Gonzalo Alonso

Estupidez humana

Palau de la Música en Barcelona
Palau de la Música en Barcelonalarazon

Hace unos días tuvo lugar en el Palau de la Música catalán uno de los liederabend más curiosos de los últimos tiempos. De entrada, no nos engañemos, Barcelona no es una ciudad con excesiva tradición liederística. Desde luego está en esto muy lejos de Madrid. Cierto es que las Schubertiadas de Villabertrán o Life Victoria ayudan mucho a la difusión del género, pero de ahí a llenar con lied el Palau de la Música hay un trecho. Más aún si el programa lo constituye el «Libro italiano» de Wolf, piezas nada fáciles y menos si no se pueden seguir los textos más que a través del programa de mano y en la penumbra. Y más si las entradas alcanzan los 175€. Y sin embargo se llenó, como se llenó el aún más difícil Liceo con «Winterreise» pero, claro, en ambos casos se trataba de Jonas Kaufmann. Si entonces, al acabar el programa, el público en su estupidez pedía «Celeste Aida» de propina y obviamente no la obtuvo, esta vez se debió de quedar con un palmo de narices tras ver que solo había lugar para un par de dúos con Diana Damrau, su compañera de recital. «¡Menudo tostón!» se escuchaba al final y es que mucha gente se había gastado el dinero y acudido sin tener pajolera idea de lo que iba a escuchar. Lo importante era hacerse un «selfie» y poder contar que «yo estuve allí». Algo curioso sucede en Madrid cada vez que Sokolov ofrece un recital. Tres sonatas de Haydn seguidas presentan una cierta complejidad de audición y si se completan con los «Cuatro impromtus op.142» de Schubert conforman un programa muy completo que no necesita de añadidos. Sin embargo Sokolov, que va de ciudad en ciudad tocando lo mismo, también gusta de regalar un rosario de propinas. El público lo sabe y espera, aunque ya con tibios aplausos, a que toque una más en la esperanza de que ese concierto bata el record, salga en el «Guiness» y poderlo contar como una experiencia personal. Esto parece importar más que la música. Música, arte o basura. Para mí entran claramente dentro de esta última categoría unos rap polémicos que no he tenido más remedio que escuchar porque, inusitada e inapropiadamente, se han encargado de difundir estos medios de comunicación televisivos actuales que parecen sólo saber del tiempo o rememorar el desaparecido «El Caso». Que si merecen la prisión o no, que si el arte ha de ser provocativo... Por favor, ¿dónde está el arte en esos rap? Y, tras escuchar la defensa que su autor hace de los mismos, uno se queda como los espectadores del Wolf de Kaufmann, con un palmo de narices, al comprobar que ni uno de los tertulianos opina lo que había que opinar: «Desde luego no es cuestión de un ingreso en la cárcel, sino en un psiquiátrico». Empieza a ser preocupante el grado de estupidez de nuestra sociedad y esto no se arregla ni con música y menos desde que ha desaparecido de la educación.