Julian Schnabel tutea a Van Gogh
El director presentó en Venecia su fallido filme sobre el pintor protagonizado por Willem Dafoe, mientras que Lászlo Nemes («El hijo de Saúl») regresó con «Sunset».
El director presentó en Venecia su fallido filme sobre el pintor protagonizado por Willem Dafoe, mientras que Lászlo Nemes («El hijo de Saúl») regresó con «Sunset».
Dice Julian Schnabel que la mejor manera de describir una obra de arte es hacer otra. Y aquí estamos, en la Mostra, admirando la supuesta obra de arte que el pintor norteamericano ha hecho sobre la vida de Van Gogh, «At Eternity’s Gate», con Willem Dafoe como protagonista, para ganar el León de Oro. Este crítico se pregunta por qué Schnabel no habrá elegido otro pintor menos pintado por el cine (es un experto: su ópera prima fue «Basquiat»). Así, a bote pronto, se nos ocurren las películas de Minnelli, Altman y Pialat como precedentes. Claro, ninguno de ellos era pintor, y por eso no tenían la suficiente autoridad para hablar del tema. Aunque Schnabel olvida que, mal que le pese, sí eran artistas, aunque dedicados a un arte menor, el cine.
Pincel sobre el lienzo
Si la memoria no nos falla, ninguno de estos cineastas se había atrevido a filmar a Van Gogh pintando. Para ellos, el acto creativo era irrepresentable, algo sagrado, que el cine no puede recrear si no es desde el documental (ahí están Clouzot con Picasso o Erice con Antonio López para demostrarlo). Schnabel opina lo contrario: no solo nos enseña el trazo y el color, la velocidad del pincel sobre el lienzo, sino que intenta evocar las texturas cromáticas de la pintura del malogrado artista holandés. Lo hace tirando de recursos que ya había utilizado en películas anteriores («La escafandra y la mariposa»), especialmente al desenfocar la mitad inferior del encuadre y utilizando una cámara volátil, etérea, a lo Malick. ¿Eso significa que Schnabel está por encima de Van Gogh o que ya era Van Gogh antes de afrontar su biografía? Como admitió en rueda de Prensa, «toda historia es una mentira». Esto es, su Van Gogh es pura ficción.
La película, que se centra en el periodo que abarca desde su estancia en Arlés y sus últimos días en Aubers-sur-Oise, y que pretende ser una experiencia sensorial, apuesta por retratarle como un buen hombre atormentado. Para alguien que fue capaz de cortarse el lóbulo de una oreja en un ataque de ira o de desencanto, la visión benéfica de Schnabel suena a empática hagiografía. Olvídense de la brusquedad, de las aristas del retrato de Pialat. Willem Dafoe lo encarna desde una serenidad resignada que intelectualiza sus pasos por el manicomio y que nunca emana la sensación de peligro, de visceralidad ontológica, que exuda su pintura. De ahí que las escenas más conseguidas de la película sean las más intimistas, las que Van Gogh comparte con su hermano Theo o la reveladora conversación que mantiene con un cura que le da el alta de un sanatorio.
Hablábamos antes de lo irrepresentable. Lászlo Nemes hizo del fuera de campo el leitmotiv de su celebrada ópera prima, «El hijo de Saúl», para dejar claro que el horror del Holocausto solo puede imaginarse. El dispositivo de aquella película se repite, en menor medida, en «Sunset», su esperadísima vuelta al circuito de festivales que lo lanzó a la fama, hasta el punto de que resulta sospechoso si no lo habrá adaptado como marca de fábrica. Con la cámara pegada a su rostro o a su nuca, la protagonista, Irisz Leiter, vaga por su Budapest natal, en 1913, como construyendo un laberinto del que no podrá escapar. Ha llegado a la ciudad para trabajar en la sombrerería que un día fue regentada por sus padres, y muy pronto descubre que tiene un hermano y que probablemente es el líder de una revolución que está a punto de estallar. Irisz no para de moverse, se cruza con decenas de personajes y nunca contesta a las preguntas que se le hacen. Es un personaje de Kafka –tenso, elusivo, perdido en un mundo del que no entiende sus reglas– en los preámbulos de la Primera Guerra Mundial, «ese suicidio de Europa que aún resulta un misterio», afirma Nemes.
Ese misterio, concluimos, tiene que ver con lo que no se puede representar, pero el gravísimo problema de «Sunset» –que no tenían ni «El hijo de Saúl» ni las novelas de Kafka– es que la experiencia, lejos de ser inmersiva, provoca una inmediata desconexión porque se nos obliga a pegarnos a un personaje que no tiene interés dramático. Nemes insiste en la relevancia temática de la película, porque, declara, el infierno que empieza a hervir en Budapest en ese periodo es «el caldo de cultivo de los extremismos que Europa vive en la actualidad». Siendo húngaro, sabe de lo que habla. Otra cosa es que su película sepa llevar a la práctica una reflexión histórica de semejante calibre.