Klaus Mäkelä, enorme talento con presente y futuro en el Festival de Granada
Obras: de Schönberg, Mahler, Stravinski, Debussy y Mozart. Orquesta de París. Soprano: Christiane Karg. Director: Klaus Mäkelä. Palacio de Carlos V. Granada, 29 y 30- VI- 2024.
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Este joven de 28 años, apenas un chaval para lo que es el mundo de los directores de orquesta, se ha convertido, casi de la noche al día, no ya en la gran promesa, sino en una realidad que parece increíble. La música le viene de familia, pues su padre es violonchelista, su madre pianista, su abuelo violinista y su hermana pequeña toca el violín y además baila en el Ballet de la Ópera Nacional de Helsinki. Él estudió violonchelo antes de pasar a la dirección orquestal. En 2018 se convirtió en director del Festival de Música de Turku; en 2020 fue nombrado director principal de la Filarmónica de Oslo y de la Orquesta de París, con la que ha vuelto a Granada tras su éxito en 2021 con la Mahler Chamber Orchestra. Pero no queda aquí la cosa, puesto que próximamente asumirá la titularidad de dos de las más grandes orquestas del mundo: Chicago y Concergebouw. ¿Mucho tomate? Puede ser que sí, pero talento no le falta.
Sorprenden de entrada dos curiosos aspectos: la pajarita grande que lleva, algo infrecuente hoy día y menos en alguien de las nuevas generaciones, y el uso de partitura en el atril. A partir de ahí su mayor característica en todos los sentidos es la energía, energía en sus lecturas y energía en sus gestos, inclinándose, casi arrodillándose, con una mano izquierda que a veces parece llegar hasta la cara de los violines, con una mano derecha muy precisa y unos ojos que no pierden detalle de los músicos, quienes tampoco pierden detalle de sus gestos. Sabe lo que quiere y cómo transmitírselo a la orquesta, una Orquesta de París bastante por debajo de su titular, sobresaliente en las maderas y deficiente en la cuerda, dispuesta por Mäkelä en el escenario como cuarteto.
De las cinco obras abordadas hay que quedarse con la “Noche transfigurada” de Schönberg y el “Preludio a la siesta de un fauno” de Debussy. La primera porque deslumbró desde el pianísismo inicial, casi inaudible, seguido de un forte que indicaría la inclinación por el efecto del director, sin caer nunca en el efectismo caprichoso, arrollando por su expresividad. La segunda, por traer a Granada y sus jardines los perfumes impresionistas de su autor, amén de la notable intervención del flauta solista. El primer día se cerró con una “Cuarta” de Mahler en la que lo más destacado fue su maravilloso tiempo lento, más lento aún en la concentrada lectura de Mäkelä, que supo evitar el edulcoramiento al que otros tienden. Cantó la parte solista la soprano Christiane Karg, solventando las dificultades de su colocación en las alturas con una voz grata y bien proyectada. Aquí sí hubo algo de efectismos, cuando impidió el aplauso del público más de lo necesario al concluir la última nota.
Parece extraño ofrecer el segundo día la “Petrushka” de Stravinski como primera parte y en la segunda el citado Debussy y una sinfonía de Mozart para terminar. Mäkelä no quiso terminar el concierto de la forma peculiar con la que concluye el final del ballet, sino más alegremente y, además, la sinfonía mozartiana elegida lleva el nombre de “París”, muy acorde con la agrupación visitante. No fue un Stravinski para el recuerdo, con más de un desajuste tanto en la cuerda como en los metales, pero sí logró traer la alegría con un Mozart vibrante, lejos de los modos historicistas en boga y más cercano al romanticismo. Dos conciertos que evidenciaron la categoría de un joven con mucho futuro y al que habrá que seguir con orquestas como Chicago y Concertgebouw.