Buscar Iniciar sesión
Sección patrocinada por
Patrocinio Repsol

Maximiliano o la fábula del "emperador desnudo" que se paseó por México... hasta que lo fusilaron

Edward Shawcross visita España para presentar "la increíble historia del archiduque de Austria que creó un imperio en el Nuevo Mundo", una utopía con aires de ópera tragicómica que no podía salir bien
Edward Shawcross, escritor
Edward Shawcross, escritor Gonzalo Pérez MataLa Razón

Madrid Creada:

Última actualización:

El valor de un historiador no está en tener un físico ancestral que recuerde a la época de la que escribe. La experiencia siempre es un grado, pero se puede triunfar incluso sin la necesidad de aparentar ser contemporáneo de tus propios textos. Por ejemplo, Pedro Insúa (1942, Cuando España echó a andar) es una muestra de esa la línea en la que también se mueve el británico que se cortó la coleta de manera literal y que, ayer, paseaba por la Gran Vía madrileña (hoy lo hará por la barcelonesa) Edward Shawcross, un historiador que se marchó a trabajar y enseñar por el mundo antes de regresar a su casa ya como hijo pródigo.
El último emperador de México (Ático de los libros) fue su primera obra de divulgación y, aunque sus expectativas «eran cero» –asegura–, la repercusión del ensayo no pudo ser más grande. «No me lo esperaba», dice sobre un éxito que desgrana una trama que bien podría ser la de un cuento disparatado. En el centro de todo está Maximiliano de Habsburgo como protagonista; Carlota, la emperatriz; y enfrente el antagonista, Benito Juárez, y el enemigo íntimo, Napoleón III; y todo lo de alrededor es lo más cercano a una utopía que se vivió a mediados del siglo XIX en México: «El intento de crear un imperio en vez de una república y que termina saliendo terriblemente mal», resume Shawcross frente a un vaso de agua.
Se trató de un monarca liberal víctima de una conspiración de Francia
–¿Fue siempre una quimera?
–Podría haber salido bien, pero la oportunidad era muy pequeña, ya luego se vería que ese camino triunfal hacia la conquista no sería tal. No fue bien recibido el ejército francés y la batalla de Puebla les enseñaría que por muchos refuerzos que enviasen eso no iba a ser fácil.
Cuando Maximiliano desembarca en Veracruz en 1864, tenía por delante un año escaso para consolidarse mientras Estados Unidos estuviera inmersa en su Guerra de Secesión. «Debían hacer las cosas muy bien y en muy poco tiempo –puntualiza el autor–, y no fue así. No era una utopía, pero casi».
"La ejecución del emperador Maximiliano" (1867), de Édouard Manet
"La ejecución del emperador Maximiliano" (1867), de Édouard Manet LR
Las críticas de la época llegaron de todos lados e ideologías: de Karl Marx, que habló de una de las empresas más monstruosas de la Historia, al presidente norteamericano Grant, que lo consideró una «locura»; también Adolphe Thiers –presidente de la Tercera República francesa– se refirió a la idea en las mismas palabras y dijo que no había visto nada igual desde El Quijote. Shawcross prefiere hablar de «ópera bufa»»: «Tiene elementos de tragicomedia. El desarrollo es trágico, Francia y Estados Unidos enfrentados en el gran teatro político para salirse cada uno con la suya –sostiene el profesor–. Y los personajes son muy interesantes y alocados. Maximiliano es un hombre con cualidades y comprometido, pero no es práctico; Carlota, su mujer, sí; Juárez es el peor antagonista que se podían haber encontrado porque sabe lo que quiere y lo sigue con un empeño inquebrantable; y Napoleón III es un conspirador constante». Un carácter muy operístico ante el que el autor recuerda que «no hay que perder de vista que es la historia de un acontecimiento de imperialismo y una lucha seria».
–¿Sabía Napoleón III que estaba enviando a Maximiliano a un imposible, al matadero?
–Ya en 1864 es consciente de que va a ser una tarea más difícil de lo que había pensado. Él compró la idea de un imperio a precio de ganga, más la gloria, pero cuando el ejército francés es derrotado en Puebla se da cuenta de que debe engañar a Maximiliano. Además, el tema de la intervención francesa en México no era popular ni en la opinión pública ni entre los ministros galos. Con el Segundo Imperio Mexicano él tira los dados, y si sale bien, se llevará la gloria, y, si no, Maximiliano lo pagará.
–¿Maximiliano fue tan ingenuo?
–Sí. Entre los Habsburgo se desarrollaron los conceptos del honor y la responsabilidad de Estado; todo lo contrario a un Napoleón III conspiranoico e influenciado por su tío.
–¿Fue real lo que vivió en México o una farsa, como la fábula del «emperador desnudo»?
–Tuvo apoyo, era una figura carismática entre los integrantes de la élite que había sido juarista. En el cara a cara convencía a la gente. Jugando con su carisma, llegó a vestirse con el traje charro, pero no era consciente de que su proyecto pendía de un hilo. Carlota le advirtió de que Juárez siempre iba a ser más y que por eso tenía que derrotarle militarmente.
Su figura es, sin duda, una de las más interesantes de todo el siglo XIX
Maximiliano no fue consciente del todo de que él era el invasor y que su ejército se apoyaría en ejecuciones y quemas de pueblos, lo que no ayudó a la hora de ganar adeptos. «Un comandante francés envió una carta a su casa hablando de una “guerra brutal”: “Si fuera mexicano, buscaría venganza”, escribía», explica Shawcross antes de hacer la similitud «con las intervenciones en el extranjero del siglo XXI, como en Irak o Afganistán». Se adhirió a un mal proyecto: «En 1864 [Tratado de Miramar] ya debería haber sabido la situación. Si hubiera escuchado, como una persona racional, nunca se habría sumado. Se dejó llevar por los sueños de grandeza y por realzar la casa de los Habsburgo. Estaba aburrido en su castillo mirando al Adriático. Yo no me hubiera movido de aquel lugar».
El Habsburgo lo intentó –pese a su ensimismamiento inicial con los tapices de seda y los candelabros venecianos–, pero ello le costó la vida ante un pelotón de fusilamiento el 19 de junio de 1867, en Querétaro. Nada de lo que hizo le sirvió para implantar su idea del Imperio. Atrás quedaron las maneras de mecenas y de reformador social que sí le valieron en su virreinato de Lombardía-Venecia. Ni siquiera «las leyes más progresistas del mundo», como las denomina el libro de Shawcross. Las diferencias entre conservadores mexicanos, Napoleón III y el propio Maximiliano fueron demasiadas ante el México de Benito Juárez.
La moraleja de la Doctrina Monroe, aquella que precisamente pretendía combatir Francia, se impuso: «América para los americanos», certifica el autor británico; y en la guerra del Viejo Mundo-Nuevo Mundo –o la Europa monárquica contra la América republicana– se impuso el segundo.
  • "El último emperador de México" (Ático de los Libros), de Edward Shawcross, 344 páginas, 24,90 euros.

