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La minuciosa creación de la estatua sedente de Kefrén

La escultura, que fue descubierta en 1860, está esculpida en un único bloque de roca diorita, de brillante color negro y de extrema dureza
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Es considerada una obra maestra del arte estatuario egipcio. Una creación que continúa fascinando a los viajeros que acuden a verla en El Cairo, y cuya belleza se debe en parte a su gran conservación. La estatua sedente del faraón Kefrén, hijo de Keops, fue esculpida hace nada menos que 4.500 años, y fue realizada para ser vista de manera frontal: mide 1,68 metros de alto, 57 centímetros de ancho y 96 de largo. Unas dimensiones que no serían nada fáciles de alcanzar si se tiene en cuenta ya no la época histórica, sino también el material con el que se hizo la escultura. La obra fue esculpida en un único bloque de roca diorita, de brillante color negro y de extrema dureza.
Por tanto, tallar una piedra como la diorita, y además con semejantes dimensiones y tanto detalle como el que contiene la estatua de Kefrén, es un trabajo tanto costoso como digno de un autor con talento. Se trata de una estatua de gran calidad artística, finamente labrada y bastante pulida, lo que refuerza el sentido poderoso e imponente del faraón. Así, para alcanzar una profundidad en la obra, ésta habría partido de un bloque cúbico de diorita, sobre el que se marcó la parte frontal y las laterales. Con esto, tallaría hacia el interior, hasta que todos los puntos de vista coincidieran.
Se trata, por tanto, de una de las obras más emblemáticas del Antiguo Egipto, la más sorprendente que se hizo del faraón Kefrén, aunque no la única. También destaca la, quizá, más conocida Gran Esfinge de Giza, cuyo rostro, según los expertos, pertenece al hijo de Keops, representado en este caso con cuerpo de león. En el caso de la obra sedente, se representa a un Kefén con físico perfecto: joven, atlético, vestido con un faldellín y una barba postiza, característica de su cargo. Con una media sonrisa y una mirada que se pierde en el infinito, en el carácter de la escultura destaca su esencia más poderosa.
Tras la cabeza del faraón, se esculpe un halcón, que representa al dios Horus, con el que se identificó siempre Kefrén, y cuyas alas se despliegan alrededor de su cabeza, simbolizando protección. Los brazos del faraón están pegados al cuerpo, con ambas manos sobre las rodillas, y el cuerpo sentado sobre un trono que aumenta su imagen de ser divino. Un asiento rematado por patas en forma de garras de león, con plantas de loto y papiro, que representan la unión del Alto y el Bajo Egipto.
La escultura sedente fue hallada en 1860 durante unas investigaciones en Giza por el francés Auguste Mariette, quien entonces era el jefe del Servicio de Excavaciones de Antigüedades de Egipto. Cuál sería su sorpresa cuando, a 500 metros de su pirámide, descubrió siete esculturas que representaban al faraón. Así lo escribió Mariette en su diario: “Se trata de siete estatuas que representan al rey Kefrén. Cinco de ellas se encuentran mutiladas, pero las otras dos están completas. Una de ellas presenta un estado de conservación tal que podría pensarse que salió ayer de las manos del escultor”.
No obstante, esta obra estuvo a punto de no permanecer en Egipto, pues su descubridor era francés. Afortunadamente, la falta de fondos que derivaron de la campaña de excavaciones de Mariette, hizo que sufriera un parón y que el país galo no pudiera hacerse con la pieza: “Unos cientos de francos más, y la estatua estaría hoy en el Louvre”, escribió el experto en su diario. Permaneció en el Museo Egipcio de El Cairo hasta 2017, año en que se trasladó al Gran Museo Egipcio, cercano a la pirámide de Kefrén.