Viajes
Estos son los cuatro faraones egipcios que debes conocer para comprender el suelo que pisas
Sin la existencia de estos cuatro hombres, casi dioses, el mundo que vivimos sería muy diferente al de ahora
A mí estas cosas me impresionan. Que podamos coger un avión a Egipto y que se nos permita tocar con la punta de los dedos una roca que colocó allí un pobre hombre hace más de cuatro mil años, y que pisemos el lugar exacto que pisaron un tipo de hombres que eran venerados como verdaderos dioses durante un periodo de tiempo mayor al que lleva el cristianismo ocupando la Tierra, a mí todo esto me parece inmenso y fascinante. Ahora vivimos una era diferente y no somos capaces de apreciar plenamente la influencia que algunos faraones tuvieron durante los siglos (y milenios, qué caramba) anteriores a Cristo. Algunos de ellos eran más importantes para los suyos que George Washington a día de hoy, o incluso que Rosalía para los adolescentes. Entonces cuando vayamos a Egipto y el guía nos bombardee con una retahíla de nombres de faraones y de datos que abarcan cuatro mil años, lo mejor sería tener este artículo a mano para saber por dónde van los tiros, más o menos. Quién era quién en la compleja sociedad egipcia.
Vamos a echar un vistazo a los faraones más importantes de Egipto, el impacto de sus reinados y, lo más importante, dónde podríamos encontrar vestigios de su existencia en el mundo actual.
Keops
Algunos se sorprenderán al saber que a día de hoy estamos más cerca de la faraona Cleopatra, que Cleopatra del faraón Keops. Solo así podremos hacernos una idea de la enorme extensión temporal que ocupó el reino de los faraones, y comenzaremos a comprender la enorme influencia que tuvieron sobre las civilizaciones griega y romana, que a su vez han servido de base inamovible para la cultura occidental.
Keops pasó a la historia por dos razones: la primera, por ser un faraón cruel y despótico con sus súbditos; la segunda, por ser el percusor de la única de las Siete Maravillas del mundo antiguo que todavía sigue en pie, la famosísima Gran Pirámide de Guiza. Pero resulta que no fue tan mal faraón como se pensaba. Cuando el griego Heródoto viajó a Egipto dos mil años después de la muerte de Keops, se encontró con un complejo entramado de leyendas negras ideadas por los sacerdotes del dios Amón contra este faraón, leyendas que le acusaban no solo de tiránico y cruel, sino también de perseguidor incasable de la rama religiosa de Egipto. Incluso se llegó a decir que prostituyó a su propia hija para financiar las obras de la pirámide. Heródoto escuchó todo esto y lo dejó por escrito, legándonos así una imagen terrible de Keops. No fue hasta siglos recientes que se descubrió que este odio de los sacerdotes hacia Keops se debía a un factor muy comprensible a la par que humano: el faraón quiso sustituir la élite de los sacerdotes del dios Amón por funcionarios de confianza, apartando así del poder a los codiciosos sacerdotes (que irán apareciendo una y otra vez durante los faraones que siguen). Así de simple. Luego Keops murió, el dios Amón sobrevivió y los sacerdotes acordaron ensuciar su nombre con esta leyenda que casi, casi consiguió colarse en los libros de Historia.
Aunque no se sabe demasiado sobre Keops. Se conoce que ordenó construir la Gran Pirámide y que fue enterrado en ella, que organizó un programa de obras públicas muy útil y que siguieron sus sucesores a rajatabla, que mantuvo las defensas en las fronteras del reino y que se enfrentó a los nubios, todo esto mientras establecía las primeras relaciones comerciales sólidas entre Egipto y las tribus/estados/ciudades de Oriente. Luego murió y su cuerpo fue encerrado en esta magnífica construcción que en el pasado estuvo completamente recubierta de piedra blanca, sujetando en su parte más alta una punta de oro de siete toneladas y cuyos 146 metros de altura le otorgaron el honor de ser el edificio más alto del planeta desde el año 2566 a. C hasta el año 1300.... después de Cristo.
