Jonas, la ruta cántabra de la «performance»
La septuagenaria artista neoyorquina, pionera en esta disciplina artística, se presenta en la Fundación Botín de Santander con su última instalación multimedia, «Caudal o río. Vuelo o ruta».
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La septuagenaria artista neoyorquina, pionera en esta disciplina artística, se presenta en la Fundación Botín de Santander con su última instalación multimedia, «Caudal o río. Vuelo o ruta».
Tres semanas de viaje ha necesitado Joan Jonas (Nueva York, 1936) para engancharse del todo a Cantabria. Como es norma en sus trabajos, su mirada se fue hacia lo verde, a la naturaleza. En ella encontró la fuente de la que beber: cuevas paleolíticas y árboles centenarios –«pero también los pueblecitos», apunta la artista–. Las de Altamira y los castaños del valle del Nansa se convirtieron en su maná. Paisaje que ha ido recogiendo en su cámara y en su imaginario, y que le ha servido de base, de fondo, para su última creación, «Caudal o río. Vuelo o ruta». Una instalación multimedia, diseñada en exclusiva para su muestra en la Fundación Botín de Santander, que se convierte en la última pieza de la exposición a la que da nombre y que, a su vez, recoge cinco de las «performances» más relevantes de la estadounidense en los últimos 15 años presentadas, entre otros lugares, en la Documenta de Kassel o la Bienal de Venecia: «Líneas en la arena», «Forma, olor, sensación de las cosas», «Lectura de Dante III», «Reanimación» y «Se acercan a nosotros sin palabras II».
Joan Jonas –que regresa con una exposición propia a España desde la que presentara en el Macba en 2006– vuelve a introducir su ansia creativa en la «compleja» relación naturaleza-ser humano. Esta vez, con el entorno cántabro sumado a sus últimos viajes a lo largo del mundo, como material de las dos proyecciones y los dibujos que componen su nueva obra. No entiende los vídeos como parte de su trabajo, sino como «documentos» para mostrar la realidad. «Ayudan a contextualizar. Mantienen en la “performance” parte de mi lenguaje», apuntó ayer durante la presentación. Muestran un aspecto básico para la artista: el movimiento. «No soy bailarina, pero me gusta coreografiar». Algo que ya hiciera en «Reanimation» (2010-2015), a la que Jonas pone como referencia de su trabajo.
w De ROMA A SINGAPUR
La sala principal del Centro de Exposiciones de la Fundación Botín se tiñe de verde y rojo –por exigencias del guión y en colores que ya utilizaban en las antiguas Grecia y Roma, otra de sus referencias– para convertirse en parte de la obra. En el centro, dos proyectores no descansan. El primero va pasando una serie de imágenes que ponen la mirada en las aves enjauladas de Singapur, el cementerio de Génova, los mosaicos de Venecia y las secuoyas de la costa oeste de EE UU. Además de diferentes especies arbóreas de la región española, que no podían faltar. Frente a esto, un sombrero, unas gafas de sol, un vestido y una chaqueta de papel le bastan a la octogenaria artista para completar su «performance». En la segunda cinta, enfrentada a su compañera de habitación, Jonas pone el acento en el Taller de Artes Plásticas de Villa Iris que acaba de dirigir y plasma un experimento en el que cuatro de sus alumnos interactúan, en forma de sombras –como ya hiciera en Venecia el año pasado–, con los paisajes del valle del Nansa de fondo. «Transmite la sensación de lo que es el valle –dice Jonas– porque a la hora de realizar la instalación me preocupaba cómo se iban a visualizar las diferentes partes en el espacio, ya que hay referencias invisibles».
Rodeándolo todo, y tatuado en los muros de la sala, 14 murales de pájaros, sobre fondo verde en la parte de abajo y sobre un rojo anaranjado en una primera planta que se puede apreciar desde el piso cero. Arriba, 29 dibujos más, esta vez enmarcados y sobre papel japonés, componen el resto de la parte plástica.
Además, el graznido de algunas aves se entremezcla con música para trasladar al visitante al ecosistema Jonas, que, en esta ocasión, toma como otra fuente de inspiración un poema compuesto a partir de fragmentos de «El clásico teatro Noh de Japón», de Ernest Fenollosa y Ezra Pound, que también se puede leer en «Caudal o río. Vuelo o ruta». Y es que el mundo nipón es una referencia constante en la obra de Joan Jonas desde que visitara el país de Extremo Oriente en los setenta: «Al intentar plantearme qué es lo que podía hacer como “performer” me remitía a otra cultura y a sus rituales porque desconocía los que existían en la mía y porque los rituales de otras culturas están más próximos a la naturaleza y más implicados en ella», subrayó la artista neoyorquina. Sin explicar, porque dice que es algo que no va con ella: «Mi trabajo no es interpretar mi propia obra. No me gusta darle un significado único, ni decir el significado de los pájaros. Todo tiene que ver con la naturaleza y con lo que vivimos».
Donde sí se siente cómoda es investigando nuevos hilos de los que tirar. Es por ello que los orígenes de la cultura occidental la llevaron en el 66 a Creta para asistir a una boda tradicional o al sureste de EE UU para contemplar una danza de la serpiente del pueblo Hopi. Viajes incansables de los que ha ido extrayendo no sólo hilos temáticos sino materiales nuevos con los que interactuar en sus «performances».
Sin duda, el vídeo es uno de los aspectos que más han influido a Jonas en su carrera. Su punto de inflexión desde que lo descubriera a principios de los setenta. Dos décadas después comienza una reescenificación de sus «performances» con la inclusión de nuevos objetos y vídeos. Llegando hasta sus primeras instalaciones, hasta la presentada ayer en Santander, marcando así la biografía artística de una creadora considerada pionera en el uso del videoarte.
w revelación y ocultación
Empezó manejando esta técnica como documento de todo aquello que realizaba en su estudio y rápidamente se convirtió en el medio con el que continuar con la temática de revelación y ocultación que ya había abordado años antes con los espejos. Si en «Mirror Check» (1970) uno de estos le valió para seguir ese juego, el vídeo ahora permitía a Joan Jonas hacer desaparecer los cuerpos de los «performancers» en el espacio proyectado o ser ella misma la pantalla.
Vídeos, movimiento, dibujos, naturaleza, música, «performances», rituales... decenas de capas que van componiendo cada instalación multimedia «porque estoy interesada en hacer una cosa compleja», defiende la artista. Sin perder, no obstante, la conexión con la vida cotidiana. Capas que le valen para defender lo que mamó desde pequeña, la naturaleza del ser humano.