Eva Kor, cómo sobrevivir al recuerdo de las atrocidades de Mengele
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El destino quiso que Eva Kor falleciera este fin de semana a los 85 años durante un viaje a Auschwitz. Se hizo una foto comiendo «nuggets». Es su testamento.
Desconocemos lo que es el terror. Un día nos levantamos por la mañana y nos acompaña una sombra de pesadilla. Poco más. Vamos a ceñirnos a los hechos, a lo que se conoce sobre su encuentro con el demonio. El destino quiso que Eva Kor falleciera este fin de semana a los 85 años durante un viaje a Auschwitz. Se hizo una foto comiendo «nuggets». Es su testamento. Tendría que haber muerto allí hacía ya 75 años, pero entonces se salvó. Su familia pereció en la cámara de gas. Los vio desaparecer en la rampa. Sus padres y dos hermanas de 12 y 14 años. El doctor Mengele quedó fascinado por Eva y su hermana gemela. Cada vez que unos gemelos llegaban al campo de concentración, Mengele sentía una satisfacción mística. Una pareja más con la que experimentar. Los apartaba cuidadosamente. El infierno vendría después. Eva relató que en uno de los ensayos, el hombre que quiso ser un ángel caído, enfrentarse a Dios, pero que acabó apodándose el ángel de la muerte, llevó a varios pares de gemelos a una sala donde los mantenía desnudos ochos horas. Comparaba las partes de sus cuerpos. Tranquilamente. Como un sastre a la medida del averno. Luego concluía si los milímetros coincidían. Lo apuntaba todo en una libreta entre unos gritos que harían arder el papel. Eva contó también que en un laboratorio les inyectaban «hasta cinco sustancias diferentes». Sus piernas se inflamaron. Tuvo que arrastrarse para llegar a una camilla. «Si yo hubiera muerto, a mi hermana la habrían asesinado con una inyección en el corazón. Mengele habría hecho una autopsia comparada». Era su forma de actuar. Fueron liberadas. Tenían once años. Eva mantuvo toda su vida que había que perdonar. Y en ello se afanaba en las conferencias que dio. Tal vez eso la mantuvo en este mundo setenta y cinco años más. Con el recuerdo de la mirada de Mengele. Hay quien no entendía esa postura. Pero no estamos juzgándola sino contando su historia. Se casó. Vivió en EE UU. El río siguió fluyendo. Mengele pierde un testigo del horror indecible. La memoria que no debe desvanecerse ahora que las esvásticas cruzan aceras. Eva respiró el mismo aire que otros a los que inyectaron productos químicos en los ojos para cambiar su color, soportaron cirugías sin anestesia en las que los cosían por la espalda para estudiar a los siameses, a los que cambiaron el sexo y murieron en el intento o fueron obligados a copular para experimentar con los hijos nacidos de hermanos. Amarró los pechos de una madre para que no pudiera amamantar a su pequeño y cronometró el tiempo que el bebé aguantaba sin alimento. Fueron siete días. Descanse en paz.