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Historia
Mentiras, estupideces y cobardía: cien años de "Mein Kampf"
La primera edición la «lucha» de Hitler se publicó el 18 de julio de 1925 y apenas tuvo éxito; otro cantar fue cuando llegó al poder: todo el mundo quería saber de qué iba el nuevo régimen

Adolf Hitler acabó en la cárcel por intentar un golpe de Estado. Fue el llamado «Putsch de la cervecería», en MÚnich, en noviembre de 1923. Aquello fue una chapuza con muertos. En la prisión de Landsberg, en el caluroso verano de 1924, el pintor fracasado tuvo la idea de llevar al papel sus ideas. No tenía un hijo, ni había plantado un árbol, así que decidió empezar por escribir un libro. Le ayudó Rudolf Hess, que había nacido en Egipto, y que le acompañaba en la cárcel por haber participado en el golpe. Hess hizo de escriba y Adolf dictó. Las charlas debieron ser tan intensas que los funcionarios de prisión acabaron llamándole «Führer», según cuenta Fernando del Castillo en «La desaparición de Hitler» (Sekotia, 2024). En principio, el título iba a ser «Cuatro años y medio de lucha contra las mentiras, la estupidez y la cobardía», pero no cabía en la portada. Así que el editor, un tal Max Amann, le convenció para dejarlo en «Mi lucha», más corto y comercial, y dividir en dos volúmenes las más de 700 páginas. La portada presentaba un retrato de Hitler, obra de Heinrich Hoffmann, el fotógrafo nazi que, según el historiador Fernando del Castillo, le presentó a Eva Braun.
La primera edición se publicó el 18 de julio de 1925. No vendió mucho. Quizá se debió a que no decía nada que no estuviera en otras obras mejor escritas y menos megalomaníacas. Se calcula que hasta 1932 se vendieron unos 23.000 ejemplares, que no está mal hoy, pero entonces era una cantidad modesta. Sin embargo, las ventas se dispararon en 1933, cuando Hitler llegó al poder. Vendió entonces 850.000 ejemplares anuales porque la gente quería ponerse al día de lo que iba a ser el nuevo régimen. A partir de entonces, el libro se convirtió en la guía del buen patriota, y se regalaba a los niños, a las parejas que se casaban, a los reclutas y a los funcionarios. Vamos, ni un alemán sin su «Mein Kampf». El historiador Sven Felix Kellerhoff asegura en su libro «Mi lucha. La historia del libro que marcó el siglo XX» (2017), que en total vendió 12,4 millones de ejemplares, y que uno de cada cinco alemanes lo leyó. ¿Qué hizo con los derechos de autor? Adolf se los quedó; es más, Hacienda borró su deuda de 400.000 marcos en 1935 y no volvió a pagar impuestos.

Tras la caída del nacionalsocialismo, se prohibió la impresión de la obra, pero no su posesión. El caso es curioso. La publicación la había realizado la editorial Franz Eher Nachfolger, del partido nazi. En 1945, con la derrota, los derechos de dicha editorial quedaron en manos del Estado de Baviera, miembro de la República Federal Alemana. Fueron los bávaros los que prohibieron su edición. El libro, sin embargo, circuló profusamente por todo el planeta desde la década de 1930, especialmente en América Latina, pero también en Suecia, Finlandia, Noruega, Estados Unidos, Reino Unido o Francia, aunque muchas veces se prefería un breviario. En total se tradujo a diecisiete idiomas, incluido el swahili, el malayo y el urdu, lengua oficial de Pakistán.
En España ha habido más ediciones después de 1975 que antes. La primera vez que se publicó aquí fue en 1935, en una versión reducida autorizada por los jerifaltes nazis, en la editorial Araluce, de Barcelona. Parece ser, dice el historiador Jesús Casquete, que el traductor fue el diplomático boliviano en Berlín, Federico Nielsen. A pesar de estar recortado, no faltó nada en su «Mein Kampf»: nacionalismo exacerbado, racismo y antisemitismo, unido a una condena del liberalismo, el socialismo, los partidos políticos y el parlamentarismo y, por supuesto, la eliminación de los «imperfectos», la construcción de la comunidad nacional, su espacio vital y el destino manifiesto.
