Selvático Animal
Karmento: «Las líneas rojas de un artista son las que él se ponga»
La cantante y compositora albaceteña, adalid del neofolclore, opta por «La serrana» al mejor álbum folclórico en los Premios de la Academia de Música
Carmen Toledo Sánchez, Karmento, albaceteña de 43 años, lleva en el sufrido cuadrilátero de la música desde 2012, tiempo en el que ha pisado mucho escenario español y extranjero y en el que ha parido tres hermosos discos. El último, «La serrana», compuesto de diez canciones que puedes oler y que te traspasan, es un viaje a las raíces en el que utiliza como fuente de inspiración su propia biografía de mujer con las suelas muy gastadas y las de las mujeres del lugar en el que nació, Bogarra, y por el que opta al Mejor Álbum Folclórico en la segunda edición de los Premios de la Academia de Música, los cuales tendrán lugar en Madrid el próximo junio. En lo que hace conviven la canción de autor, la copla, el flamenco, la música étnica… Es, y así la presenta su sello discográfico, una de las más destacadas representantes del neofolclore.
"No escucho reguetón, pero creo que hay que oír a las nuevas generaciones"
¿Se siente identificada con esa etiqueta? «Me gusta la pregunta porque me hace revisar mi propia respuesta –dice–. Creo que ahora mismo, en el contexto de la industria en el que estamos, mi disco “La serrana” encaja en el nuevo folclore porque hay en él un acercamiento a la memoria, la historia y la tradición desde una nueva perspectiva. Detrás está el amor por crear y cultivar la identidad de pueblo, de contar lo universal del mundo más rural. Porque luego resulta que las cosas de la vida le pasan a todo el mundo de la misma forma, aunque cambien un poco los matices y contextos. Una se cree, sobre todo cuando te has ido con 17 años a la gran ciudad, que la mayor parte de lo que eres te lo ha construido tu juventud, pero cuando llegas a la madurez dices: “Ostras, que hay cosas que no he revisado y que vienen de lo más pequeño”, y ese es el reencuentro con las raíces. El folclore –prosigue– es tu casa, tus amigas de la adolescencia, las cosas que se repiten y se hacen universales a través, insisto, de lo pequeño. Y el folclore tiene un halo de pobreza que viene de lo popular y de lo que todo el mundo puede cantar y contar. Por ello, decir que lo que Karmento está aportando con “La serrana” es una mirada nueva, fresca y personal de la tradición y la memoria, creo que es bastante acertado, sí».
Si digo Jarcha, Martirio, Labordeta, Amancio Prada, María del Mar Bonet, ¿estoy diciendo de alguna manera Karmento? «Lo que sí sé es que se me acaba de poner la piel del lomo de punta –expresa de un modo gráfico–. Te debo una caña porque es que has hecho una mención preciosa de… Muy bonito, muy bonito. Me siento muy identificada con esos artistas y esos autores».
Educadora y sexóloga
Pero todo eso confluye, en su caso, en el pop, que lo es todo, desde Julio Iglesias a Bud Bunny, pasando por los Sex Pistols, porque ahí está la conexión con la gente: «Me encanta que lo digas porque yo, desde un principio, siempre he pensado que hago pop. La definición de lo que ha ido más hacia el otro lado –explica– ha venido de un recorrido y de una interpretación del lenguaje social y de la comunicación que estamos observando. Pero me encanta que veas, y lo identifiques, que hago pop. Porque sí, todo viene del pop, es pop. Hay una frase que es “el folk es el nuevo punk”, y a lo mejor nos estamos liando un poquito y, efectivamente, todo es pop. Yo soy hiperpermeable, que creo que es una característica de muchos artistas, y si mañana me voy a vivir a una isla no sé dónde y escucho sonidos con otras fórmulas, los traigo, seguro, a mi música. ¿Y qué hago en mi próximo disco si resulta que las influencias me vienen de Filipinas? Pues hago la obra de Karmento y a quien le guste lo puede situar donde quiera. Lo importante de la música es que te llegue. Ser genuino es uno de los grandes anhelos y aspiraciones del artista».
