Cuando Roma atacaba con chinches
Entre el amplio legado de la antigua Roma figura el de las chinches: fueron los introductores en Britania de estos insectos, a los que les otorgaron ciertas propiedades médicas
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Una de las comedias más brillantes de la historia del cine es «La vida de Brian» de los Monty Python, siendo una de sus más memorables escenas la reunión del Frente Popular de Judea donde Reg, uno de los líderes de este movimiento de resistencia a Roma interpretado por John Cleese, lanza una arenga sobre los crímenes y la explotación romana. Ante la pregunta de “¿qué han hecho los romanos por nosotros?”, sus compañeros de resistencia no dudan en rememorar, para su desmayo, los diversos avances traídos por Roma. Frente a esta aparente insubordinación, un estupefacto Reg decide volver a reorientar el odio hacia Roma con esta mítica frase: «Aparte del alcantarillado, la sanidad, la enseñanza, el vino, el orden público, la irrigación, las carreteras y los baños públicos, ¿qué han hecho los romanos por nosotros?». Esta escena es sublime y refleja de una forma brillantemente paródica la influencia y el legado de Roma.
Sin embargo, no todas sus herencias fueron geniales, como lo corroboró hace unas semanas Katie Wyse Jackson, estudiante de 24 años de arqueoentomología –el estudio de los insectos en contextos arqueológicos–, en el magnífico yacimiento inglés de Vindolanda, el fuerte del Muro de Adriano célebre por el hallazgo de cientos de tablillas de madera claves para desvelar el día a día de los soldados que allí vivían acantonados, y por los más de siete mil zapatos encontrados en un admirable estado de conservación. Aunque hace unos años se verificó que los romanos fueron los introductores en Britania del conejo –un animal originario de la Península Ibérica–, Jackson ha descubierto que también trajeron la chinche.
El haberse encontrado en un ambiente militar podría hacer pensar que, ante sus indiscutibles cualidades, las chinches pudieran ser empleadas por el ejército romano de forma similar a otros muchos artrópodos utilizados como armas en la historia tal y como describiera Jeffrey A. Lockwood en su entretenidísimo «Six-Legged Soldiers: Using Insects As Weapons of War», de 2009. Así, gracias a Herodiano sabemos que a fines del siglo II el emperador Septimio Severo fue frenado en su asedio a la fortaleza mesopotámica de Hatra en el transcurso de su campaña contra los partos gracias al valiente empeño de unos defensores que, entre otras tácticas, «lanzaron también sobre los asaltantes recipientes de cerámica que habían llenado de pequeños insectos voladores con aguijón venenoso; cuando éstos caían sobre los ojos o sobre cualquier parte del cuerpo descubierta, alcanzándolos sin que se dieran cuenta, los atormentaban con sus picotazos como abejas y avispas». Aunque buena parte de la historiografía ha querido ver a estas en dichas armas, pues disponemos de abundantes testimonios de su empleo en la antigüedad, fuera para desalojar a enemigos de sus guaridas o, como recomendase Eneas el Táctico, para prevenir que los enemigos excavasen túneles para penetrar en ciudades asediadas, Lockwood sostiene que tales bichos han de identificarse con los más abundantes escorpiones. No parece que las chinches de Britania fueran usadas como armas biológicas, aunque sí se les otorgasen contemporáneamente ciertas propiedades médicas como, por ejemplo, plantease Plinio el Viejo. Así, como si fuera un batido de proteínas, recomendaba su consumo junto a sangre de tortuga para curar una picadura de serpiente o, mezcladas con aceite esencial de rosas y miel, para aliviar infecciones de oído o, por señalar una última receta creativa, para procurar que las sanguijuelas se soltaran a su presa. Todo sea dicho, al menos Plinio tuvo la delicadeza de señalar que tales medicinas «eran cosas que daban ganas de vomitar» y que la chinche era «la criatura más vil y nauseabunda». En esta línea, no extraña que el apologista cristiano Arnobio se preguntase lastimeramente en su «Adversus Nationes» porqué Dios en su infinita sabiduría había creado a las chinches. Sea como fuera, su descubrimiento y análisis no es una anécdota, sino utilísimo para entender las condiciones de higiene y de limpieza de su lugar de hallazgo en este caso. De hecho, la arqueoentomología es una subdisciplina que está proporcionando muchísimos réditos científicos en ámbitos muy diversos como, y esto no sorprenderá a ningún aficionado a «El silencio de los corderos», el estudio de los restos humanos del pasado.
Así lo acredita el interesantísimo artículo recientemente publicado por Paola Annarosa Magni, Abigail Dianne Harvey y Edda Emanuela Guaresch en Heritage: «Insects Associated with Ancient Human Remains: How Archaeoentomology can Provide Additional Information in Archaeological Studies». De este modo, indican que su estudio «puede proporcionar un rico conocimiento sobre el medio del pasado, las prácticas funerarias, los hábitos cotidianos y la causas y circunstancias de la muerte» de los finados, en particular, cuando no existe más información en el registro arqueológico.