El "gran miedo" de la Segunda República que provocó 50.000 muertos: la Quinta Columna
Tras diez años de investigación, Julius Ruiz ofrece la historia completa de la brutal y eficiente guerra que la policía secreta republicana libró contra la Quinta Columna durante la Guerra Civil española
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Cuatro columnas del bando sublevado avanzaban hacia Madrid, sin embargo, la que tenía locas a las fuerzas de la Segunda República era una que no necesitaba acercarse más a la ciudad... Ya estaba dentro. Allí había estado siempre. Como escribe Julius Ruiz en su nueva obra, «La guerra sucia» (Espasa), las malas lenguas extendieron la contundencia de Franco cuando se le preguntó por quién tomaría Madrid: «La Quinta, que espera en la capital».
Aquel concepto, continúa el profesor de la Universidad de Edimburgo, «halló un fuerte eco emocional entre muchos republicanos». La obsesión de estos cambió de dirección y las miradas de preocupación dejaron de estar en exclusiva en el frente por «la posibilidad de ser apuñalados por la espalda por sus enemigos ideológicos en su propia retaguardia».
Fue el «gran miedo» que, para Ruiz, explica buena parte de la Matanza de Paracuellos, en concreto, y del terror revolucionario de 1936, «que se saldaría con unos 50.000 muertos». El temor de los antifascistas a que les asestasen una puñalada por la espalda desencadenó en una represión que buscaba al enemigo dentro de sus filas, señala este hijo de madre orensana y padre madrileño.
No les faltaban motivos. El «contrario» estaba en casa, como recogería la revista estadounidense «Time» tras la toma de Madrid: «Unos 40.000 simpatizantes fascistas, miembros de la Quinta Columna, se habían despojado de su disfraz republicano [y] habían conquistado la ciudad antes incluso de que las primeras tropas de Franco hubiesen cruzado el Manzanares y hubiesen tomado posesión real de Madrid», se firmaba en consonancia con otras tantas crónicas de diarios ultraderechistas y ultraizquierdistas.
El 29 de marzo del 39, el periódico nazi «Völkischer Beobachter» sentenciaba que «la Quinta Columna del general Franco derribó las alambradas y apartó las barricadas para allanar el camino a los libertadores nacionales»; o el diario comunista francés «L’Humanité», donde se arremetía contra «la Quinta Columna de Madrid, [que] preparó la entrada de las tropas invasoras en Madrid, [ciudad] a la que nunca habrán podido vencer, sino solo apuñalar por la espalda mediante la traición».
Como apunta «La guerra sucia», los observadores extranjeros escudriñaban a fondo la Guerra Civil española en busca de datos y detalles que indicaran cómo podría ser la guerra general que se avecinaba en Europa. Y encontraron en la Quinta Columna una explicación de lo que años más tarde sucedería en los Países Bajos y en Francia cuando cayeron en manos de las tropas del Tercer Reich. Así lo recogía entonces el periodista e historiador Louis de Jong en el momento en el que el mariscal Philippe Pétain pidió el armisticio el 17 de junio: «En las mentes del pueblo se arremolinaban los interrogantes y bullía un verdadero hervidero de sospechas, avivado por recuerdos de extrañas apariciones y avistamientos y la Quinta Columna era la presencia que rondaba en todos ellos: una Quinta Columna cuya existencia no se había demostrado en ninguna parte, pero que en todas era temida».
España se convertía de este modo en «una incubadora de varios conceptos novedosos en la terminología bélica moderna», comenta Ruiz. Si bien es cierto que la primera utilización conocida del término aparece el 30 de septiembre de 1936 en un informe redactado por Hans-Hermann Völckers, entonces encargado de negocios alemán en la España republicana, «fueron los comunistas quienes lo popularizaron». Ellos lo atribuyeron a Emilio Mola –nunca salieron a la luz los presuntos comentarios del «director» de la sublevación– y no a Franco. Y fue la «Pasionaria», Dolores Ibárruri, quien hizo la primera referencia pública al mismo desde la portada de «Mundo Obrero» el 3 de octubre: «Cuatro columnas dijo el traidor Mola que lanzaría sobre Madrid, pero que la Quinta sería la que comenzaría la ofensiva. La Quinta es la que está dentro de Madrid; la que a pesar de las medidas tomadas se mueve en la oscuridad [...]. [A] este enemigo hay que aplastar inmediatamente».
