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Historia

La eclosión del Imperio vikingo

Pasaron de ser comunidades aisladas a Estados de mayor tamaño con ambiciones de expansión territorial y riquezas

La Piedra de Jelling (Jutlandia), símbolo de la fusión entre paganismo y cristianismo de los primeros momentos de la conversión de los vikingos.
La Piedra de Jelling (Jutlandia), símbolo de la fusión entre paganismo y cristianismo de los primeros momentos de la conversión de los vikingos.La Razón

Aprincipios del siglo XI los vikingos llegaron a su apogeo, formando lo que se conoce como el Imperio del mar del Norte, un poderosísimo Estado que aunaba Dinamarca, Inglaterra, Noruega y parte de Suecia. En la nochevieja del año 1000, buena parte de la Europa cristiana se acostó aterrorizada pensando que aquel había de ser el último día de la humanidad, y que al amanecer se produciría el Apocalipsis. Sin embargo, aquellos conocidos como vikingos –habitantes de las modernas Dinamarca, Suecia y Noruega– seguían siendo en su mayoría paganos y, en consecuencia, no sintieron ningún temor especial.

Ahora bien, irónicamente fueron ellos quienes iban a experimentar una transformación tan profunda que en muchos aspectos se podría decir que llegaban al fin de los tiempos… y el tránsito a una nueva era totalmente distinta. En efecto, por aquellos mismos años las sociedades vikingas estaban atravesando una verdadera metamorfosis que, en pocos años, iba a permitir que se alzaran a la categoría de potencia regional, de verdadero «imperio vikingo».

Con anterioridad, las sociedades vikingas, poco desarrolladas en términos económicos, se habían dedicado al robo sistemático de sus vecinos. Organizados en torno a pequeños caudillos locales, se lanzaban de cuando en cuando a correrías de saqueo, devastadoras incursiones en busca de botín, ya fuera en forma de monedas, metales preciosos o cautivos que vender en el mercado de esclavos. Ocasionalmente se aventuraban a conquistar territorios, como el Danelaw en Inglaterra, pero formaban pequeños señoríos independientes con escasa relación con sus tierras de origen.

Sin embargo, a finales del primer milenio empezaron a unirse en Estados de mayor tamaño y fortaleza, monarquías con un rey y una burocracia centralizada, al estilo de lo que sucedía en el resto de la Europa del momento. El reino de Dinamarca, en particular, empezó a destacar como el más poderoso de entre los reinos vikingos. Aprovechándose de su estratégica ubicación geográfica y su accesibilidad a través de diversas vías fluviales, pudo progresar a un mayor ritmo que sus vecinos. Impulsados por su ambición de poder, los reyes Haroldo Diente Azul (Blåtand), su hijo Svend Barbapartida (Forkbeard) y su nieto Canuto el Grande incrementaron consecutivamente la centralidad del poder del rey.

Culto cristiano

Una de las pruebas más evidentes de su vitalidad son las enormes fortalezas circulares construidas en tierra y madera en tiempos del primero. Ubicadas junto a las principales vías fluviales, servían a modo de indicadores del enorme poder que estaban concentrando en sus manos los reyes daneses, algo nunca visto con anterioridad en Escandinavia.

Fue también Haroldo el primero en abandonar el culto a los dioses paganos y convertirse al cristianismo. Pero no por efecto de una conversión sincera sino por mero cálculo pragmático, ya que la conversión aportaba dos grandes ventajas: por un lado, brindaba prestigio frente al resto de reinos cristianos y, por otro, proporcionaba la justificación religiosa para que el rey consolidara su autoridad sobre la aristocracia danesa –algo que contrariaba las tradiciones vikingas– con el argumento de que lo hacía por la gracia de Dios. Sin embargo, al mismo tiempo mantenían «sanas» costumbres propias del periodo anterior: siglos de saqueos habían hecho que los guerreros vikingos estuvieran más que entrenados para la guerra y, además, conforme a su mentalidad pagana, aún pensaban que la muerte en combate era algo glorioso y hasta deseable. Hasta la fecha, las débiles instituciones políticas de la Escandinavia vikinga habían impedido la movilización de grandes ejércitos, en cambio ahora sí era posible hacerlo.

Esta peculiar combinación de elementos tradicionales y novedosos dio lugar a una concentración de poder mucho mayor de la que ningún caudillo vikingo había poseído antes, lo que permitió acometer empresas mucho más ambiciosas. Ya no se trataba de saquear conventos sino de conquistar reinos enteros.

Así, Barbapartida decidió embarcarse en varias campañas de ultramar para conquistar Inglaterra, cuya corona se ciñó brevemente. A su vez, el hijo de este, conocido como Canuto el Grande, emprendió una frenética campaña de conquistas que le llevó a someter a su autoridad nada menos que Inglaterra, Noruega y partes de Suecia, conformando así un poderosísimo Estado que la tradición ha venido a denominar el «Imperio del mar del Norte». Irónicamente, este apogeo corresponde al fin de lo que históricamente se conoce como la “era vikinga”, pues coincide con el momento en el que Escandinavia perdió las peculiaridades propiamente vikingas, como el paganismo y la economía depredadora, y se asimiló al resto de la Europa cristiana. Una nueva página de la historia se abrió entonces para ellos, la que con el tiempo daría lugar a las sociedades más alejadas del ideal vikingo que podemos imaginar: los escandinavos modernos.

Para saber más

El apogeo vikingo. Canuto el Grande

Desperta Ferro Antigua y Medieval n.º 90

68 páginas.

7,50€

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