¿Por qué la compra de Alaska a Rusia por parte de los Estados Unidos fue uno de los mejores negocios de la historia?
Este tratado fue negociado y firmado por el Secretario de Estado William Seward y el Ministro ruso en los Estados Unidos, Edouard de Stoeckl, el 30 de marzo de 1867 por un precio de 7,2 millones de dólares
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El 30 de marzo de 1867, Estados Unidos llegó a un acuerdo para comprar Alaska a Rusia por un precio de 7,2 millones de dólares. El Tratado con Rusia fue negociado y firmado por el Secretario de Estado William Seward y el Ministro ruso en los Estados Unidos Edouard de Stoeckl y amplió los Estados Unidos en más de 1.517.000 kilómetros cuadrados, un área de más del doble del tamaño de Texas, todo por el irrisorio precio de alrededor de dos centavos de dólar por cada 4.000 metros cuadrados. Sin embargo, debido a que algunos políticos y periodistas consideraban a Alaska un páramo yermo, esta transacción se conoció popularmente como “La locura de Seward”. Un nombre que perduró hasta nuestros días, sin importar que Seward fuese reivindicado económicamente hace mucho tiempo por el descubrimiento de oro y petróleo y las grandes cantidades de turistas que visitan el estado cada año.
Alaska ha estado poblada por más tiempo que cualquier otro lugar en las Américas, con las primeras personas que cruzaron desde Asia hace no más de 15.000 años. Sin embargo, permaneció desconocido para la mayor parte del mundo hasta 1741, cuando el explorador Vitus Bering llegó, al frente de una expedición rusa atormentada por el escorbuto, y reclamó la tierra para el zar. Los comerciantes de pieles rusos pronto comenzaron a hacer negocios allí, pero pocos se quedaron más tiempo del necesario. De hecho, no surgiría ningún asentamiento colonial permanente hasta 1784, y nunca hubo más de unos pocos cientos de rusos viviendo en Alaska en un momento dado. Lejos de ser autosuficiente, la colonia dependía de las tribus nativas, los británicos y los estadounidenses para obtener suministros, los dos últimos (junto con los españoles y los franceses) habían estado explorando el área desde fines del siglo XVIII.
Un “puesto de avanzada”
Eventualmente, los funcionarios rusos comenzaron a preocuparse de que los colonos estadounidenses algún día invadieran Alaska, como lo habían hecho en Texas. Estos funcionarios también temían perder la colonia casi indefensa ante Gran Bretaña, una potencia naval que había derrotado a Rusia en la guerra de Crimea (1853-1856) y la había dejado devastada por la deuda. Cuando, para colmo, el comercio de pieles declinó, incluso el propio hermano del zar llamó a Alaska un lujo que Rusia no podía permitirse. A fines de la década de 1850, Rusia y Estados Unidos habían iniciado negociaciones preliminares sobre la venta del territorio. Las conversaciones fueron interrumpidas por el estallido de la Guerra Civil Estadounidense, pero no antes de que el Senador William H. Seward, un ferviente expansionista que desempeñaría el cargo de secretario de Estado durante las administraciones de Lincoln y Johnson, declarara que las ciudades y fortalezas de Alaska serían “los puestos de avanzada de mi propio país”.
A los pocos meses del final de la Guerra Civil, Seward planteó el tema de Alaska con Edouard de Stoeckl, el ministro ruso en los Estados Unidos, quien posteriormente recibió la autorización del zar para venderla. Las negociaciones secretas entre Seward y Stoeckl comenzaron alrededor del 11 de marzo de 1867 y, después de trabajar toda la noche, el duo firmó un tratado el 30 de marzo que estipulaba que Estados Unidos compraría Alaska por 7,2 millones de dólares en oro. No obstante y como era habitual en la época, nunca se consultó a la gran población indígena de Alaska. Seward esperaba que el Senado ratificara el tratado ese mismo día. Pero, en cambio, el asunto quedó pendiente durante una semana y media, tiempo durante el cual Seward organizó varias cenas lujosas destinadas a influir en los senadores. La prensa, mientras tanto, apoyó el acuerdo. Pero una minoría vocal, asociada en su mayoría con la facción Republicana Radical del Partido Republicano, la criticó sin piedad, refiriéndose a Alaska con nombres como “Jardín del oso polar de Johnson”, “Walrussia” y “Tierra de las hadas rusas”. Aunque la frase por la que ahora es más conocido, “La locura de Seward”, no se pronunció hasta años después.
“La locura de Seward”
Horace Greeley, editor del “New York Tribune”, encabezó la oposición y escribió, entre otras cosas, que la mayor parte de Alaska era una “carga... que no valía la pena tomar como regalo”. Algunos senadores se mostraron igualmente escépticos, incluso uno bromeó con sus colegas diciendo que apoyaría tomar posesión de la tierra solo si Seward “se ve obligado a vivir allí”. Sin embargo, ese mismo senador fracasó en su intento de retrasar el proceso, y el tratado terminó siendo aprobado el 9 de abril con una votación de 37 a 2. A continuación, el presidente Johnson nombró al general Lovell H. Rousseau para facilitar la transferencia de poderes. Saliendo de Nueva York el 31 de agosto, Rousseau cruzó Panamá y llegó a San Francisco, donde lo esperaban barcos cargados de tropas y suministros. Desde allí, soportó mareos y escalofríos en el lento viaje hacia el norte hasta Sitka, la única ciudad rusa importante en Alaska, llegando el 18 de octubre. Más tarde ese día, se retiró la bandera rusa y se izó la bandera estadounidense en una ceremonia a la que asistieron tropas rusas y estadounidenses y algunos líderes indígenas. Todas las interacciones entre los rusos y los estadounidenses “fueron de carácter amistoso”, informó Rousseau. Las tropas rusas partieron y todos los civiles rusos tuvieron la opción de convertirse en ciudadanos estadounidenses. La historia, sin embargo, no terminó ahí. Con la intención de avergonzar al presidente Johnson, quien fue acusado en febrero de 1868, pero que sobrevivió a la destitución de su cargo por un voto, los republicanos de la Cámara se negaron a asignar dinero en efectivo para la compra. Además, una destacada familia de Massachusetts afirmó que debería recibir parte de los 7,2 millones de dólares como reembolso por las armas que supuestamente proporcionó a Rusia durante la Guerra de Crimea. Finalmente, en julio de 1868, después de que Johnson perdiera la nominación presidencial demócrata, la Cámara de Representantes votó 113-43 para entregar el dinero a Rusia. Una investigación del Congreso determinó más tarde que Stoeckl, el ministro ruso, sobornó a “lobbyist” y periodistas durante este período. Las notas privadas escritas por Johnson y otro funcionario estadounidense sugieren que Stoeckl, con el conocimiento de Seward, también hizo decenas de miles de dólares en pagos ilícitos a miembros del Congreso.
A pesar del escándalo, Seward no perdió tiempo en disfrutar de los frutos de su trabajo y se dirigió a Alaska a los pocos meses de retirarse del gobierno, en 1869. “Había una curiosa mezcla de población y vestuario, rusos en su traje nacional, soldados estadounidenses con sus uniformes azules, Indios con mantas y plumas y comerciantes y viajeros vestidos a la última moda de Montgomery Street, San Francisco”, escribiría años más tarde su hijo.
Por último, Seward predijo que Alaska se convertiría tanto en un estado como en una atracción turística. Hoy en día, una ciudad, una carretera y una península de Alaska llevan su nombre, al igual que la fiesta estatal que conmemora la compra, aquella que una vez fue ridiculizada.