Y con ello comenzaba una psicosis que, en parte, tenía razon, pues es cierto que varias redes clandestinas de simpatizantes franquistas afloraron en la España republicana en el invierno de 1936-1937, «aunque no se asemejaran ni de lejos a los fantasmas que azuzaban las pesadillas izquierdistas», escribe el historiador.
No fueron pocos los mandos franquistas que alzaron sus pensamientos sobre la realidad de esta táctica, y estaban en lo cierto, pues en todas y cada una de las pocas ocasiones en que la Quinta Columna se decidió a asomar la cara, obtuvo resultados desastrosos. «La lucha de la policía secreta antifascista contra la Quinta Columna fue mucho más exitosa de lo que sus críticos de entonces y los historiadores posteriores han querido admitir», se afirma.
Julius Ruiz hace referencia al «impresionante florecimiento» de las investigaciones sobre la Quinta Columna franquista en los últimos tiempos. Sobre la base de los pioneros estudios de Pastor Petit (en los años setenta) y Sara Núñez de Prado y Clavell y Javier Cervera (en los noventa), «este corpus historiográfico», advierte el autor, «construido a partir de fuentes archivísticas recientemente disponibles, ha aportado un examen exhaustivo del proceso por el que grupos diversos de antiizquierdistas de toda clase, preocupados ante todo por sobrevivir en zona republicana, fueron fusionándose hasta formar redes autónomas más amplias en la primavera de 1937 capaces de establecer una comunicación regular con los servicios de inteligencia franquista para ayudar al esfuerzo bélico del Caudillo».
A través de todo ello se ha podido evidenciar que, bajo el paraguas del Servicio de Información y Policía Militar (SIPM) del coronel José Ungría Jiménez en Burgos, varias redes quintacolumnistas suministraron a las autoridades franquistas en 1938 cantidades significativas de información de todo tipo sobre sus adversarios «rojos».
«A diferencia de los grupos de resistencia antifascista organizados a gran escala en la Europa ocupada por los nazis durante la Segunda Guerra Mundial, los resistentes clandestinos en la España republicana no llevaron a cabo sabotajes importantes, y solo muy excepcionalmente recurrieron al asesinato político –desarrolla el libro–. Y no lo hicieron, no porque los quintacolumnistas tuvieran unos especiales escrúpulos humanitarios [no eran pocos los que soñaba con matar a sus perseguidores antifascistas], sino porque las propias autoridades franquistas desalentaron toda idea de rebelión, pues esta podría poner en peligro la principal función asignada a sus seguidores “en zona roja”, que no era otra que la de reunir información de inteligencia militar».
Mirando a los estudios anteriores, Ruiz concluye que «puede que la Quinta Columna no ganase la guerra, pero sí garantizó una transición pacífica en el poder hasta la llegada de Franco». Y respecto al nuevo libro, defiende que ha logrado un mejor conocimiento de esa guerra sucia que, sobre todo, libraron socialistas (prietistas y negrinistas) y comunistas. Con esta publicación se «restituye la lucha antifascista contra la Quinta Columna a su lugar correspondiente, en el centro mismo del esfuerzo bélico republicano».
Y es en ese contexto en el que el término «antifascismo» significa dos cosas: «Reconocer que todas las fuerzas de la izquierda participaron en la búsqueda y erradicación de quintacolumnistas»; y que se enfocó la lucha la «desde la óptica de la revolución», firma.