No obstante, la derecha y el fascismo españoles no se tomaron muy en serio «Mein Kampf». Les pareció un libro mal escrito, farragoso y de combate. A los católicos les repelió el racismo, el ateísmo, el paganismo y el colectivismo, tanto como el antisemitismo y la violencia que destilaba. Además, la persecución de cristianos hizo que el catolicismo español no quisiera saber nada de Hitler. Ramiro de Maeztu, otro conservador, escribió en «ABC» en 1932, que «Mein Kampf» no era una buena obra, pero que el vínculo que establecía entre la patria y el trabajo resultaba útil para el progreso. Maeztu atribuyó a Hitler el acierto de unir el nacionalismo y el socialismo en un partido.
En España circuló poco durante el franquismo. Hubo un par de ediciones durante la Guerra Civil, una traducción nueva en 1962 y otra en 1974, ambas publicadas en Barcelona. En la solapa de la edición de los sesenta, publicada por Mateu, se leía que el lector encontraría en «Mi lucha» los problemas de la «nación alemana, cuya solución abordó sistemáticamente el gobierno nacionalsocialista».
Siempre hubo curiosos y seguidores del nazismo en todo el mundo. A pesar de la prohibición de la edición, el libro siguió circulando profusamente de segunda mano y en ediciones pirata. Luego, la explosión de internet permitió la difusión rápida y fácil. Las ediciones más actuales, como la francesa, alertan previa y largamente sobre el significado y las consecuencias de las doctrinas que contiene «Mein Kampf». «Nada tiene más atractivo que lo prohibido –afirma Jesús Fernández, autor de “Esto no estaba en mi libro de Hitler” (Almuzara, 2024)–, por lo que su veto tras la guerra no logró más que despertar la curiosidad sobre la obra y dotarla de un aura de malditismo».
¿Y en Alemania? Estuvo prohibida su publicación hasta el 31 de diciembre de 2015, fecha en la que expiraron los derechos de autor del libro que atesoraba el Estado de Baviera. Se autorizó una edición crítica elaborada por el Instituto de Historia Contemporánea de Múnich, con más de 3.500 comentarios y advertencias que venían preparando desde 2012. Así, el ejemplar tenía 2.000 páginas y costaba 59 euros. Las librerías se negaron a exponerlo en sus escaparates, y solo lo servían bajo demanda. A pesar de esto, en tres semanas vendió 24.000 ejemplares. Al año ya había vendido el doble, convirtiéndose en el libro más vendido en Alemania una vez más. Quizá lo compraron por el morbo porque, como señala el historiador Jesús Fernández, «el peso actual del libro se limita al interés histórico, es indispensable para conocer la base sobre la que se construyó el Tercer Reich».
Orwell y el hombre que no cambió
George Orwell publicó una reseña de “Mein Kampf” el 21 de marzo de 1940 en la revista "New English Weekly", cuando todavía Hitler y Stalin tenían un pacto de no agresión y de reparto de Europa. Al escritor inglés le sorprendió que Hitler no hubiera cambiado desde que publicó el libro. El dictador nazi tenía la “visión fija de un monomaníaco”, por eso Rusia, predijo Orwell, que había sido “fácilmente sobornable” con el pacto Ribbentrop-Molotov, acabaría siendo atacada por Alemania. Si el plan de Hitler se realizaba, decía el autor de “1984”, habría un “horrible imperio descerebrado” donde “nada ocurre, salvo el adiestramiento de jóvenes para la guerra”. Orwell veía en el autor de “Mein Kampf” cierto atractivo para la masa. Se veía en la ilustración de la portada del libro, que era una foto suya en la que se apreciaba un “rostro patético, perruno, el rostro de un hombre que sufre agravios intolerables”. Hitler se veía así mismo como un “Cristo crucificado”, un mesías salvador que luchaba contra todo. Su atractivo estaba en que había prometido gozo tras el sufrimiento diciendo “ofrezco lucha, peligros y muerte”. Fue así, escribió Orwell, como consiguió que “toda una nación se postrara a sus pies”.
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