Historia

Roma no paga traidores: el fin de Viriato

Fue el símbolo de la resistencia ibérica y un hombre de prestigio que sufrió la mayor de las deslealtades: los vencedores no obtuvieron la gloria que esperaban y Viriato fue leyenda

Roma no paga traidores: el fin de Viriato
El lienzo «La muerte de Viriato, jefe de los lusitanos», de José de MadrazoMuseo del Prado

«Roma no paga a traidores!», es una frase dedicada a los asesinos de Viriato. Es apócrifa, pero posible. El caudillo ibérico había hecho la vida imposible a las tropas romanas durante catorce años. El cónsul Quinto Servilio Cepio, el último derrotado, no quería un acuerdo de paz, y compró la voluntad de Audax, Ditalco y Minuro para que asesinaran a Viriato. Así ocurrió, pero cuando los tres fueron a por su recompensa, el cónsul renegó del trato, pronunció la frase, y mandó ejecutar al trío asesino. Otros dicen que los mandó a Roma.

La historia de Viriato tiene muchas lagunas. El nombre procede, según Estrabón y Diodoro Sículo, de la palabra «brazalete» en íbero, que era «viria». Era «El portador de brazaletes»; un nombre que seguramente le dieron los romanos. Tampoco se sabe su lugar exacto de nacimiento. Han corrido muchas teorías, como que nació en la Sierra de Estrella, en el sistema Central, en la zonas de Teruel o Valencia, o en el sureste peninsular.

Modesto Lafuente incluyó su historia en la parte dedicada a la «España bajo la República romana». Hablaba de Viriato como un «hombre de complexión recia, de corazón grande, y de un alma elevada» por ser de condición humilde y «pastor de oficio». Lafuente obtuvo este dato de los historiadores romanos Tito Livio y Apiano de Alejandría, que a su vez los tomaron de Posidonio de Apamea y Polibio. Son muchos intermediarios, por lo que todo hay que aceptarlo con reservas.

Parece ser que Viriato, en medio de la pax romana, se integró en las bandas de saqueadores que hacían incursiones en la región de Bética. Hizo una fortuna y tomó por esposa a la hija de otro lusitano adinerado, un tal Astolpas. De la boda se dice que Viriato despreció las riquezas, repartió las viandas entre sus acompañantes, subió la novia a un caballo y se la llevó. No todo fue miel sobre hojuelas porque tanto saqueo hizo que el pretor Servio Sulpicio Galba urdiera una trampa. Prometió el regalo de tierras si dejaban el pillaje. Los íberos aceptaron, y cuando Galba los tuvo reunidos los masacró. Comenzó entonces la guerra. Era el año 151 a.C.

Viriato hacía una «guerra de bandidos», según los romanos, consistente en pequeños ataques a pequeños destacamentos o fuentes de recursos. No ocupaban el territorio, sino que hacían la vida imposible a los romanos. Los hombres reunidos por Viriato iban mal pertrechados para la batalla, pero el botín era repartido de forma equitativa. Esa estrategia le proporcionó muchas victorias. Sorprendió al pretor Vetilio, al que mató. Capturó al pretor Plaucio Hipseo tras derrotarlo en dos ocasiones. Ocupó Segóbriga. Venció al pretor de la Citerior, Claudio Unimano, y se hizo con sus estandartes. Todo un deshonor. En el año 145 a.C. Viriato controlaba casi toda la Hispania Ulterior y el sur de la Citerior. Eso sí. Llegó Fabio Máximo Emiliano, hermano de Escipión Emiliano, y, tras un año estudiando a los íberos, derrotó en varias ocasiones a Viriato, que se retiró del valle del Betis.

El deshonor

La población se cansó del conflicto. Si aquello continuaba era muy probable que perdiera el apoyo popular. Además, los recursos de Roma parecían infinitos. Viriato intentó negociar una paz en 141-140 a. C., y envió a negociar a Audax, Ditalco y Minuro con el cónsul Quinto Servilio Cepión. El romano compró su traición y los tres mataron a Viriato cuando dormía. Los traidores habían nacido en la actual Osuna (Sevilla), y no se tiene más noticias de ellos. La guerra no terminó con el asesinato. Tautalo tomó el mando de las tropas y emprendió una campaña hasta Sagunto, donde fue derrotado. Cepión le persiguió hasta que se rindió tras cruzar el Betis. Entregaron las armas y el romano les concedió tierras. Quinto Servilio Cepión quiso entonces el aplauso del Senado de Roma, pero no lo obtuvo. Los senadores dijeron que la victoria sobre los lusitanos e íberos no era el resultado de las armas, sino de la traición. Había vencido a Viriato comprando a tres de sus hombres. Algo que era considerado un deshonor. En cambio, el caudillo lusitano recibió un funeral multitudinario, propio de un rey. Acudió el ejército y la población. El cadáver fue incinerado en una gran pira, mientras la caballería y la tropa daban vueltas lentamente alrededor del fuego. Los cánticos acompañaron su marcha. Sobre las cenizas rindieron un homenaje póstumo con más de 200 luchas. Nació así la leyenda del héroe traicionado.