La propaganda soviética en la guerra civil
Koltsov y Ehrenburg hablaron como soviéticos, pero vivieron como burgueses
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El aparato de propaganda jugó un papel decisivo para los intereses soviéticos en plena Guerra Civil española. Dos nombres sobresalen por encima de todos: los de Mijail Koltsov e Ilia Ehrenburg. El corresponsal del «Pravda», Koltsov, llegó a la Península el 8 de agosto de 1936, permaneciendo en ella hasta el 6 de septiembre del año siguiente. Nacido en Kiev hacía 38 años, era judío y había combatido en el Ejército Rojo durante la Revolución. Poco después se incorporaba a la redacción del periódico del X Ejército. En el «Pravda» colaboraba desde 1920, hasta que fundó después el semanario «Ogokek» y dirigió la revista satírica «Kokodril», cuyo estilo humorístico plasmaría después en algunas de sus crónicas. Viajero incansable, visitó numerosos lugares de Asia y de Centroeuropa, especialmente, Alemania, Hungría y Yugoslavia. La primera vez que pisó España fue en 1931, recién proclamada la República, desplazándose de Madrid a Bilbao y Sevilla.
Koltsov era un hombre menudo, inteligente y locuaz, a quien Ernest Hemingway retrató bajo el nombre de Karlov en su célebre novela «Por quién doblan las campanas». Fue él quien advirtió a los dirigentes comunistas del peligro que suponía para los intereses de la República que los numerosos presos fascistas pudiesen alistarse en las filas nacionales si éstas ocupaban Madrid. En su entrevista con el Comité Central del Partido Comunista, instó a sus miembros a que se fusilase a los reclusos de las cárceles madrileñas, en un claro anticipo de las matanzas de Katin. Sus consejos fueron seguidos al pie de la letra, y centenares de presos, entre ellos, el gran comediográfo Pedro Muñoz Seca, fueron fusilados y enterrados en fosas comunes en Paracuellos del Jarama.
El propio Hugh Thomas no dudaba en afirmar que Koltsov era un agente personal de Stalin en contacto directo con el Kremlin. Visitó todos los frentes, incluso los del norte, participando en ofensivas contra el Alcázar de Toledo, y recogió todas sus experiencias en su «Diario de la Guerra de España», un libro importante para conocer detalles y protagonistas de la retaguardia y el frente, pero demasiado partidista.
Justicia poética
Koltsov fue, en suma, un combatiente ruso más a través de sus artículos y reportajes, y en alguna ocasión incluso disparando un fusil. A su regreso a la Unión Soviética corrió allí la misma suerte que los falangistas a los que tanto odiaba: murió fusilado en febrero de 1938. La envidia de su nuevo jefe Mejlis por el éxito cosechado por Mijail Koltsov en su cobertura de la guerra en España, que le hizo merecedor de la Orden de la Estrella Roja nada menos, pudo tener algo que ver en su trágico final.
Otro periodista soviético que jugó un papel propagandístico de primer orden en España fue Ilia Ehrenburg, que al llegar a nuestro país tenía cuarenta y cinco años. Ucraniano, igual que Koltsov, su personalidad era muy distinta a la de aquel. Fue corresponsal durante la Primera Guerra Mundial en el frente francés y, al producirse la insurrección de octubre en su país, regresó a la Unión Soviética para establecerse después en Berlín, París y Bruselas.
Viajó a Asturias durante la Revolución de Octubre de 1934 y alentó la campaña para presentar a los mineros como verdaderas víctimas de los enfrentamientos armados, entrevistando incluso a algunos de ellos. Recién llegado a España en agosto de 1936, puso en marcha su maquinaria propagandística en favor de los intereses comunistas y soviéticos que defendía. Visitó Madrid, Valencia, Toledo, y los frentes de Guadarrama y Aragón. Más tarde, adquirió un camión y lo acondicionó para sus fines proselitistas con una imprenta portátil, unos altavoces por los que hacía sonar canciones revolucionarias rusas, y una colección de películas, entre ellas, «Los marinos de Kronstat», que proyectaba cada vez que podía en su periplo por el frente de Huesca.
Estaba en contacto permanente con el embajador soviético Marcel Rosenberg, a quien informaba de todas las vicisitudes en Cataluña. Tras la batalla de Guadalajara, se instaló en el madrileño hotel Palace, convertido entonces en hospital. Se quejaba de lo mal que se comía allí y de la falta de calefacción, por lo que solía visitar el hotel Florida donde se alojaba Mijail Koltsov. Valentín González, apodado «El Campesino», le retrató así: «Este escritor judío-soviético se había pasado toda la guerra española viviendo en los más elegantes hoteles y viajando en los más lujosos automóviles, todo a costa del pueblo español». Fallecería en 1967 de muerte natural, algo insólito entre los ciudadanos soviéticos que participaron en la Guerra Civil española.