Tutmosis III
No nació para ser rey. Resulta que en el antiguo Egipto los faraones tenían varias esposas, pero únicamente la Gran Esposa Real era la encargada de conceder al reino un heredero al trono. La Gran Esposa Real del padre de Tutmosis III se llamaba Hatshepsut pero no tuvo ningún niño, únicamente una hijita llamada Neferure, y, aunque sí que hubo momentos en la historia de Egipto donde podemos encontrar a poderosas faraonas, debemos comprender que 3.000 años es un periodo de tiempo larguísimo y que las mujeres no siempre tuvieron el derecho a gobernar. Tutmosis se convirtió así en el faraón de Egipto tras la muerte de su padre y de la faraona regente Hatshepsut, después de haberse destacado como caudillo militar en una serie de campañas contra los nubios. El año era el 1457 a. C, exactamente 3.000 años antes del nacimiento de Leonardo da Vinci.
Tutmosis tuvo un reinado relativamente largo que le permitió ampliar las fronteras de Egipto a la vez que potenciar las artes, aunque su recuerdo es principalmente el de un faraón conquistador. En un total de 17 campañas militares consiguió hacerse con las ciudades de Megiddo (a 80 kilómetros al norte de Jerusalén), Tunip (al norte de Siria, muy próxima a Alepo) y Qadesh (también en Siria), entre muchas otras, además de extender las fronteras egipcias por el sur casi hasta conquistar por completo el reino de Cush (actual Sudán y norte de Etiopía). Al finalizar su reinado las fronteras de Egipto se habían extendido desde el norte de la actual Etiopia hasta el norte de la actual Siria, desde Libia hasta Arabia Saudita. Y lo mejor es que supo tener benevolencia con sus enemigos, a los que perdonaba la vida tras cada victoria y les instruía en las elaboradas formas administrativas egipcias, para luego devolverlos a sus ciudades de origen con la intención de que las gobernasen en nombre del faraón. Tutmosis III, el rey conquistador, murió como hacemos todos y, pese a ser idolatrado por los suyos durante siglos, lentamente cayó en el olvido hasta que su momia fue encontrada en 1881 en el complejo funerario de Deir el-Bahari (ciudad de Tebas).
Akhenatón
Las triquiñuelas políticas del antiguo Egipto eran incluso más complejos y excitantes que las de Pedro Sánchez. El ejemplo perfecto lo encontramos en Akhenatón. Akhenatón llegó al poder en el año 1352 a. C como lo hacían todos los faraones de su época: buscando desesperadamente el apoyo casi obligatorio de los todopoderosos sacerdotes del dios Amón. Es muy importante que entendamos la influencia, si no el poder, que ostentaban los sacerdotes del dios Amón durante este periodo. El propio padre de Akhenatón procuró restarles un poquito de poder estableciendo un nuevo culto al dios sol en Heliópolis pero no solo no lo consiguió, sino que terminó su reinado derrotado y otorgando todavía más poder a los codiciosos sacerdotes. ¿Podríamos decir que los sacerdotes de Amón gobernaban Egipto en mayor medida que el faraón? Asegurar algo así podría ser un tanto arriesgado pero, si tenemos en cuenta que el pueblo seguía a los dioses y que los dioses eran las marionetas de aquellos sacerdotes, que el faraón era uno solo mientras que los sacerdotes se contaban por cientos a lo largo y ancho de Egipto, y que el faraón vivía un número escaso de años mientras que Amón era un dios inmortal y prácticamente todopoderoso... haga el lector las cuentas para comprobar quién manejaba el cotarro cuando un muchachito de veinte años llamado Akhenatón subió al trono del Nilo.
