Mujeres desconocidas

Encarnación Cabré Herreros, la "Miss" que cerró las bocas más expertas

Introdujo nuevos métodos en la arqueología española, un campo al que le arrastró su padre y en el que tuvo que luchar (una vez más) contra las convenciones de la época

A Encarnación Cabré Herreros se la denominó "Miss Congress" con el fin de desprestigiar su trabajo
A Encarnación Cabré Herreros se la denominó "Miss Congress" con el fin de desprestigiar su trabajoLa Razón

Con motivo del pasado Día Internacional de la Mujer y la Niña en la Ciencia (11 de febrero), este martes me gustaría visibilizar a una investigadora que es ciertamente insigne dentro de la arqueología española, pero bastante desconocida fuera su ámbito. Se trata de Encarnación Cabré Herreros, una de las primeras arqueólogas en España y pionera verdaderamente prolífica en su campo. Nacida en Madrid en 1911, Encarnación fue una verdadera rareza en su profesión, siendo su educación atribuible en exclusiva a una particular familia que acostumbraba a acompañar al cabeza de familia en sus expediciones arqueológicas.

Sin el apoyo y la educación brindados por su padre, Juan Cabré Aguiló, un destacado arqueólogo español con particular interés en la cultura celtíbera, Encarnación no se habría convertido en arqueóloga en una época en la que el analfabetismo estaba tan extendido como el caciquismo. Y si bien en los periodos comprendidos en la Restauración borbónica de España surgieron grandes movimientos intelectuales como la Generación del 98 y del 27, la educación superior para las mujeres en España seguía siendo prácticamente inexistente. Asimismo, su padre, estudiante de la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando, transmitió a su hija una base plástica que le permitiría aplicarla al esbozo y a la fotografía en los trabajos de campo, destacando los precisos dibujos en tinta china que realizaría Encarnación. Su formación en Historia en la Universidad Central de Madrid entre 1928 y 1932 fue fundamental para su desarrollo profesional, pero su capacidad para ingresar en este campo fue, en gran medida, gracias al respaldo y la orientación de su padre. Por ello, desde una edad temprana –con tan solo 17 años–, Encarnación comenzó a colaborar con su progenitor en proyectos arqueológicos, como en el ilustre castro de Las Cogotas o la necrópolis de La Osera (Ávila). Allí aprendió a realizar diarios de campo, entender los métodos, interpretar el paisaje y a excavar como cualquier hombre de la profesión. No por ser «hija de» Encarnación fue más valiosa o menos válida que el resto. Es importante destacar que su éxito posterior no se debió al nepotismo, sino a su propio talento y dedicación. Y es que se necesitaba una determinación de plomo para superar las limitaciones impuestas por el sistema educativo y social de la época, ya que el ambiente masculino no veía con buenos ojos que una mujer no solo destacase por sus métodos innovadores, sino que incluso tuviera proyección internacional. De hecho, no era considerada investigadora por derecho propio, ya que incluso para firmar sus propios artículos necesitaba la autorización o el respaldo de una figura masculina. Esto refleja las barreras y desafíos adicionales que enfrentaba como mujer en un campo dominado por hombres, donde la autonomía y el reconocimiento plenos eran difíciles de alcanzar.

A pesar de todos esos obstáculos, Encarnación destacó en su campo, siendo la primera y también la única española en presentar sus trabajos (un estudio sobre el culto solar) en el IV Congreso Internacional de Arqueología Clásica en Barcelona en 1929. Aunque enfrentó críticas y desafíos debido a su sexo –siendo apodada entre los expertos españoles como «Miss Congress» con el fin de desprestigiar su trabajo–, en el ámbito internacional se la destacó como un ejemplo para otras mujeres de innovación y cambio, dentro de una profesión donde Encarnación fue pionera en España. Consiguió una beca de la Junta Superior para la Ampliación de Estudios e Investigaciones Científicas para continuar con su trabajo, completando su doctorado y ampliando sus estudios en universidades en Berlín y Hamburgo. Curiosamente, el mundo académico en torno a la Universidad Central (actual Universidad Complutense de Madrid) incentivaba a los arqueólogos a viajar para explorar, enseñar o recopilar libros. Por este motivo, Encarnación impartió cursos sobre arte español en Marruecos y aprendió nuevas metodologías en Alemania. Eso la convirtió no solo en una excelente profesora, sino que también demostró ser una verdadera misionera del conocimiento, introduciendo nuevas investigaciones y metodologías en el ámbito académico español. Participó en las excavaciones de algunos de los yacimientos más emblemáticos de la arqueología peninsular.

Cuando las excavaciones se paralizaron durante la Guerra Civil, Encarnación y su familia se dedicaron exclusivamente a preservar el patrimonio cultural, centrándose en salvar las colecciones del Museo Cerralbo, amenazado, como otros museos, por el conflicto. No fue la única mujer preocupada por el patrimonio ya que famosas son las anécdotas de otras mujeres que ayudaron a proteger obras, como el caso de Rosa Chacel, que trasladó en una furgoneta de Madrid a Valencia 20.000 obras del Museo del Prado en 1936 ante posibles bombardeos. La dictadura franquista no permitió a Encarnación volver a dar clases en la universidad, pero ello perseveró publicando trabajos desde los años 40.

Su valioso legado y su contribución a la arqueología en España (junto a otras figuras como Concepción Blanco Mínguez o Ursicina Martínez Gallego) nos recuerda el papel crucial que las mujeres han desempeñado en el avance del conocimiento y la preservación del patrimonio cultural, una realidad más visibilizada en los últimos años, pero siempre en el margen de la historia. Encarnación Cabré Herreros, pionera científica, es un verdadero ejemplo de determinación, pasión y excelencia en su campo.