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Cuando Carrillo volvió con peluca

Pocos meses después del fallecimiento de Franco, el líder del PCE regresó a España a través de Francia ayudado por Teodulfo Lagunero «Fufo» y del más rudimentario de los postizos
Santiago Carrillo con peluca
Santiago Carrillo con pelucaInterviu

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Teodulfo Lagunero lo dejó claro: «Pareces una puta vieja», bromeó el que fuera más conocido como «Fufo» en los ambientes comunistas. Santiago miró a su amigo millonario con los ojos perdidos. No es que estuviera pensando en la dictadura del proletariado, es que todavía no se había puesto las lentillas y la peluca se deslizaba peligrosamente sobre su cogote. «¿Esto es necesario?», preguntó el líder del PCE mientras encendía otro Peter Stuyvesant. Esos cigarrillos imperialistas estaban condenadamente secos, pero, como decía su publicidad de ese año 1976, eran el «Pasaporte internacional al placer de fumar». «¿Tengo que ponerme esta peluca, Fufo, en serio?», inquirió Carrillo resoplando. «A ver, si quieres ir a España sin que te peguen un tiro tendrás que ir disfrazado», contestó el amigo.
Esa peluca no era cualquier cosa. En su diseño participó Marcos Ana, el poeta que pasó en prisión mil años, aunque no había mucho que diseñar. Solo se trataba de un puñado de pelos de plástico cosidos a un sujetador talla king size. A la aguja, con los pelos en una mano y en la otra el sostén, estuvo Gonzalo Arias, peluquero de Picasso, el pintor calvo que pagaba con garabatos. Pero el artista era otro. Domingo Malagón, el falsificador. Tenía mucha maña. Hizo tres DNI falsos a Carrillo para que unas veces fuera José Menéndez Rocamora, otras Alfredo Solares Martínez, y las menos Simón Garnica Gómez. Eran nombres que parecían creados por Miguel Mihura para una segunda parte de «Ninette y un señor de Murcia». Sin embargo, esta vez Carrillo fingiría ser Raymond B., arquitecto.
«No puedes pasar por uno francés con esa pinta –dijo Teodulfo mirándolo de arriba abajo–. Pensarían que en cualquier momento vas a mostrar un álbum con fotos de edificios construidos con palillos como si fueras idiota». El millonario cogió del brazo a Carrillo, le sacó de su chalet en Cannes, que tenía unas impresionantes y burguesas vistas al mar, y le llevó a la mejor tienda de ropa de la ciudad francesa.
Y era curioso, porque Carrillo estuvo en ese establecimiento tiempo atrás. Iba con esas pintas de haber heredado a un enterrador. Lo miraron raro al entrar, y cuando preguntó por el precio de «algo clásico» el dependiente contestó que «eso» a él no le servía. Santiago, henchido de dignidad leninista, soltó que tenía pasta larga para gastar. «No tenemos nada para Vd. –dijo el tendero–. Desde luego se ha equivocado de sitio. Por favor, váyase». Ahora era distinto. Teodulfo, al oír la anécdota, apuntó que la gente solo era simpática al dinero, y entró en esa tienda de ropa carísima. «Aquí vas a quedar como un Pretty Man», anunció Fufo mientras en la radio empezaban los compases de la canción que Roy Orbison compuso en 1964. Santiago, lábaro de la liberación de los oprimidos, salió de allí hecho un pincel arquitectónico. Acompañados de sus respectivas esposas –de las mujeres, no las otras–, emprendieron el viaje a España en un Mercedes. Y allí estaba Carrillo con una peluca gris, sin gafas, vistiendo un traje caro y portando un pasaporte francés falso. Qué viaje. Montpellier, Narbona y Perpiñán. En esta última encontraron a muchos españoles comprando mantequilla después de salir de un cine donde echaban una peli de Marlon Brando. «Que nada perturbe nuestra misión», dijo Fufo.
[[H2:«¿Me meto en el maletero?»]]
Pasaron la aduana francesa con facilidad, pero al llegar a la española se asustaron. «¡La Junquera! ¿Me meto en el maletero?», exclamó Carrillo. «No», contestó su mujer mirando al grupo de guardias civiles que les esperaban. Detuvieron el coche. Mala suerte. Detrás iba un camión con un letrero propicio para la asociación de ideas: «Transportes Carrillo». El sargento de la Guardia Civil abrió la boca. Le llamaban «Tío». Iba acompañado de «Castelar» y «Pelirrojo». Los denominaban «Los honraos», pero no por su virtud, sino por la pérdida de la fricativa dental sonora intervocálica, con relajación de consonante implosiva en posición final. Vamos, que hablaban en «caló» y decían «usté», «gachó» o «achantar la mui».
«Papele y salgan del birdoche», dijo el sargento. «¿Qué?», preguntó Fufo. Castelar los miró y tradujo: «Fuera del coche, por favó». Hacía viento. Carrillo entregó el pasaporte a un número y se retiró de su vista para sujetarse el sostén con pelos que llevaba en la cabeza. Revisaron el auto. Buscaban tabaco de contrabando. El sargento saludó y dio el pase con la derecha. «Uf. Prueba superada. Ya estamos en España», dijo Fufo acelerando hacia Figueras. «¿Y ahora a dónde vamos?», preguntó Carrillo aprovechando el momento para rascarse la calva. «He comprado un chalet en El Viso. No te preocupes, camarada». Aquel día era el 7 de febrero de 1976.

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