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Cuando la Historia traiciona a sus fundadores

No se puede hurtar a nuestros jóvenes parte del pasado en aras de un criterio ideológico
JUNTA DE ANDALUCÍAJUNTA DE ANDALUCÍA
La Razón

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Hace unos días, en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Navarra, celebramos la adelantada fiesta de nuestro patrón. En la parte final del acto académico el estudiante que recibía el premio extraordinario en el Grado de Historia y Periodismo denunció en su turno de palabra el «presentismo» con que se enseña hoy la Historia, tema actual ahora que el Consejo de Ministros acaba de aprobar la Ley Celaá con una singular concepción de la Historia.
A propósito de la asignatura de Historia de España, la Ley Wert subrayaba su esencial papel «para el conocimiento y comprensión de nuestro pasado y del mundo actual», insistía en «su carácter formativo ya que desarrolla capacidades del pensamiento abstracto (...) como el sentido crítico» y en que «contribuye a la formación de ciudadanos responsables». En el proyecto de Real Decreto ya se podía leer que el «análisis del pasado (...) constituye una referencia imprescindible para entender el mundo actual». Se afirma que la Historia de España «conforma un rico legado que se debe apreciar, conservar y transmitir como memoria colectiva de las generaciones (...) y como fuente de aprendizaje para las que nos van a suceder», se insiste en que con la Historia «se toma conciencia de los factores que condicionan la actuación humana» y se apuesta, para ella, por una «concepción dinámica condicionada por temas que despiertan interés en la comunidad académica y que la sociedad considera relevantes».
Para la ley anterior, la Historia era «conocimiento y comprensión», para la nueva es solo «análisis». Para aquélla, la Historia era útil para entender «no solo nuestro pasado, sino también el mundo actual». Ahora, sencillamente lo es «para entender el mundo actual». Hasta ahora, la Historia tenía un «carácter formativo» vinculado a la crítica de fuentes. Aunque la propuesta de ley ya aprobada incide en la «metodología histórica» y en su «rigor científico», en ella la Historia queda reducida a una «memoria colectiva de las generaciones» sin que la «actitud crítica hacia las fuentes» o la «valoración del patrimonio cultural e histórico» –que se citan como competencias que el alumno ha de adquirir– parezcan jugar algún papel. Se insiste en una «concepción dinámica» de la Historia que debe atender sólo a aquellos asuntos que «la sociedad considera relevantes» restando valor de objeto histórico a todo aquello que, socialmente, no resulte interesante y anteponiendo la «memoria colectiva» y el «relato» al verdadero ejercicio científico. La visión de la Historia de la Ley Celaá es la de una Historia al servicio de los que, se afirma, han sido grandes motores de la Historia, «identidades, creencias, ideas y emociones». Donde esas realidades son palpables en las fuentes hay Historia o una Historia que renta socialmente. Donde esos temas son, por nuestra escasez de testimonios, más difíciles de sondear la Historia parece no valer la pena. Cuando se afirma que lo que se busca con el estudio de la Historia de España es que el alumno pueda «ejercer el conjunto de valores cívicos que enmarca la Constitución» y que su aprendizaje debe dotarse de un sentido práctico «relacionado con el entorno real del alumnado» se está aseverando que gran parte de los episodios de la Historia de España –los anteriores a 1812– son historias antiguas e inútiles.

El interés de la cancelación

Esta concepción traiciona el sentido que tuvieron de ella sus fundadores griegos y romanos, a los que interesa ahora cancelar. Para Heródoto, la Historia debía «evitar que los hechos humanos queden en el olvido» pues aquélla era «nuntia uetustatis», «proclamación de las hazañas antiguas», como escribió Cicerón. El relato y conocimiento de la Historia era para Tucídides un «bien para siempre» si estaba orientado a «una comprensión exacta de los hechos del pasado y de los que, en el futuro, serán iguales», no de aquéllos hechos del pasado admirados por el presente. Luciano de Samósata afirmaba que «escribir Historia con la mirada en el presente para que te alaben los contemporáneos» era practicar una «Historia injusta» pues la Historia, con Polibio, era «dilucidar la estructura general y total de los hechos ocurridos» a partir de su «conocimiento», una sabiduría tal que no existía «otra más clara».
Si miramos a los clásicos y a su concepción de la Historia, en la que bebieron los historicistas del siglo XIX, queda claro que ésta debe estudiar todo el pasado, no solo parte. No podemos hurtar a nuestros jóvenes –y menos en el curso de su formación como ciudadanos responsables, libres, universitarios– parte de ese pasado en aras de un criterio ideológico. Si es responsabilidad de los historiadores recordar lo que la sociedad quiere olvidar, es nuestra obligación denunciar aquello que se quiere que nuestros jóvenes no aprendan para que no puedan transmitirlo como patrimonio identitario a la sociedad venidera.
  • Javier Andreu Pintado es profesor de Historia Antigua y director del Diploma de Arqueología de la Universidad de Navarra.