¿Por qué los 700 arcabuceros españoles que salvaron a Viena y a Europa de los musulmanes eran todos del mismo pueblo?
El sultán Soleimán estaba a punto de tomar la capital del Sacro Imperio Romano Germánico y, desde el este, poner a la Europa cristiana a sus pies
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Quien más, quien menos, ha oído hablar de los históricos tercios españoles, de sus grandes victorias en Flandes, en Francia o Alemania, de sus gestas heroicas y también, por supuesto, de sus (pocas) derrotas. Fueron la punta de lanza del Imperio español en Europa y la mejor infantería del mundo durante más de un siglo.
Sin embargo, lo que no todo el mundo conoce es que, más allá de sus hechos de armas en lo que fueron las posesiones de los Austrias defendiendo territorio de la Monarquía Hispánica, también participaron en otras batallas muy lejos de suelo patrio, defendiendo a la cultura occidental de los turcos y de una (nueva) invasión musulmana de Europa, esta vez desde el este, a través de Austria.
Desde su irrupción en Europa, con la conquista de Constantinopla por Mehmed II el año 1453, el poderío turco en el continente no había dejado de ir en aumento. El sultán Solimán el Magnífico, tras acceder al trono en 1520, pidió al rey Luis II de Hungría que le rindiera tributo. El joven rey húngaro hizo matar a los embajadores como respuesta. Solicitó apoyo al emperador Carlos V, pero este tenía comprometidas sus tropas en Italia en respuesta a las agresiones de Francisco I de Francia, quien había prometido en carta escrita al sultán turco estando preso en Madrid que abriría un segundo frente en el oeste de Europa para que los otomanos avanzaran por el este.
El archiduque Fernando de Austria (1503-1564, emperador del Sacro Imperio Romano Germánico con el nombre Fernando I desde 1558), hermano menor de Carlos V, reclamó el trono y fue elegido rey de Hungría después de la muerte de su cuñado Luis II en la batalla de Mohács el 28 de agosto de 1526, lo que provoca una invasión turca en el otoño de 1529. El 27 de septiembre de ese año las tropas otomanas iniciaron el asedio de Viena, capital del archiducado de Austria. Se desconoce con precisión el número de efectivos, y las estimaciones van desde 90 000 hasta 200 000 hombres. Entre ellos estaban los jenízaros, el cuerpo de elite de las tropas otomanas.
Su punto culminante llegaría con la victoria del ejército otomano en la batalla de Mohács (29 de agosto de 1526), que supuso la destrucción del ejército húngaro, así como la muerte del soberano Luis II de Hungría. Ese día, en los piélagos del Danubio los magiares fueron aniquilados en pleno, en sólo hora y media: cayeron magnates magiares, los obispos que fueron a luchar y el propio rey, que contaba sólo veinte años.
El sultán no recogió la corona húngara que estaba libre, pero se aseguró, sin embargo, la obediencia de «30 reinos» y se autoproclamó «emperador de emperadores, príncipe de príncipes y sombra de Dios sobre ambos mundos». Parecía como si los otomanos arrasaran a un Occidente débil como once siglos antes lo hicieran los germanos con los romanos
Desde este instante, la ciudad de Viena iba a quedar en primera línea, asumiendo un papel clave en la estrategia militar imperial. No pasaría mucho tiempo después de Mohács hasta que la ciudad se viera amenazada por las armas turcas. Tan sólo tres años después, en 1529, Soleimán encabezaba el mayor ejército que había pisado suelo europeo hasta ese momento. Su destino no podía ser otro que la capital imperial: Viena.
En aquel momento, estaba aún muy reciente en Europa, no habían pasado 40 años aún, la expulsión de los árabes de España, tras la rendición en 1492 del reino nazarí de Granada, poniendo así fin a cerca de ocho siglos de presencia en la península y, por tanto, en suelo europeo.
Por eso ahora, el temor a otra invasión estaba en la mente de todos. Viena se convertía en la nueva frontera entre el Sacro Imperio y el Imperio otomano, o lo que es lo mismo entre la Cristiandad y los infieles, de tal modo que la batalla que había de librarse a sus puertas era decisiva para el destino de todo Occidente.
El muy español Fernando, rey de Hungría y archiduque de Austria, (tan español que había nacido en Alcalá de Henarés en 1503) se movió a toda prisa, pero no pudo evitar que, acabando el verano de 1529, un gigantesco ejército que rondaría los 150.000 hombres, se plantara a las puertas de Viena . Al frente, Soleimán en persona.
Los defensores austriacos de la ciudad, entre 17.000 y 24.000 según las fuentes (más de siete atacantes por cada defensor), no recibieron demasiada ayuda exterior en número, pero sí en cuanto a la calidad y, de hecho, los que se sumaron fueron relevantes. Destacaron 1.500 lansquenetes alemanes y 700 arcabuceros españoles de Medina del Campo enviados por la reina viuda María de Hungría, hermana de Fernando, que habrían de ser determinantes, dirigidos por el conde Nicolás de Salm, un veteranísimo guerrero belga de 70 años que llevaba en combate desde los 17, se había distinguido en Pavía y ahora tenía que cerrar Viena frente a los turcos.
¿Qué hacían allí 700 arcabuceros? Sostener al rey Fernando, hijo de Felipe el Hermoso y de Juana I de Castilla, precisamente. Siete años atrás, Fernando, en tanto que archiduque de Austria, había intentado entrar en Viena, su capital, pero los patricios de la ciudad le habían cerrado el paso. Pidió el hermano de Carlos I ayuda a España, a su patria, y en Medina del Campo se plantó un banderín de enganche para reclutar soldados.
