Gay Talese: mirar por la cerradura ajena
El periodista levanta una polvareda tras publicar en «The New Yorker» la historia, que encubrió, de un dueño de motel «voyeur» que espiaba a sus huéspedes durante el sexo.
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El periodista levanta una polvareda tras publicar en «The New Yorker» la historia, que encubrió, de un dueño de motel «voyeur» que espiaba a sus huéspedes durante el sexo.
Desde que Truman Capote se sentara en chirona con los dos asesinos de «A sangre fría» y les diera voz y voto (elegirlos como punto de vista era, en parte, darles carta de naturaleza), el Nuevo Periodismo ha vivido en el alambre entre ficción y realidad, entre escuchar y participar. ¿Dónde esta el límite?
En «La literatura de la realidad» (1995), Gay Talese se posicionaba: «Quiero libertad para moverme y dar al lector bastantes cosas diferentes que mirar. No busco puros primeros planos, como en un documental. Quiero interacción, conversación, conflicto». Es decir, entrar a lo bonzo en la realidad o en aquel espejo que Stendhal –un «voyeur» del alma– aspiraba a pasear por las calles. Ahora, Talese está (vuelve a estar, porque no es ni mucho menos la primera vez) en el ojo del huracán por su manera mestiza y polémica de entender el periodismo como un ejercicio de literatura y la realidad como materia exclusiva de los libros. Un reciente y largo reportaje publicado en «The New Yorker» titulado «El motel del voyeur» es el culpable de que el admirado maestro de periodistas se vea a sus 84 años vilipendiado en Twitter y mirado de reojo por la Justicia.
Tras la trampilla
«Conozco a un hombre casado y con dos hijos que compró un motel de 21 habitaciones cerca de Denver hace muchos años con el objeto de convertirse en «voyeur» de sus residentes». Con este inicio, que podría recordar a aquel «Wakefield» de Hawthorne en el que hay no poco de «vouyerismo», Talese nos introduce en la historia verídica de Gerarl Foos, quien, desde los sesenta hasta 1995, año en que cerró las instalaciones, espió a parejas manteniendo relaciones sexuales: jefes con secretarias, parejas de novios, hombres con hombres, lesbianas... Nunca hizo una sola grabación de los encuentros, pero fue puntualmente observando y tomando notas de las conversaciones que derivaban en el coito y de numerosos datos de los participantes. Se servía de unos huecos practicados en la pared camuflados con rejillas de ventilación. Su interés, asegura Foos a través de Talese, no era enfermizo, sino humano, sociológico.
Sin embargo, a ojos de la Justicia la cuestión no tiene vuelta de hoja: Foos cometió un delito. Y (lo que en realidad ha generado toda la polémica) Gay Talese lo encubrió durante más de 30 años, desde que en los 80 Gerarl Foos acudiera al escritor con el clásico «tengo una historia para usted», seguramente, a juzgar por las fechas, dentro de la monumental investigación del periodista para la no menos controvertida «La mujer del prójimo» (1981).
El italoamericano no sólo lo encubrió, sino que se implicó personalmente en la historia de este voyeur. Viajó a Denver y espió por el mismo hueco del dueño del motel a fin, dice, de asegurarse de que la historia era cierta. Durante décadas, sólo él y la mujer de Foos supieron lo que sucedía. Talese guardó el secreto del propietario, que le pidió no publicar la historia hasta dar su consentimiento. Una vez obtenido, el periodista ha lanzado este «aperitivo» en la influyente «The New Yorker» como parte de la campaña de promoción del libro que saldrá en otoño. El impacto de la historia de Talese (o, específicamente, de su participación en ella) ha sido notable en Estados Unidos y, aunque probablemente no derivará en responsabilidades penales (ya que los delitos podrían haber prescrito), relanza el eterno debate sobre los límites del periodismo y del arte en general y el papel del autor como testigo o implicado.
Nada que le sea ajeno a Talese, para quien sus crónicas son parte esencial de su vida. Con «La mujer del prójimo», recibió halagos y andanadas por igual con un fresco periodístico sobre la liberación sexual desde los años 50 a los 70. No fueron pocos los críticos que ironizaron sobre el trabajo «in situ» de campo que había realizado Talese en lupanares de lujo, casas de orgías hippies, mansiones «Play boy»... La gestación y publicación de aquel libro, reconocería el escritor, afectó seriamente a su vida conyugal.
Del mismo modo, obras como «Honrarás a tu padre» (1971) lo sitúan en el punto de conflicto entre el mero transmisor y el testigo de cargo. Un entonces joven plumilla hijo de emigrados trabó conocimiento con el nuevo padrino de los Bonano, una de las familias más poderosas del crimen organizado. Aquel testimonio estremecedor de la vida «dentro» de la Mafia, una obra, en resumen, equiparable a «El padrino» de Puzzo, no se libra en cambio de las dudas deontológicas. ¿Por qué Talese habla en un libro y no en un juzgado?