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Contracultura

La izquierda se queda sin intelectuales ante el 23-J

El manifiesto de esta semana firmado por personas del mundo de la cultura y el activismo refleja la falta evidente de personalidades con bagaje suficiente para arrogarse la prerrogativa y el sello de «intelectual»

Pepe Viyuela interpreta y produce un montaje en el que se transforma en Don Matteo, un padre que vive con miedo a casi todo
Pepe Viyuela interpreta y produce un montaje en el que se transforma en Don Matteo, un padre que vive con miedo a casi todoVíctor CasadoAgencia EFE

Se hacía público esta semana un manifiesto (uno nuevo, otro más) firmado por personalidades del mundo de la cultura y el activismo, simpatizantes de ese espacio del espectro ideológico que queda a la izquierda del PSOE y preocupados por el actual momento político y social ante las próximas y adelantadas elecciones generales. El manifiesto, abiertamente reñido con las más elementales normas de la gramática castellana, aparecía rubricado por reconocidos abajofirmantes. Destacaban, entre sindicalistas, jubilados y activistas varios, nombres como Carlos Bardem, Juan Diego Botto, Pepe Viyuela, Rozalén, Alberto San Juan o Elizabeth Duval.

No eran pocos los que se preguntaban si era ajustado referirse a estos perfiles como «intelectuales» ni faltaban los chascarrillos ante una supuesta intelectualidad incapaz de escribir correctamente 307 palabras seguidas, como señalaba con sorna el escritor y articulista Alberto Olmos en su columna en Zenda.

Queda muy lejos aquel tiempo en que referirse a intelectuales de izquierdas era hacerlo a pensadores eruditos como Fernando Savater, Félix de Azúa, Félix Ovejero o Francesc de Carreras, muchos de ellos considerados hoy más próximos al conservadurismo, cuando no acusados directamente de fachas, por una nueva izquierda que ha segregado ideal y método pero que se ha apropiado del epígrafe. ¿Qué pasa con la intelectualidad? ¿Y con la intelectualidad de izquierdas? ¿Son estos abajo firmantes, esos y no otros, epítome de la actual izquierda intelectual?

«La expresión intelectual de izquierdas», apunta el filósofo y escritor Manuel Ruiz Zamora, autor de, entre otros, «Sueños de la razón. Ideología y literatura», «se ha convertido en poco menos que una logia, pero ello es porque desde los años 30 del siglo pasado, a partir de la figura fascinante y siniestra de Willy Munzenberg, comprenden la importancia política de sojuzgar a los intelectuales, como hoy día han comprendido que deben hacer con las mujeres, los homosexuales, las minorías raciales, etc. No obstante, ello implica también una desvirtuación radical de la figura del intelectual, que de ser, idealmente, alguien que emplea su capacidad crítica en sentido kantiano, deviene en un “tonto útil” o “compañero de viaje”, poniendo si razón al servicio de su fe”. Lo cierto es que a partir de la caída del muro de Berlín y de la desbandada de intelectuales que se va produciendo desde entonces, la izquierda se queda sin verdaderos intelectuales. Es decir, profesionales del pensamiento con un conocimiento exhaustivo de filosofía, teoría política e historia. Con lo que tiene que resignarse a designar con tal término a personajillos más o menos mediáticos sin ninguna formación reconocida y cuyo único valor es precisamente el ponerse ciegamente al servicio de una ideología. Se produce en tal sentido una simbiosis muy productiva: el cómico, literato o lo que sea se presta a servir de caja de resonancia de unas creencias a cambio de ser retribuido con una consideración que su ínfima calidad intelectuales nunca le otorgaría, al tiempo que, desde el poder, recibe réditos en forma de trabajo, subvenciones, apoyo institucional, etc».

Superioridad moral

Jahel Queralt, profesora de de Filosofía Política en la Universidad Pompeu Fabra y editora junto a Íñigo González de «Razones Públicas», considera que hay un riesgo en el hecho de que los intelectuales se inmiscuyan en cuestiones políticas y este sería «que lo hagan como intelectuales. Es decir, creyendo que sus ideas son mejores solo porque las han pensado más. Basta con asomarse a las páginas más siniestras de nuestra historia para comprobar que este convencimiento es falso. La superioridad moral de cierta izquierda tiene que ver, en parte, con su querencia por la intelectualidad y el aura romántica que la rodea: nuestros argumentos son mejores porque los refrendan los mejores. Lo triste es que ese pedigrí en las ideas tiene a menudo un precio que consiste en distanciarse de los de abajo a los que la izquierda aspira a representar. Una parte de la izquierda prefiere traicionar a un pobre antes que desagradar a un intelectual».

Para el escritor y articulista David Jiménez Torres, autor del libro «La palabra ambigua», en el que aborda precisamente todas las paradojas y contradicciones que se dan, y se han dado a lo largo de la historia, en torno a la palabra «Intelectual», lo más llamativo de todo esto es, sin embargo, que «ha vuelto a ocurrir algo que es un clásico de los manifiestos que llamamos “firmados por intelectuales” y es que, en el propio manifiesto, en ningún momento se hace referencia a los abajo firmantes como intelectuales. Ellos mismos nunca utilizan esa palabra para referirse a sí mismos. Hablan, en este caso concreto, de “personas comprometidas con las ideas, valores y cultura de la izquierda“. Sin embargo, desde el primer momento, tanto el mismo periódico que publica el manifiesto como todos los que se hacen eco de él, hablan de un “manifiesto de intelectuales”. Y toda la conversación sobre el manifiesto se desarrolla alrededor de esa palabra. Unos se preguntan quiénes son estos para llamarse intelectuales, qué arrogancia, qué tontería. Otros, sus simpatizantes, desde el otro lado, celebran que los intelectuales se comprometan con causas de izquierdas».

Intelectuales de izquierdas
Intelectuales de izquierdasJae Tanaka

Un clásico

«Esta paradoja», prosigue, «la que se da cuando en los manifiestos la gente no se refiere a ella misma como intelectual pero luego, en la conversación pública, todo el mundo habla de eso como “manifiestos firmados por intelectuales”, y que, además, todo el debate sea sobre el uso de esa palabra y si tiene sentido o no lo tiene que nos refiramos a estas personas como “intelectuales”, es un clásico. Lleva ocurriendo muchísimo tiempo. Ocurrió ya con los manifiestos publicados en España a propósito de la Primera Guerra Mundial, ocurrió con el manifiesto a favor de los aliados (Francia, Reino Unido, Rusia…). Era un manifiesto que, sencillamente, decía que estaban a favor de los aliados, y, como lo firmaban Ortega y Gasset, Maeztu, Pérez de Ayala, y otros tantos 98 y de la generación del 14, desde el principio todo el mundo hablaba de él como “el manifiesto de los intelectuales”. A pesar de que ellos nunca habían utilizado la palabra. Y se hizo en términos muy parecidos a cómo se está hablando de este último manifiesto. Sobre todo entre los críticos, preguntándose quiénes eran estos “intelectuales” (así, entre comillas) para arrogarse la capacidad de pronunciarse sobre estos temas».

«Así que, lo más interesante del tema», concluye Jiménez Torres, «me parece que es cómo la palabra ambigua golpea de nuevo. Porque, una vez más, aunque cambian muchísimo las circunstancias a las que se responde con este tipo de manifiestos, nos fijamos en esos usos paradójicos de esta palabra tan extraña».