¿Y por qué Medina del Campo precisamente? Pues porque la ciudad había sido clave en la sublevación comunera contra Carlos V, lo que le había valido un severo castigo. Ahora, perdida su prosperidad trataba de congraciarse con el Emperador contra el que se habían rebelado y, además, para sus jóvenes era una forma de buscarse la vida y ganar gloria y fortuna.
Los arcabuceros atravesaron Europa en dirección a Viena por territorios hostiles y cuando por primera vez las tropas castellanas entraron en Viena, se encontraron con un ambiente terrible y un idioma y unas costumbres que les resultaban extrañas. La población, mayoritariamente protestante, recelaba de los españoles, fanáticos católicos y decididos a defender su santa religión hasta la muerte. Este era el estilo de los tercios españoles del siglo XVI.
Una vez la “hysspanisch khnecht” llegó a Viena, el archiduque Fernando “citó” al Cabildo de Viena a Wiener Neustadt, a 40 kilómetros de Viena donde situó la Corte después del desacato de la ciudad. El tribunal condenó a muerte al alcalde y a los siete concejales que terminaron en la horca, en la misma Plaza Mayor de Wiener Neustadt el 11 de agosto de 1522.
Ahora aquellos arcabuceros estaban allí, en Viena, quizás muchos pensarían que en sitio y el momento equivocados, pero la historia demostraría que no.
Según relata José Javier Esparza en su libro “Tercios”, Salm convirtió la ciudad en una fortaleza inexpugnable: hizo salir a todos los que no estaban en disponibilidad de combatir, ordenó acumular en el interior todos los víveres existentes, arrasó todo el campo más alla de las murallas, cubrió de empalizadas la orilla del Danubio...”
Para evitar que el rebote de los disparos hiriera a los defensores, hizo levantar los adoquines de piedra de la ciudad y edificar con ellos una segunda muralla dentro de la antigua.
Los 700 españoles se situaron en la muralla sur, lugar especialmente vulnerable por eso uno de los puntos más probables de penetración otomana y repelieron uno tras otros los intentos de asalto salvando a la ciudad de caer.
El día 29 de septiembre tuvo lugar una escaramuza que fue célebre. Soldados de los tercios y otros de infantería sorprendieron a un grupo de turcos que habían dejado sus armas amontonadas, comiendo uvas en una viña junto a la Schottentor. Los tercios les persiguieron y acecharon empujándoles hasta el Danubio, donde fueron abatidos o ahogados por sus aguas 1.500 hombres.
Cabe decir que a Salm también le ayudó la lluvia. Llovió mucho en aquellas fechas, tanto que el asedio se convirtió en un auténtico infierno para los otomanos. Las mismas armas de fuego que les habían dado la victoria en Constantinopla, Rodas y Belgrado, ahora quedaban inutilizadas por las lluvias y el campo de batalla era un barrizal impracticable.
Además, y a pesar de su superioridad numérica, el ejército otomano estaba mal equipado para un asedio. Los jenízaros intentaron una y otra vez asaltar las brechas de la muralla, pero las alabardas de los lansquenetes alemanes y los arcabuceros españoles les cerraron el paso.
La falta de provisiones, las bajas (entre 15.000 y 20.000 soldados) y la impotencia empezaron a hacer mella en las tropas otomanas.
Según una crónica turca del asedio describe una salida de españoles al mando de Jaime García Guzmán, natural de Medina, para destruir las minas que amenazaban las murallas de Viena. La acción no tuvo éxito y el medinense murió en la refriega, pero el contraataque de los tercios infligió una severa derrota a los otomanos.
El 13 de octubre, Soleimán tomó una decisión drástica: se le estaban acabando los víveres y el tiempo empeoraba así que lo intentó una última vez: “tres gruesas columnas de jenízaros cargaron sobre los muros de Viena; quizá la acumulación del mayor número posible de hombres lograría imponerse sobre los defensores a pesar de la estrechez de las brechas. Pero no: los arcabuces de los españoles y las alabardas de los lansquenetes trituraron a los atacantes. Dos horas de sangre y fuego. Veinte mil jenizaros quedaron muertos en el campo”, relata Esparza en su libro.
Finalmente, Soleimán se retiró a mediados de octubre a Constantinopla, pero la decisión llegaba tarde para sus ejércitos. la lluvia había dejado los caminos impracticables, el frío del otoño centroeuropeo azotaba a hombres y bestias y los imperiales, victoriosos, no dejaron de hostigar al enemigo en su retirada. En aquellas guerrillas de acoso brilló el nombre del español Juan de Manrique.
Al final de la batalla, el ejército otomano perdió entre 14.000 y 30.000 hombres. Los defensores de Viena tuvieron entre 1.500 y 2.000 bajas mientras que de los 700 arcabuceros llegados desde Medina del Campo, solo 250 sobrevivieron al asedio.
Nicolás de Salm murió en 1530 a consecuencia de las heridas recibidas. Su sarcófago renacentista puede verse en la iglesia Votiva de Viena.
El sultán quiso intentar de nuevo la conquista de la ciudad tres años más tarde, en 1532, pero encontró a los defensores apoyados por un gran ejército bajo el mando, ahora sí, del emperador Carlos V, y no pudo acercarse a ella.