Obituario

Faustino Menéndez Pidal, la heráldica española se queda huérfana

El también director honorario de la Real Academia de la Historia fallece a los 94 años.

El historiador dedicó su vida a la ingeniería a pesar de que su vocación fuera el estudio del pasado
El historiador dedicó su vida a la ingeniería a pesar de que su vocación fuera el estudio del pasadolarazon

El también director honorario de la Real Academia de la Historia fallece a los 94 años.

Durante la noche del 20 de agosto pasado, moría en su casa solariega de los Navascués, en Cintruénigo, Faustino Menéndez Pidal de Navascués, a punto de cumplir los noventa y cinco años, y siguiendo la costumbre que ha sido siempre norma permanente de su vida: con discreción y sin molestar a nadie. Don Faustino Menéndez Pidal había nacido en Zaragoza el 15 de noviembre de 1924, en el seno de una familia cuya estrecha relación con los estudios históricos no es necesario pormenorizar aquí. Sobrino nieto de quien fuera director de la Real Academia de la Historia, el inolvidable Ramón Menéndez Pidal, maestro de varias generaciones de historiadores y medievalistas, y pariente, por tanto, de tantos otros investigadores de la lengua y de la historia española. Curiosamente, sus primeros estudios no estuvieron dirigidos a nada concerniente a los saberes históricos, ya que se matriculó en la escuela de Ingenieros de Caminos, Canales y Puertos en la Universidad Politécnica de Madrid, donde culminó sus estudios el año 1952. Luego, aunque se dedicó profesionalmente al ejercicio de su actividad como ingeniero, su verdadera vocación estuvo siempre dirigida al estudio de nuestro pasado y, especialmente, al de esas ciencias instrumentales de la historia, como la heráldica, la sigilografía y la genealogía, de las que ha llegado a ser maestro incontestable. Así lo reconoció la Real Academia de la Historia cuando el 26 de abril de 1991 le eligió por unanimidad miembro de número de esta docta corporación, cuyo acto de ingreso se llevó a cabo el 17 de octubre de 1993 con la lectura de su discurso, «Los emblemas heráldicos». Una interpretación histórica en el que, a lo largo de más de ciento veinte páginas de densa erudición, nos ofrece un estudio serio y riguroso de los orígenes y evolución de esta ciencia instrumental –a la que se ha conocido como ciencia heróica–. Somos muchos los estudiosos que opinamos que, con la publicación de sus numerosos trabajos, se puede hablar de un antes y un después de la ciencia heráldica española, a la que ha ayudado decisivamente a convertir en una disciplina moderna y valiosa mediante la aplicación de estrictos criterios científicos.

Una lista interminable

Elegido vicedirector de la Real Academia el 11 de diciembre de 2009, desempeñó al fallecimiento de don Gonzalo Anes, en marzo de 2014, la dirección efectiva, hasta su nombramiento como director honorario el 12 de diciembre de 2014. Igualmente, don Faustino fue elegido, en su día, miembro de número de la Academia Internacional de Heráldica, de la que llegó a ostentar el cargo de vicepresidente. Fue director de la Real Academia Matritense de Heráldica y Genealogía (1993-2009) y miembro, igualmente, de un incontable número de academias, centros y sociedades científicas, cuya relación haría esta lista interminable. Estaba en posesión de la gran cruz de Alfonso X el Sabio. Pero por encima de todos sus méritos, quiero destacar que todo ello iba acompañado de una cualidad que hace a nuestro homenajeado verdaderamente digno de toda loa. Esta era –y doy buena cuenta de ello–, que don Faustino era una buenísima persona, un caballero de los que cada vez quedan menos incapaz de una mala palabra ni de una mala acción y del que puedo afirmar que, si hubiera podido leer estas líneas, lo habría pasado muy mal por su natural modestia, completamente alejada de todo tipo de vanidades personales. Para mí, dentro de la tristeza que me embarga en estos momentos, supone una gran satisfacción la redacción de estas líneas. En primer lugar, por el recuerdo de tantos entrañables momentos en su casa palacio de Cintruénigo, en aquel ambiente cargado de historia y de recuerdos familiares, con la insuperable compañía de su mujer, Inés, que hizo siempre cierto el viejo aforismo de que detrás de un gran hombre hay siempre una gran mujer.

En segundo lugar, porque, además de los fuertes lazos de amistad que nos unían desde hace más de cuarenta años, éstos fueron acrecentándose con una estrecha y fructífera colaboración. Por ello he de manifestarle aquí mi reconocimiento, porque son incontables las cosas que he aprendido de su mano y que me han llevado a considerarme su discípulo. Sirvan por tanto estas palabras mías como agradecimiento por todo ello.