Sección patrocinada por sección patrocinada

Libros

John Irving: «Las políticas sexuales están retrocediendo en todo el mundo»

El novelista norteamericano publica «El último telesilla», todo un alegato hacia la libertad y la tolerancia sexual

Irving reconoce que a partir de ahora sus obras serán más cortas
Irving reconoce que a partir de ahora sus obras serán más cortasIván Giménez

La última novela de John Irving viene envuelta en buenos augurios. «El último telesilla» (Tusquets) es la más larga de su extensa trayectoria, abarca ochenta años de la historia de Estados Unidos, los mismos inviernos que recalan sobre su espalda, y trae consigo los rótulos y titulares que deja la buena crítica. Sus páginas son todo un alegato contra la intransigencia y toda una toma de postura a favor de la tolerancia. La historia de Adam, un niño que se cría en una familia que rompe las convenciones sociales establecidas, se eleva como un oportuno recorrido por el pasado de su país, desde los años cuarenta hasta hoy, desde la Guerra Fría hasta Trump, pero también como todo un alegato hacia la libertad. «No diría que fuera la más reivindicativa a nivel político. Es una novela didáctica más que controvertida. La más polémica continúa siendo “Las normas de la casa de la sidra”», se justifica el escritor, que, aunque en un primer momento parece evadir asuntos espinosos, luego, cuando habla, lo hace con suma claridad y bien alto: «Dejo la impresión de resultar profético dentro de mi obra, pero eso solo es por lo atrasados que estamos en nuestra época en asuntos relacionados con la sexualidad. La política sexual va hacia atrás en todo el mundo, pero de manera especial en EE.UU. La verdad es que EE.UU. es un país tan atrasado en este punto que me hace parecer inteligente, pero en realidad no lo soy. Es el país el que está atrasado y por eso parezco yo el inteligente».

Irving, con el pelo canoso echado hacia atrás, no duda en comentar por qué no se ha avanzado en derechos civiles y todavía se margina a los colectivos que poseen distinta orientación sexual; qué es lo que ha sucedido para que del aperturismo de los años sesenta hayamos llegado a Trump: «No le puedo decir por qué el fascismo está de vuelta en el escenario, pero parece seguro que el fascismo está volviendo. Todos reconocemos que no sería la primera vez que los seres humanos no han aprendido las lecciones de la historia y vuelven a tropezar con la misma piedra, que siguen viviendo de manera inconsciente respecto al pasado y que este vuelve a repetirse».

Irving, con una vitalidad intelectual impropia para su edad, explica que «los Estados Unidos nunca han sido un país completamente unido en realidad. Tuvimos una guerra civil. Si lo analizas bien ves que hoy la polarización en mi país es tan extrema y variada como nunca lo había sido. Ahora recuerdo qué ingenuo era cuando creía que nunca volveríamos a estar tan divididos como en los años de la guerra de Vietnam. Me equivoqué. EE. UU. está más radicalizado hoy que entonces en tantos ejes y temas que no se pueden ni contar».

Sin nombres propios

Irving va más allá de los nombres propios para explicar esta vuelta a la intransigencia de la sociedad norteamericana: «Es fácil señalar con el dedo a un mentiroso tan terrible, a un fraude tan histriónico como el señor Trump, pero no se le debe dar crédito a él, sino a las personas que le apoyan, que están detrás y que existían antes de que él entrara en escena. Esas personas estaban ahí antes de que llegara Trump, que es un demagogo y también un xenófobo. Ahora ellos tienen un portavoz».

La consecuencia para el novelista es evidente: «Es sorprendente, que, de nuevo, las mujeres estén en el punto de mira y que sean tratadas por algunos como si fueran una minoría sexual. No lo son, pero muchas son tratadas así. Ahora colectivos de otras orientaciones sexuales, los hombres y mujeres trans, por ejemplo, están de nuevo en el punto de mira y son criticados por los intolerantes. El odio hacia estas minorías no es nuevo».

El novelista admite que, si se hubiera ceñido a los modelos literarios imperantes en su época, los Hemingway o Fitzgerald que entonces encandilaban a los lectores y llenaban los escaparates de las librerías, esos libros «llenos de neones», en lugar de los que él decidió seguir, como Dickens y Melville, «no habría sido novelista. Me habría convertido en otra cosa. Yo mismo me sorprendo por el éxito que he alcanzado, sobre todo, habiendo seguido un camino distinto, el de los escritores del siglo XIX. Pero después de todo, tampoco lo he hecho tan mal. Esto me ha permitido escribir todos los días. Me veo como un hombre afortunado».