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Historia

El gran secreto de la Reina Cristina de Suecia

Un documento diplomático ignoto arroja algo de luz sobre este enigma histórico

La Reina Cristina de Suecia en un retrato de Jacob Ferdinand Voet
La Reina Cristina de Suecia en un retrato de Jacob Ferdinand Voet National Galleries

El pueblo sueco la considera hoy una traidora por sus caprichos y extravagancias. Aludimos a la reina escandinava más conocida probablemente de su dinastía, y la más impopular también, a tenor de la leyenda que vamos a exponer. ¿Quién no ha oído hablar de la reina Cristina de Suecia o ha visto la película homónima dirigida por el armenio-estadounidense Rouben Mamoulian y estrenada con gran éxito en 1933, con la diva Greta Garbo en el regio papel? En 2015, el director finlandés Mika Kaurismäki estrenó en el Festival Internacional de Cine de Montreal la cinta Reina Cristina, que incide en uno de los aspectos más delicados y también más ignorados de esta soberana a quien se ha dado en llamar la Minerva del Norte, como la diosa romana, por su acreditada sabiduría. Nos referimos a la presunta relación lésbica de la reina Cristina de Suecia con una de sus favoritas y para colmo prima suya, la condesa Ebba Sparre.

¿Cómo conciliar el comportamiento sexual de toda una reina con el hecho de que Pedro Calderón de la Barca, uno de los más insignes literatos barrocos del Siglo de Oro español, escribiese nada menos que un auto sacramental, la mayor manifestación literaria de la fe religiosa, titulado "La protestación de la fe", basándose curiosamente en la vida ejemplar de Cristina de Suecia?

Empecemos por el asunto más peliagudo de esta desconocida historia: la pretendida tendencia al lesbianismo de la reina sueca, tan defendida por algunos autores. Un documento diplomático ignoto también arrojará sin duda ahora algo de luz sobre este controvertido enigma histórico. Aludimos al despacho de un agregado a la Legación francesa en Roma enviado al ministro de Estado Charles Colbert, marqués de Croissy, el 2 de noviembre de 1680.

El extenso legajo no tiene desperdicio, razón por la cual considero indispensable reproducirlo. Leerlo para creerlo. Juzgue, si no, el lector: “La Reina de Suecia –escribe el diplomático- se sorprendió hace cuatro años al verse una excrecencia de carne en un lugar determinado de su cuerpo, la cual le hizo creer que se había convertido a nuestro sexo. Comunicó enseguida su grave duda al médico, a una camarista llamada Octavia, a monsieur Dalibert, al marqués del Monte y a su confidente María Cándida, religiosa en el convento de Santa Cecilia, adonde acudió expresamente. También se lo comentó en privado a su cirujano, al marqués de Pignatelli, al padre Pallavicini, jesuita que ha hecho su panegírico, y al cardenal Decio Azzolino, todos los cuales guardaron el secreto durante largo tiempo. No obstante, este abultamiento anormal creció considerablemente, manteniéndose siempre en una forma que confirmaba sus esperanzas”.

“Y un día –añade el diplomático- la camarista ya mencionada, que es bastante agradable, habiendo palpado la protuberancia se comportó de tal modo, que el médico se hincó de rodillas y gritó como enajenado, en latín: “¡Salve Rex Suecorum!”. La reina mostró la excrecencia también a la religiosa. El marqués de Pignatelli, que también ha elogiado a esta soberana, la vio igualmente y la esperanza de ella fue tal, que se hizo retratar armada con el casco puesto, la visera levantada y la inscripción de uno de sus nombres solamente: “Alexander Suecorum Rex”, pues ella se llamaba Cristina Alejandra. La reina quiso mostrar también esta inquietante novedad al cardenal Azzolino, quien, según me aseguran, se negó a verla porque es muy devoto y dice Misa todos los días”.

“La excrecencia –concluye- aumentó tanto desde hace tres meses y cambió de forma tan acentuadamente, que el médico, apercibiéndose bastante tarde de su ignorancia, descubrió al fin que el cuello de la matriz le había engañado al sobresalir por fuera. Cayó entonces en la cuenta de que los remedios eran muy necesarios para impedir un completo relajamiento de esta parte. La reina ha guardado cama con el pretexto de que padecía un mal en el pie, y así se han restablecido las cosas. Puedo asegurar que todo esto es cierto, sin exageración alguna, pero sólo es conocido de modo tan exacto por quienes he nombrado”.

Por increíble que parezca, este valioso documento evidencia que Cristina de Suecia y quienes compartían con ella el gran secreto habían confundido un prolapso uterino, es decir, cuando la matriz cae y ejerce presión en la zona vaginal, con la irrupción de… ¡un apéndice viril! Añadamos, aun así, que al nacer Cristina se la tomó al principio por un niño de tanto vello como tenía. Llegó a hablarse de una imperfección física que, dado luego su temperamento viril, le valieron una reputación andrógina.

La carta del Duque

Cristina Vasa era la segunda hija de María Leonor de Brandeburgo y de Gustavo Adolfo II, alumbrada en Estocolmo el 8 de diciembre de 1626. Había sido precedida por otra niña que vivió escaso tiempo, y entre ambos nacimientos medió un aborto natural. Hagamos notar también que a ella le repugnaban los adornos femeninos. Jamás llevaba redecilla ni máscara, los vestidos largos le resultaban insufribles, y no consentía en lucir más que faldas cortas, sobre todo en el campo.

Sin habilidad para los trabajos manuales, mostraba en cambio una innata predisposición para los idiomas, el ejercicio físico y el manejo de la espada. El duque de Guisa tuvo oportunidad de conocerla en persona y la retrató luego en una de sus cartas: “No es alta –manifestaba-, pero tiene una talla proporcionada y la cadera amplia, el brazo hermoso, la mano blanca y bien formada, pero más de hombre que de mujer”.