UN EMPERADOR SIN IMPERIO

*Por Yoel Meilán

Nació como segundo hijo del emperador austriaco Francisco Carlos de Austria en 1832. Sus inclinaciones liberales y eruditas le hicieron poco popular en su país. No obstante, esto no refrenó su ambición, pues aspiraba a poder gobernar con las ideas del progreso y dejar atrás el Antiguo Régimen que abanderaba, curiosamente, su propia familia.

Es en este momento cuando es atraído por el por entonces monarca de Francia, Napoleón III, que vio en el joven austriaco una oportunidad de aumentar el poder de París. El francés ambicionaba México desde hacía años en pos de construir una identidad «latina» en el continente americano que dejase atrás el legado español y cimentase la dominación francesa de América. Aprovechando la guerra civil en México entre liberales republicanos y conservadores, Napoleón III, junto con algunos líderes conservadores mexicanos, urdió el plan de construir una monarquía satélite en el país.

Así comenzó un proceso para convencer a Maximiliano de aceptar el trono contando con el ejército francés para apoyarle. Esto se logró finalmente a través de engaños. Y es que el futuro emperador de México había exigido ser votado por el pueblo antes de aceptar el trono, por lo que las fuerzas francesas ya desplegadas en el país enviaron falsas estimaciones del apoyo del monarca, creyendo que su fuerza militar sería suficiente para controlar el país al contar con el apoyo de los conservadores. Como bien recoge Shawcross en boca de un oficial francés: «Los mexicanos habrían elegido al diablo si hubiéramos presentado su candidatura a punta de sable y bayoneta».

Pero no fue así. Cuando Maximiliano llegó a México en 1864 se encontró con una situación deplorable. El ejército francés no podía mantener posiciones por la resistencia de los liberales de Benito Juárez y sus propios apoyos comenzaban a desaparecer. Pese a lo que le habían dicho, nadie le quería en México. Sus proyectos progresistas y liberales, buscando dar derechos a los indios, separar la Iglesia y el Estado o democratizar ciertas instituciones, hicieron que los conservadores, ya muy radicalizados por años de guerra, comenzasen a darle la espalda. La Iglesia Católica, que había sido uno de sus principales valedores, comenzó a oponerse a su reinado y los clérigos locales clamaban en contra de la ocupación francesa.

La violencia cada vez mayor del ejército francés contra las poblaciones locales generó un aumento de los apoyos a los liberales e hizo flaquear la moral de sus apoyos en el país. Sin embargo, la situación no se descontrolaría hasta 1865, cuando el presidente norteamericano Andrew Johnson, tratando de defender sus intereses en México, amenazó a los apoyos de Maximiliano y declaró que el gobierno liberal era el legítimo. Todo esto comenzó a hacer caer el castillo de Naipes mientras que Maximiliano, convencido en sus ideas, se perdía en fantasías de acuerdos de moderación y progreso.

El coste de la guerra, el número de muertos y la presión norteamericana empezaron a minar la popularidad de Napoleón III en su país, causando que, finalmente, incumpliese su promesa y retirase a las tropas de México. En poco tiempo, las tropas liberales recuperaron el control del país y arrinconaron al monarca, que se negó a abdicar por honor y creyendo que su proyecto político era la mejor opción para México. El 19 de junio de 1867 fue fusilado, abanderando en sus últimas palabras su deseo de un futuro glorioso para México: «Voy a morir por una causa justa, la de la Independencia y la libertad de México. Que mi sangre selle las desgracias de mi nueva patria».

Y así moría el último emperador de México, cimentando un futuro que ni él mismo habría podido adivinar. Por la guerra en México, Napoleón III perdió su popularidad y finalmente su trono, los Estados Unidos lograron dominar sobre México y toda Centroamérica y, pese a los intentos de Maximiliano y los conservadores, México se convirtieron para siempre en una república.