Fatih Akin, la peor cara de Alemania escandaliza en la Berlinale
El director alemán de origen turco se ha cansado de tanto prejuicio alrededor de su cultura, sus ideas y su nacionalidad, y ha escandalizado a la Berlinale con un filme violento
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El director alemán de origen turco se ha cansado de tanto prejuicio alrededor de su cultura, sus ideas y su nacionalidad, y ha escandalizado a la Berlinale con un filme violento.
Walter Benjamin sostenía que la crítica de un cuadro, una escultura o una partitura musical modificaba la propia obra creativa y, por el mero ejercicio de la reflexión, también la conciencia del crítico. Una relación que perpetuaba en el tiempo (futuro) la vida del arte y el pensamiento que gravitaba alrededor de su órbita.
El director Fatih Akin, alemán de origen turco, se ha cansado de tanto prejuicio alrededor de su cultura, sus ideas y su nacionalidad, y ha escandalizado a la Berlinale con un filme violento que actúa como espejo y reflejo de nuestras realidades. La película (tan descarnada como, según los expertos, plúmbea, excesiva, larga y monótona) es un recordatorio de lo que el hombre también es capaz de hacer en el democrático Occidente.
Ha sido algo así como una bofetada contra aquellos que van por ahí paseando moralismo y abanderando virtuosidades. Contra ese mundo de ejemplaridades asumidas ha rodado una cinta taraceada de fealdades, con seres grotescos, de pantalones meados, encías desplobladas de esmaltes y pelos grasos. El protagonista es un «serial killer» que existió en Hamburgo durante la década de los 70: Fritz Honka. Un Torrente, pero en versión grotesca, malvada y desprovisto de cualquier gracia; un prenda cojitranco, giboso, artero y amoral que se dedicaba a matar ancianas en su apartamento, esconder los restos descuartizados en un hueco de su vivienda y culpar de los incómodos olores de la putrefacción a los guisos de los vecinos griegos, que ya se sabe lo que comen esos individuos.
Todavía no está demasiado claro si el hastío de los asistentes proviene de una historia incómoda o de la duración excesiva del metraje, que arrastra consigo una pátina «comicera», como en la estela de Tarantino pero sin su talento, y que no suma nada. Akin, que había recibido idolatrías y bendiciones en anteriores concursos, se ha desmarcado con este Jorobado de Notre Dame alemán con una desmedida inclinación por el vodka.
Un Quasimodo que no ha caído demasiado bien entre las bienpensantes y acomodaticias mentes de hoy, habituadas a las complacencias de Instagram. Y es que siempre resulta molesto descubrir que entre nosotros caminan monstruos.