¿Cómo era un líder militar en tiempos de la Reconquista?
¿Qué capacitaba a un comandante militar en el Medievo de la Península Ibérica? ¿Qué estilos de liderazgo se ejercían? ¿Influía su carácter en el devenir de guerras y batallas?
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En el Medievo, un caudillo militar era también un señor feudal con bien definidos derechos sobre sus vasallos, así como deberes muy concretos hacia sus superiores o semejantes feudales, fuera un caballero, un miembro de la alta nobleza, la cabeza de un poderoso reino o el mismísimo emperador del Sacro Imperio Romano. Todos eran los gobernantes de sus dominios y, precisamente por ello, también los responsables de su defensa y, por lo tanto, los comandantes de las fuerzas a cargo de la misma.
La Iglesia occidental del periodo no escapó a esta realidad: abades, obispos, cardenales y hasta el propio Papa eran, al tiempo que sacerdotes, señores feudales de sus dominios eclesiásticos respectivos –como miembros de la nobleza de ese tiempo, en ocasiones también podían detentar la titularidad sobre feudos ajenos a la Iglesia–, administradores de los mismos y, por supuesto, comandantes de las huestes correspondientes. Baste como ejemplo Diego II Gelmírez, arzobispo de Santiago de Compostela a caballo entre los siglos XI y XII.
Las mujeres de la nobleza y la realeza, en tanto que parte integral de este mismo sistema feudal, también se vieron obligadas a ejercer el mando militar todo lo cerca del campo de batalla que se podía llegar a esperar de cualquier otro señor feudal del momento. Siendo evidente que ellas algún día también podrían tener que hacer valer sus derechos señoriales por medio de la espada, las mujeres de la nobleza recibían igualmente la necesaria formación en el arte de la guerra, la cual saldría a relucir en no pocas ocasiones durante el periodo plenomedieval dentro y fuera del ámbito peninsular.
En la vecindad de un al-Ándalus que, aunque cada vez más debilitado y fragmentado, aún seguía constituyendo una formidable amenaza, y en plena aceleración del complejo proceso histórico que entendemos por Reconquista, los reinos de León, Castilla, Navarra y Aragón, junto al naciente reino de Portugal, presentaban una realidad político-militar interna totalmente acorde al sencillo esbozo que acabamos de plantear unas líneas más arriba. Sometidos a constantes aceifas musulmanas, ocupados en liderar incursiones propias sobre territorio islámico, sumidos en un proceso de expansión que alcanzaría su apogeo a lo largo de este periodo y enzarzados en una multiplicidad de luchas entre los propios reinos cristianos, la variada jerarquía feudal de la cristiandad peninsular hubo de cumplir con su papel de comandantes militares en los más variopintos escenarios. Su desempeño en esta labor, no exenta de sinsabores, legaría a la historia del Medievo algunas de las mentes militares más exitosas de su tiempo.
Así, el batallador Alfonso I de Aragón legó al arte de la guerra medieval innovadoras y audaces estrategias, así el empleo de castillos como herramienta para cercar otras plazas fortificadas, cuya huella arqueológica aún resulta visible en los parajes hispanos. Por su parte, Alfonso I Enríquez, primer soberano de Portugal, fue uno de los más concienzudos estrategas de la Plena Edad Media peninsular, responsable de desarrollar todas sus campañas mediante una meticulosa preparación previa, el empleo de un auténtico Estado Mayor y variadas labores de inteligencia. Esta forma de proceder fue llevada a un nivel superior por Jaime I el Conquistador durante su fulgurante conquista de buena parte del Levante español, la cual compendió en un tratado del arte de la guerra, el «Llibre dels fets», basado en su propia experiencia como militar.
Fernando III el Santo, el gran conquistador castellano-leonés, inauguró el empleo operacional a gran escala de una todavía improvisada armada castellana, la cual cosechó sus primeros laureles durante el asedio y toma de Sevilla. Bajo su bandera, finalmente, el maestre de Santiago Pelay Pérez Correa contribuyó de forma decisiva a las campañas que desembocaron en la conquista del valle del Guadalquivir, hasta el punto de lograr convencer a la mismísima Virgen de detener al sol en su carrera en la decisiva jornada de Tentudía.
A través de sus victorias –y de sus fracasos–, todos ellos dejaron una profunda huella en la Historia de España y, por lo tanto, en el conjunto de la historia europea, dando forma con sus desvelos, sus éxitos y su sangre –esta última con más frecuencia la de sus vasallos que la de ellos mismos– a buena parte del mundo tal cual lo comprendemos hoy en día.
Para saber más...
- Comandantes medievales hispánicos (Desperta Ferro Ediciones - Cuadernos de Historia Militar n.º 5), 144 páginas, 14,95 euros.