"Trato de que las cosas no me afecten a pesar de la gran responsabilidad que conllevan"
Karmento es educadora y sexóloga. Le pregunto por la sexualización que se da en el reguetón y el trap, los géneros musicales de moda y que tanto disgusta a las madres: «Cuando escucho una letra, me da igual que vaya de un lado o del otro, que simplifica la realidad de la sexualidad, que es tan compleja y que hay cosas de tanta vulnerabilidad… Es decir, “me gusta mover el culo para que me lo mires”. A ver. Seguramente que me gusta mover el culo para que me lo mires y me palmees, pero detrás de eso hay también una necesidad de que me mires por dentro, de que me reconozcas, de que no me niegues… Hay tanta cosa tan compleja que lo escucho y me pongo nerviosa, ¿sabes? Entonces directamente no lo escucho porque no disfruto de ese tipo de historias. Y también es que a veces me voy de fiesta y me digo: llevo una hora bailando en binario con un pie sobre otro. La simplificación de la música, de la cultura, es lo que me preocupa. La idea de la cultura como producto, venga del reguetón, del trap, de la música comercial… Y cuando escucho una voz en “tune” me pone nerviosa. Escucho un “beat” que se pasa ya de “beat” y digo: aquí se podría poner un bombo bien hecho y unos platillos. Cuando suena mucho a máquina me pongo nerviosa. Pero cuando hay muchas cosas –continúa–, al final esa es una democratización natural y no hay que ponerse a decidir lo que sí y lo que no [está bien] porque la gente es lista y las cosas evolucionan. Estoy segura de que cuando la gente escuchaba “quiero ser una zorra” (“Me gusta ser una zorra”, canción de 1983 del grupo femenino de punk Vulpes) les parecía una barbaridad. Yo no escucho reguetón, no me atrae, pero creo que hay que escuchar a las nuevas generaciones. Algo estarán contando que es interesante y deberíamos tener esa apertura». Y esto nos lleva a la corrección política en el arte.
¿Debe haber líneas rojas? «Las líneas rojas de un artista son las que él se ponga –afirma–. En su obra. Luego, cuando en la música hablamos de producto, seguramente habrá otras líneas rojas que ya son negociaciones entre el artista y las compañías. Es que hay muchas capas en el tema…». En 2023, Karmento fue nombrada Hija Predilecta de Castilla-La Mancha. ¿No supone una gran responsabilidad? Aún es muy joven y parece que tiene la obligación de no decepcionar, si es que tal cosa es posible: «Pues efectivamente. Llega un momento en el que aprendes que hasta a ti misma te vas a decepcionar de vez en cuando, por eso trato de que las cosas importantes no me afecten a pesar de la gran responsabilidad que conllevan», concluye.
Peces de ciudad
Por Javier Menéndez Flores
Había que apretar mucho los dientes y los puños para creérselo, lo de ser artista, digo, que era igual que envasar aire y tratar de despacharlo o, peor aún, lanzarse al vacío con las alas de Ícaro. Pero les presento a la cobarde más audaz del mundo, a la niña que coleccionaba temores profundos y a la que la melancolía convertía en piedra o hielo o figura en pausa. Sucede que cuando el ángel de la creación se planta ante ti, no importa si en forma de brisa o huracán, no queda otra que ponerse a picar y no detenerse hasta ver cómo de la nada surge un templo que no puedes tocar pero que te deja sin aire y con la piel encrespada. Como afilar una inofensiva rama y observar al rato que tienes entre las manos la más letal de las armas.
En Las Tapias, Albacete puro y durísimo, en aquellos solares en los que los militares caminaban desprovistos de uniforme, jugaba esa niña que nunca llevaba la lengua dentro de la boca: deportes, teatro, danza… uf. Aquello era cosa de mamá, tan «azogá» ella que se pensaba que al reloj le faltaban horas y que no estamos en este frenopático para perder el tiempo sino para sacarle todo el jugo. Y de ahí te viene un poco, o un mucho, lo que ahora eres. Pregúntale si no a papá –pajaritos por aquí, pajaritos por allá– por aquella loca bajita que aspiraba a «encanarse» en las nubes y quedarse allí en lo alto para siempre, y por el terror que le producía ese mundo que podía devorarte como un tiburón.
O muéstraselo tú, anda, con una guitarra herida y los ojos cerrados, ahora que, por fin, ha entendido que tu sitio es la cuerda floja que ya te encargas tú de tensar. Y en la recámara de la memoria, como un cartucho de dicha, conviven el fértil folclore de Honduras y la lluvia y la cerveza de Dublín y el disparo de luz en plena cara de Malta, que fue como una revelación con mucho de éxtasis. Pero pocas islas con tantos milagros juntos como Madrid: risas, llantos, amigos al instante, madrugadas, amaneceres, amores, corazones en la UCI y toda la música que te cabía en los bolsillos. Mudanzas y devenires, en fin, léase ser humano.
Y en Bogarra, explosión de infancia en la madurez, está la sierra a la que llegan, cantando alto y claro como aquellos piconeros de la copla –ay, mare–, quienes se buscan en la sangre remota. Y los cuchicheos en las puertas y en los bares y en la plaza son como el siseo de las serpientes, veneno que solo te mata si eres alérgico a los ladridos. Y siempre hay una loca en todo pueblo y padres viejos que pese al peso de los años aún se quieren, y un fuego que por más que se extinga es eterno. Pero esto no son cuentas ni cuentos, tan solo domingos que se justifican a sí mismos torpemente y que se enredan, entre el quiero y el duelo, camino de la Torre de Haches, el mejor sitio para ver fardar a las águilas y a los halcones. Menos mal que corre el agua entre sus manos como el río por tus piernas. Ese río que ha de estar frío como la cerveza porque de lo contrario ni es río ni es na. Somos, Carmen, una especie fascinante luchando hasta el último segundo contra la decadencia y la muerte, simples peces de ciudad que se ahogan en un charco. Ya sabes: El Dorado era un champú...