Nueve de Nueve Teatro

El rencor de "La tuerta" y otras secuelas de un mal día de Guillermo Tell

La ópera prima de Jorge Usón abre el curso en el Fernán Gómez; una tragicomedia sobre la imposibilidad de amar y perdonar protagonizada por María Jáimez

La actriz María Jáimez actúa durante la presentación del monólogo ‘La Tuerta', en el teatro Fernán Gómez, a 6 de septiembre de 2023, en Madrid (España).
Tras triunfar la pasada temporada con «Cucarachas...», María Jáimez, en solitario, abre la temporada del Fernán Gómez como "La tuerta"Diego RadamésEuropa Press

No son pocos los ojos que tiene encima el equipo de Nueve de Nueve Teatro: los dos Max que consiguieron en Bilbao, en 2021, con su Ferretería Esteban (que regresa a Madrid, al Pavón del 24 al 29 de octubre) les aporta un extra de presión para el desembarco de La tuerta en la capital. Una pieza que vuelve a los orígenes de la compañía, al mismo lugar en el que debutaron los aragoneses allá por 2010, al Teatro Fernán Gómez; y que, dentro de ese juego de coincidencias, como hizo la Ferretería, abre temporada de un teatro del Ayuntamiento de Madrid.

Así es la previa de una función que nace de un verso de Anne Sexton («vive o muere, pero no lo envenenes todo») y del encuentro de Jorge Usón con la única actriz de la función, María Jáimez: «Una intérprete soberana, mi actriz fetiche, incansable, y en su mejor momento personal, expresivo y artístico», presume el aquí director y autor. Con estos vítores presenta Usón su ópera prima –«me desfloro»–, «una tragicomedia sobre la imposibilidad de amar y perdonar» que se apoya en el humor y en la sátira para desarrollar la acción en un espacio vacío y blanco que Jáimez (Cucaracha con paisaje de fondo, La voluntad de creer) llena con dos protagonistas y muchos personajes satélites.

La tuerta habla de «vengarse frente al agravio amoroso», explica la actriz: «Todos hemos experimentado esa disyuntiva, yo la primera. El rencor te toma». «Si yo no amo, nadie lo hará», promete la protagonista. «Una frase peligrosa –sostiene Jáimez–, sobre todo, para una misma porque no dejamos ver al amor de verdad, solo nos vemos a nosotros mismos. Hay que dejar de ver, hundirte, explorar la oscuridad para ver la luz otra vez. En el amor, yo he tenido que atravesar esos viajes». Para la intérprete, esta historia de 1700 «no solo es de entonces, ahora ocurre igual»; y es por ello que invita al espectador a completar «todo eso que no se dice y que termine de pintar este cuento de frases rotundas pero con huecos a la mirada de cada uno». Unas sentencias que, pese a la firma final de Usón, se escribieron «a pie de escenario» con las aportaciones del equipo. «Siento que lo he escrito por momentos con una mano automática, aunque está hecho de muchas capas. Las líneas narrativas clásicas se respetan... hasta cierto punto», confiesa el autor de un montaje que juega con las sombras de Nosferatu, al mismo tiempo que la palabra desprende cierto aroma a Lorca.

La primera escena es para Conchita, una doncella barroca de la nobleza andaluza que se presenta en sociedad como la muñequita de una caja de música. «Es bellísima y todos se lo dicen: “¡pero qué preciosa eres, niña!”, “¡qué candor y qué donaire!”», inicia el texto. Ella responde con una reverencia a cada piropo: «Gracias, gracias, gracias». Es virginal, inmaculada, universal y se ruboriza enseguida. Contagia alegría. Pero ese halo de belleza se acaba en su primer encuentro amoroso. Un ballestero, Guillermo Tell, mata de un flechazo el gusano de la manzana de Conchita. Un portento del disparo. Luego, otro tiro al blanco, y otro más. «Tenga cuidado a ver si me la va a clavar»..., ruega antes de la catástrofe: la demostración de poderío de Tell termina cuando su tercera flecha da en el ojo izquierdo de la doncella. «Tuerta soy (...) Marchita antes de perfumar. Mi cuenca es una sombra vacía. Gracias al hueso de la órbita que si no me llega la flecha al cerebro».

Jáimez encarna múltiples personajes en un espacio vacío
Jáimez encarna múltiples personajes en un espacio vacíoDiego RadamésEuropa Press

Pobres hijos de pobres

Comienza aquí la tragedia de una mujer que desde este momento se moverá desde el rencor. «Yo pensaba que esto les pasaba a otras. A las pobres hijas de los pobres. Pero no. Me ha tocado a mí. A mí me ha “tocao” la banderilla. A mí sola. Ya está. Tuerta para siempre –continúa–. Si perdono esto, ¿en quién me convierto? Si me quedo así y no hago nada, ¿qué hago yo? Si hago una vida normal y paso página, ¿en qué quedaría lo que me ha “pasao” a mí? ¿Cuánto vale un flechazo en un ojo? ¿Nada vale?». Los antiguos piropos se dan la vuelta: «¡Fea más que fea!», «¡si la hubierais visto antes de lo que le pasó...!», «¡la flor que era Conchita antes del accidente!», «¡no le dio tiempo ni de casarse!», ¡ahora Conchita es de muy mal agüero!»...

La desgracia de la primera protagonista tiene sus ecos cuatro siglos después, en Ronda, en la actualidad, en la piel de una bailarina llamada Lucía. Y sobre ella, igual que le ocurre a Conchita, pulularán todos esos otros personajes que están llamados a «perturbar sus atmósferas», señala Usón de una pieza en la que ha «invocado a las musas» y con la que intenta rendir tributo al propio teatro y al poder del perdón: «Si vivimos pensando que la vida nos debe algo, cuando el amor nos haga señas no las veremos. Tengamos un ojo o los dos».

  • Dónde: Teatro Fernán Gómez, Madrid. Cuándo:hasta el 24 de septiembre. Cuánto:desde 13 euros.