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Historia

La reina Isabel II está loca

Corrían durante 1847 rumores sobre la monarca que la situaban ebria, embarazada o con actitudes fuera de sí, aspectos que en sus circunstancias vitales hasta podrían llegar a ser ciertos

Isabel II, Reina de España
Isabel II, Reina de EspañaSFGPKORPA

Quien crea que Isabel II fue una mala reina por tener amantes o por estar mal casada, que se lo haga mirar por machista. También son dignos de un proceso madurativo los que creen que fracasó porque no dio el poder al partido progresista. Eso queda para los voluntariosos historiadores que construyen discursos políticos de la «España que puedo ser». Aquí se hace historia documentada para adultos, no relatos posmodernos con lo que nos gustaría. El problema de la jovencísima reina fue estar rodeada de políticos irresponsables y egoístas que no creían en el régimen constitucional, sino en el gobierno exclusivo, y que no dudaban en poner en marcha cualquier acto espurio para hacerse con el poder o impedir el del adversario. Hablamos de la España del siglo XIX, pero también puede servir para algunos gobernantes actuales.

El caso es que en 1847 se corrió el rumor de que Isabel II estaba loca. En sus circunstancias hasta podía ser cierto. La declararon mayor de edad en 1843, con 13 años, mientras su madre María Cristina estaba exiliada en París. Su primer gobierno, presidido por Salustiano de Olózaga, duró una semana al ser cesado bajo la acusación de forzar a la reina niña a firmar un decreto de disolución de Cortes. Contrajo matrimonio con su primo Francisco de Asís, duque de Cádiz, en octubre de 1846. La pareja no se conoció hasta entonces, y no congenió. Esas cosas pasan. Ella la tomó con su madre por obligarla al casamiento, y con su hermana por enlazarse al apuesto duque de Montpensier.

Isabel y Francisco rompieron. Él se fue al palacio de El Pardo, y ella se quedó en Madrid. José de Salamanca y Bulwer, el embajador británico, idearon influir en el ánimo de la joven. Pensaron que el general Serrano, entonces progresista, la conquistara, y que dominando la cama regia mandarían sobre la política nacional. Hubo más progresistas en el enjuague. Olózaga, su líder, pidió audiencia para decirle: «S.M. debe tener amantes, y no uno solo. ¿Pues para qué ha hecho Dios esa cara de rosa, y esas hermosas carnes?». Vamos, que a una adolescente consentida le metieron en la cabeza que viviera la vida loca.

Isabel II se desmelenó. Un guardia la encontró una noche en el patio del Palacio Real deambulando, «perdido el tino», escribió Donoso Cortés en una carta a María Cristina. Otro día llegó tarde al circo, y cuando vio salir al público del recinto se puso a gritar. Cuando supo que su madre iba a volver a España se cabreó. Llamó a los ministros y, como buena adolescente, les dijo que su madre era muy mandona y que no permitieran su regreso. Para alimentar el caos, el británico Bulwer le sugirió el divorcio a través de una nulidad matrimonial papal. Fue entonces cuando Isabel II y Serrano se dejaron ver juntos. Aquello fue intolerable a González Bravo y a dos oficiales de la Guardia Real que retaron a duelo al general Serrano.

Presiones y secretos

Salamanca y Bulwer crearon una atmósfera que mantenía a la reina constantemente de fiesta. Se le decía que tenía derecho a ser feliz como mujer. De hecho, cuando Serrano se ausentaba, esos dos personajes introducían en palacio a Julián Romea para cubrir ese vacío amatorio. Muchas noches volvía ebria a palacio. Aquello empezó a pasar factura. Donoso escribió: «Me han dicho personas que la han visto en Aranjuez que está pálida, ojerosa, desmejorada, y hasta fea». María Cristina, asustada, escribió a Francisco de Asís, el marido, para recomponer el matrimonio: «Te lo pido, querido Paquito, ábrele tus brazos, perdona los extravíos de la inexperta y mal aconsejada juventud». Francisco de Asís, un tonto a las tres, contestó: «Con todo sentimiento de mi corazón, hemos escandalizado al mundo», y se puso de perfil.

La presión sobre la reina aumentó. El infante Francisco de Paula, su tío, le dijo en julio de 1847 que era el número 3 de una sociedad secreta que quería matarla con unos polvos que volvían loco a quien los tomara. Isabel II, al oír esto, comenzó a gritar que estaba loca. Serrano se asustó tanto que llamó a un médico. En este sindios, a finales de abril un seguidor de Espartero le disparó en la Puerta del Sol. Inducida por algún malvado, Isabel II creyó que había sido un agente de su madre. Todavía hay más. A finales de agosto de 1847 corrió el rumor de que estaba embarazada, y no de Francisco de Asís. Falsa alarma.

Narváez solucionó esto. En octubre obligó a Salamanca a dimitir como presidente del gobierno por corrupción. Nombrado nuevo presidente, envió a Serrano fuera de Madrid, expulsó a Bulwer, y permitió el regreso de María Cristina. Pero a la reina el año de 1847 le pasó factura siempre. Nada sería limpio ni normal nunca más.