La genial desgracia de Maria Callas
El sábado se cumple un siglo de su nacimiento; repasamos hoy los últimos meses en la vida de la mujer más grande de la ópera, que resultaron extenuantes
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Cada vez que iba a París me acercaba a la avenida George Mandel y me paraba frente al número 36, el edificio donde vivía María Callas. Pensaba lo que me gustaría traspasar el portón y subir hasta su casa para entrevistar a la que era un ídolo para todos y, por supuesto, para mí. Nunca pude hacerlo. Ella murió el 16 de septiembre de 1977 y siempre me dije “a la próxima”. No la hubo. Sin embargo, a lo largo de los años he ido recogiendo lo que sobre ella me han ido contando personas que la conocieron y parte de ello se lo traigo hoy a ustedes. Sobre el día 2 se cumplirán cien años desde que nació María Callas. Ninguna figura de la lírica ha llegado a ser tan influyente y popular como la artista oriunda de Nueva York.
Callas no fue sólo un fenómeno musical sino también social. Una figura de un arte minoritario que llegó a ocupar las portadas de la prensa del corazón. Una cenicienta que encontró y perdió su zapato en la lujosa vida social. Pero hoy, por encima de todo, queda su paso por el arte lírico. Sus interpretaciones son admiradas, analizadas y desmenuzadas por aficionados y profesionales. Dejó una herencia imperecedera. Siempre he sentido un especial interés por los últimos años de María Callas y, aún más, por sus últimos días. Esa época de decadencia plena, canora, física, intelectual y afectiva.
Su voz era entonces una pura ruina a la que bien se podrían aplicar las palabras de Pauline Viandot sobre otra colega al final de su carrera: "Sí, es como el Cenacolo de Leonardo da Vinci, las ruinas de un cuadro, pero ese cuadro es la más grande pintura del mundo". Se hallaba muy cansada físicamente, con una total dependencia de los fármacos. No sentía interés por nada y tan solo alguna vez quería hablar de música con alguien que, de pronto, le interesaba. Luego apenas hablaban de música sino de las cosas más simples de la vida. Callas se confesaba desgraciada. Aquellos seres para ella tan queridos como Visconti, Passolini u Onasis habían desaparecido... Se refugiaría en un premonitorio silencio del que ya sólo salió un 16 de septiembre de 1977. Su fiel sirvienta la halló muerta en la bañera. Se justificó como un colapso, pero con sospechosa premura fue incinerada y sus cenizas esparcidas por el mar Egeo. Ni desaparecida dejó de ser centro de atención. Se habló de una excesiva ingestión de pastillas y se levantaron auténticas disputas por sus bienes. Años más tarde muchos de ellos acabaron siendo subastados. Hoy se la recuerda en exposiciones, representaciones, discos y libros en todo el mundo.
En los años setenta su estado era muy depresivo. Pocos saben que fue ayudada por el también desaparecido psiquiatra y escritor Vallejo Nájera, que la invitó a su casa de Sotogrande. "María llegó hecha un desastre, despeinada, sin maquillar, con las medias arrugadas. Era la imagen de la destrucción" me contaría en un almuerzo. El tenor Giuseppe Di Stefano, en una entrevista que conservo grabada y que nunca se ha publicado, confesó que "María no quería vivir, sólo deseaba morir. No paraba de tomar pastillas, para dormir al acostarse y para estar despierta al levantarse". Montserrat Caballé y su marido, Bernabé Martí, fueron de las últimas personas que mantuvieron una cierta intimidad con Callas. Cuando Caballé iba a cantar "Norma" en París, recibió una llamada en el hotel Intercontinental.
Era Callas, dejó un escueto recado: "Llámeme, María". Lo hizo. María la aduló de forma "sui generis": "Tiene usted una voz bonita. Aunque nadie ha cantado Norma como yo, es usted quien más me ha interesado" y le propuso fuese a cenara su casa, con su marido Bernabé, aquella misma noche. Pero se trataba de la noche en que Montserrat había de cantar "Norma". Se lo explicó a Callas y ella, muy suya, respondió: "No se preocupe. Usted no va a cantar Norma esta noche. Se ha suspendido por una huelga. Ya se lo comunicarán". Así fue y los tres cenaron en el piso de la calle George Mandel. Hablaron de música-"Quien cante el trío de Norma puede cantar todo el papel"-, pero también de afectos. "Montserrat, tienes una gran suerte en tener una persona que te quiera y a quien querer", le dijo. Se encontraron después varias veces en Londres, Nueva York y Paris, aunque Montserrat nunca pudo verla sobre un escenario, tan solo en el Carnegie Hall neoyorquino, en la citada gira con di Stefano de 1974. Los contactos siguieron a través del teléfono y el correo. Llegamos así a los últimos meses de la vida de Callas.
En junio de 1977 Montserrat la llamó a París porque iba a cantar "Tosca" en el Covent Garden con la misma producción con que Callas se despidió y quería que la ayudase. El papel, que se lo había ofrecido Helga Schmidt, responsable más tarde del Palau de les Arts, no encajaba por entero en su repertorio. Deseaba pasar por París y pedirla consejo. Callas rechazó la visita, confesando que estaba muy fatigada y que posiblemente se fuese a una isla de Grecia a descansar, pero sugirió que la volviese a llamar. Cuando lo hizo, su criada le confirmó que se había ido a Grecia. Desde allí, el 2 de agosto le envió una postal que decía "E sempre lo stesso, ma ti voglio bene. María".
El día 5 de septiembre Montserrat habló con ella. El regista, el que fuera segundo de a bordo en la producción primitiva, no la dejaba en paz y siempre criticaba "No, no. María lo hacía así y así...", desesperando a Caballé. Callas la animó: "Es un estúpido. ¿Cómo vas a hacer lo mismo que yo, que soy alta, delgada, tengo brazos largos, dedos en punta.. y tu bajita, rellena, brazos cortos... Dile que me llame". El día 9 el regista abordó a Caballé: "Ya se que habló usted con Callas" y no volvió a surgir problema alguno. Caballé llamó a María para darle las gracias y ésta insistió en que se hallaba muy cansada. "¿Pero no has descansado en Grecia?", insistió Montserrat. "Sí, ma mi sento fiacca", respondió. Tan exhausta que una semana después dejaría de latir su corazón. María Callas es, cada día más, una figura de referencia y estudio obligado para cuantos se acercan a la lírica, aunque su estilo no haya podido ser seguido por nadie de sus sucesores. Una revolución interpretativa, quince años de éxito y la gloria eterna. ¿Cuántos pueden decir lo mismo? María Callas tuvo, en su inmensa desgracia, la fortuna de morir a tiempo para convertirse en un mito. ¿Acaso somos capaces de imaginárnosla hoy con cien años? Yo no.