Entonces se llamaba Amenhotep, como su padre, y fue coronado en el templo de Amón en Karnak, como su padre; todo se llevaba de una manera muy tradicional. Hasta que cinco años después de su coronación y apoyado por su siempre fiel y astuta esposa, la archiconocida Nefertiti (que sobrevivió Akhenatón y fue faraona de Egipto durante un breve periodo de tiempo), el joven faraón comenzó su ofensiva contra el poder de Amón. Su primer gran paso fue el de autoproclamarse sumo sacerdote del dios Atón (dios del sol) para contrarrestar así la influencia religiosa que los sacerdotes de Amón poseían sobre la vida espiritual del pueblo egipcio. A continuación, Amón dejó de ser el dios tutelar de la casa real para serlo Atón en su lugar. Y llevando a cabo un último y genial movimiento, capaz de hacer palidecer incluso al más constreñido de los sacerdotes del dios Amón, el faraón que hasta entonces era conocido como Amenhotep cambió su nombre a Akhenatón, que significa literalmente “el horizonte de Atón”. Punto, set y partido para el faraón. Ya solo le hizo falta ilegalizar el culto a Amón, cerrar sus templos, expropiar los bienes de sus sacerdotes y destruir todos los símbolos posibles sobre este dios que tanto llegó a odiar y que, para bien o para mal, había sido la deidad principal de Egipto desde hacía más de 1.500 años.
Pero fue una pena porque su sucesor, Tutankhatón, se trató de un ferviente seguidor de Amón y restableció su culto por completo, aboliendo rápidamente el culto a Atón y dejando las cosas exactamente igual a como estaban antes.
Ramsés II
Aunque algunas ramas de la tradición judeocristiana tienden a pensar que este era el faraón que se enfrentó a Moisés, la verdad es que dicha información nunca ha sido contrastada del todo (el nombre del faraón no aparece citado en el Éxodo y los hay quienes piensan que en realidad se trataba de Tutmosis III), y los sesenta años de reinado de Ramsés II dan para mucho más que una pataleta bíblica.
Estamos hablando de uno de los mayores faraones de Egipto. A los diez años su padre le nombró comandante de los ejércitos egipcios y desde muy pequeñito fue educado para ser un dios. La figura del faraón adquirió en estos años los tintes más próximos a la divinidad, un hecho que podemos comprobar al viajar en la actualidad al país del Nilo, donde pueden encontrarse más estatuas y representaciones de Ramsés II que de ningún otro gobernante en la historia del país. Al comienzo de su reinado cambió su nombre de nacimiento por el de Ramsés, en alusión al dios Ra, y ordenó grabar este nombre sacrosanto en todos los edificios religiosos del país. Con la idea de conseguir la piedra necesaria para tantas estatuas nuevas y construcciones, no puso reparos a la hora de derruir todos los templos dedicados a Atón que había erigido pocos años antes el faraón Akhenatón, ya por entonces conocido como un faraón hereje. Lo más curioso es que, aunque llegó a viejo, todas las estatuas que podemos encontrar de él representan a un faraón joven y fuerte, en la flor de la vida, probablemente con la intención de recalcar su figura divina e “imperecedera”. Uno de los enormes obeliscos que ordenó construir escenificando sus victorias puede encontrarse hoy en la Plaza de la Concordia de París.
Pero no fueron todo danzas y juegos y narcisismo en el reinado de Ramsés II. También fue un líder militar exquisito, considerado a la altura de grandes estrategas como Alejandro Magno, Julio César o Napoleón. Entre sus aplastantes victorias se cuentan la batalla de Qadesh (Siria) durante su su quinto año de reinado, la ocupación del valle del río Orontes (Líbano y Siria) y un puñado de victorias sobre las cada vez más problemáticas tribus libias. Murió con 95 años y fue enterrado junto a su padre y su abuelo en el Valle de los Reyes, en la que se considera la tumba más grande y fastuosa del enorme cementerio de faraones egipcios.
Tutankamón
Escribiré una nota breve sobre este faraón para que nadie se sorprenda cuando visite Egipto y vea que no aparece su nombre por ningún lugar como no sea un museo. Esto es porque Tutankamón no fue un faraón importante. Podría haberlo sido, si hubiese llegado a los veinte años. Pero la realidad es que este muchacho murió con diecinueve años, quizá por una malaria, y poco pudo hacer en vida. Su fama reside en que la suya es la única tumba de un faraón cuyo interior se ha encontrado intacto a los ladrones que robaron absolutamente todas las demás tumbas halladas en el Valle de los Reyes. Caramba, si su tumba incluso es una de las más pequeñas del complejo funerario... así que sueñen, babeen e imaginen cuántos tesoros guardaron antaño las tumbas de los faraones realmente sublimes como Ramsés II o Tutmosis III.
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