenza no es rojo por casualidad. Entre los humanos, sonrojarse por vergüenza, es un signo que evidencia arrepentimiento por un posible daño al grupo. Fruncir las cejas y mostrar los dientes en un arranque de ira, advierte al otro de que no estamos para bromas. En este sentido la evolución también puede favorecer a los emojis (o quizá a sus diseñadores) ya que siempre nos hemos comunicado con los gestos, solo que antes eran los nuestros y ahora los del móvil. Zaragoza también contó con un asesor de Berkeley para la película. «Si, es cierto – nos explica el diseñador –. Nos ayudó un consultor especializado en los emojis, un experto en lingüística de Berkeley, para intentar comprender mejor los emojis desde la comunicación, cómo se usan, para qué, cómo pueden evolucionar. Todo eso nos ayudó muchísimo a desarrollar la historia. En algún momento es probable que evolucionen hasta convertirse en un lenguaje, como los jeroglíficos, pero por ahora ayudan a enviar un concepto, un sentimiento, es cierto que es un rango limitado y esto es en parte lo que cuenta nuestra película, un emoji que no tiene filtro ni limitación de rango y esto lo hace real».
Probablemente, lo más complejo de la película no es solo retratar al personaje y darle vida (y credibilidad), sino también personalidad propia. Esto constituye un desafío doble ya que por un lado hay que plantearse si las emociones tienen personalidad propia y si esta personalidad está marcada por el rango o la intensidad de lo que sentimos. En cierto sentido son como un libro que llega a película: en nuestra imaginación, cada personaje tiene un rostro, pero cuando alcanza la gran pantalla, es otro. Y rara vez coinciden. Así la tarea de Zaragoza no era solo hacerlos creíbles, sino únicos. «Para los personajes secundarios era más fácil – añade Zaragoza–, por ejemplo la berenjena, no necesitaba un gran rango de emociones. Sin embargo ¿cómo hacemos que un balón sea tan expresivo que logre emocionarnos? Es una esfera, no tiene más que una línea para la boca, ojos y poco más. Para crear a los «actores principales» reunimos a diseñadores de personajes en 2D, en 3D y animadores. Cada uno hacía su mejor trabajo y al reunirlo veíamos qué funcionaba». «Big Hero 6», por ejemplo, logró algo impensable: un robot con solo dos círculos unidos por una línea es capaz de hacernos comprender decenas de emociones. «Emoji», desde el diseño de producción apunta (y hace diana) en el mismo objetivo.
Y es que las emociones son el principal vehículo de la comunicación, ha sido nuestro primer «lenguaje», la base de la sociedad en sus más importantes aspectos (de cohesión, de crianza, de creación...) y cuenta con la ventaja de la evolución: lo respaldan millones de años. Son, en pocas palabras, el único lenguaje universal, quizás porque ni se habla ni se puede fingir. Aunque sí se puede imitar. En este aspecto, «Emoji» funciona porque habla nuestro idioma... en varios idiomas. Atrapa porque «casi todo el mundo tiene un móvil –concluye Zaragoza–, pero de pronto le das una vuelta a la cámara y cobra vida desde otro sitio. A partir de ahí comienza la verdadera sorpresa». Y es creíble porque nos dice algo que ya sabemos: los emojis son una metáfora nuestra, nos guste o no, nos retratan en otra realidad. Y, algunos, confunden ambas.

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