Objetos universales

Cuando compartir catre era lo normal: historia de la cama

Actualmente nos parecería inaceptable ir a un hotel y tener que compartir cama con otros huéspedes, pero durante la mayor parte de nuestra historia compartir lecho fue algo común y dormir solo signo de prestigio

«El sueño de los Reyes Magos», Misal de Salzburgo, finales del siglo XV, Biblioteca Estatal de Baviera
«El sueño de los Reyes Magos», Misal de Salzburgo, finales del siglo XV, Biblioteca Estatal de BavieraLa Razón

En 2011, un equipo de arqueólogos descubrió una capa de sedimento prehistórico inusualmente bien conservada en la cueva de Sibudu, en Sudáfrica. La capa contenía restos fosilizados de hojas del árbol que formaban la parte superior de un colchón de follaje construido hace unos 77.000 años y que era lo suficientemente grande como para albergar un grupo familiar, como afirmó Lyn Wadley coordinadora del proyecto. Si bien resulta difícil encontrar restos de este sueño comunitario en la Prehistoria, en la Edad Media se encuentra fácilmente en testimonios escritos y visuales tras el hiato de la Antigüedad, donde la cama individual era un signo de prestigio.

Se conocen las camas de los faraones egipcios como Tutankamon gracias a la excavación de su tumba por Howard Carter en 1922. No era la única cama encontrada intacta. Antes, en 1906, Ernesto Schiaparelli encontró en Deir el-Medina, cerca de Luxor, el poblado de los constructores de las tumbas del Valle de los Reyes, destacando la tumba del arquitecto Kha y su esposa Merit que preservaba intacto el modelo de ajuar doméstico del Reino Nuevo, que incluían las camas funerarias de Kha y su esposa, estructuras de madera con patas decoradas como garras de animal y un somier de madera trenzada. Faraones, sacerdotes y élites reproducían en sus tumbas los objetos de la vida cotidiana que disfrutarían en el "más allá", entre otros las camas. Las familias menos acomodadas utilizarían esteras y almohadas de fibras vegetales.

En Grecia, las viviendas tenían una parte destinada a las mujeres, el gineceo, donde las esposas e hijas dormían y habitaban teniendo limitado el acceso a la parte de los hombres. Las camas eran objetos simples de madera con jergones de paja o fibras vegetales. Homero describe en la «Ilíada» la cama de Penélope como una superficie llena de lágrimas. En el androceo, el sector masculino se reunía para hablar de lo divino y humano reclinados en una cama de grandes dimensiones, kline, adoptadas por etruscos y romanos. Las romanas eran conocidas como lectus, variando a lo largo del tiempo su diseño y uso dependiendo de la clase social. En época republicana las camas eran apenas una estructura de madera sobre el suelo con un colchón de paja, una estructura que se va enriqueciendo en época de Augusto llegando a ser de de marfil o bronce labrado con patas que elevaban el somier. En las casas aristocráticas las cama solía encontrase en habitaciones individuales, cubicula, denominándose lectus cubicularis.

Monarcas compartiendo lecho

En la Alta y Plena Edad Media se mantuvo la costumbre de sueño comunitario. Compartir cama era una práctica común entre los hombres de alto rango, un hecho que tenía más relación con la política que con el sexo. Un caso paradigmático que ha llenado las páginas de la historiografía rosa es la relación de Ricardo Corazón de León (1157-1199) y Felipe Augusto de Francia (1185-1223) descrita por Roger de Howden, describiendo cómo ambos soberanos compartieron cama. Tanto compartir cama como tomarse de la mano o dar un beso eran símbolos de paz o de reconciliación y demostraciones públicas de alianza entre los hombres, lo que explica la reacción de Enrique II Plantagenet al enfadarse con su hijo, no por su supuesta homosexualidad, sino por pactar con su peor enemigo. Los campesinos también solían compartir cama durante la Edad Media para combatir el frío. Sólo aristócratas y reyes tenían camas individuales como la famosa donde murió Isabel la Católica conservada en Madrigal de las Altas Torres, la de Carlos V en el monasterio de Yuste y la de Felipe II, con dosel y brocados.

Durante toda la Edad Media y la Edad Moderna, compartir cama durante los viajes en posadas y postas era una práctica habitual: la dureza del viaje y la escasez de lechos favorecía esta costumbre. Algunas representaciones de esta práctica se conservan en escultura y miniatura de libros, con temas como el sueño de los Reyes Magos en su viaje a Belén representado en portadas de catedrales románicas como Notre Dame de Poitiers; en salterios como el e la Reina María (1475); o el Misal de Salzburgo encargado por Bernhard de Rohr (1418–1487). Escenas en las que se representa el viaje medieval, no siempre agradable. En el primer capítulo de la novela «Moby Dick» (1851), el capitán Ahab se alarma al descubrir que la única cama disponible en una posada requeriría dormir con un misterioso arponero que busca vender algunas cabezas reducidas. Esta costumbre desaparece cuando, a mediados del siglo XIX, el higienista americano William Whitty Hall escribió un libro señalando los peligros higiénicos y morales de compartir cama con desconocidos.