
Memorias
Sale a la luz la vida más desconocida de Julio Iglesias: del motivo de su boda con Miranda a su inexplicable retiro
En su nuevo libro, "El español que enamoró al mundo", el escritor Ignacio Peyró hace un minucioso retrato del artista y desvela detalles hasta ahora inéditos

¿Somos injustos con Julio Iglesias? Decirlo "equivale a decir que la vida ha sido tacaña con Bill Gates, pero quizá haya que volver a mirarlo para purgar algún complejo de culpa cultural", escribe en su último libro, "El español que enamoró al mundo", en librerías el 24 de febrero.

El autor se acerca a su figura cuando, cruzado el umbral de los ochenta, "puede meditar sobre las providencias de la vida": ha parado un penalti a Di Stéfano, ha sido amigo de los Reagan y los Clinton, ha actuado para Miterrand, cuenta con una estrella en Hollywood y está entre los diez artistas más ricos del mundo y entre los españoles del siglo XX más conocidos internacionalmente, después de Dalí y Picasso. En la última vuelta del camino -dice Peyró en su presentación-, la ironía posmoderna a regalado a Iglesias "su forma suprema de inmortalidad: convertirlo en meme".

Pero hay otro Julio Iglesias, este que ahora desgrana Peyró con prosa exquisita, que aún se desconoce. El hombre que se retiró a las Bahamas cansado de dormir en ciento setenta camas distintas en pocos meses, aunque en su cueva masculina se encontró con los fantasmas propios de la mediana edad. "Los remordimientos -el divorcio, la familia- que le persiguen y le alcanzan. El éxito como adicción y esa sensación de poscoito que lleva consigo el narcisismo satisfecho. Y el tedio de convertirse en un chisme del que se espera siempre lo mismo, la misma sonrisa, el mismo bronceado". Hay éxitos, concluye el autor en uno de sus capítulos, que pueden romper un carácter. "Y el de Julio, a mediados, de los ochenta, estuvo a punto de romperse".
Traición en la bajamar
Cuenta las deslealtades que el artista sufrió en esa bajamar. La de Antonio del Valle, su mayordomo, quien, "al poco de despedirse hacia 1984, engrosó el subgénero clásico de venganzas del servicio" con un libro traidor y "de confianza ultrajada". En él contaba "más anécdotas que categorías", del tipo que si su novia Vaitiare se olvidaba las bragas en cualquier sitio. Más en serio se toma la venganza de Alfredo Fraile en las memorias que publicó en 2014, guiadas por "un ansia de desquite". "Fraile busca, con desesperación, quedar moralmente por encima del otro. Y se ve penalizado por el patetismo de quien reivindica la exclusividad del éxito ajeno".

Después de repasar su trayectoria sentimental, Peyró se detiene en la holandesa Miranda Rijnsburguer, madre de sus cinco hijos menores. La conoció en 1990, cuando ella tenía 24 años. "Él tuvo la corazonada pronto: va a ser mi mujer. Ella no la tuvo, pero a los seis meses se estaba mudando a Miami". Acostumbrada a Vaitiares, Gianninas y a otras muchas que no cita, describe el impacto que tuvo este nuevo amor en la prensa rosa. "No hubo más titis, No hubo más portadas. Fue así de drástico. Si la calma es la acepción más realista de la felicidad, Miranda se la dio".

Esperaron seis años para tener su primer hijo y veinte para casarse. El matrimonio fue una petición que le hizo Eduardo Sánchez Junco, el presidente de "¡Hola!", en su lecho de muerte. "Le pidió que se casara por la Iglesia y que bautizara a sus hijos. Así lo hizo Julio un mes después, en el día más religioso que ha debido de vivir en muchos decenios: boda y bautizos por la mañana y misa de Acción de Gracias por la tarde".
Julio mandó construir una capilla en su finca de la Costa del Sol y el padre Lezama, dueño del grupo hostelero que lleva su nombre, ofició la ceremonia, sin más testigos que Dios y los guardeses.
A veces, a Peyró le tienta pensar que, con Miranda, Julio, más que dar vida a un matrimonio, "hubiese suscrito una póliza de hogar por la cual el lento declive de su virilidad se ha compensado con una vida familiar feliz y cómoda".
El escritor no deja nada en el tintero, ni siquiera su inexplicable retiro, una decisión que podría obedecer a un asunto de vanidad: "A mí no me vais a recordar patético". Tampoco elude su desencuentro con Enrique, el hijo que se le rebeló. "Quizá haya algo más hondo y menos testosterónico, algo relativo a esa urdimbre única que tienen las relaciones entre cada padre y cada hijo".
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