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La Alhambra: 150 años atrapando a la «novia de cristal»

Una muestra en el Arqueológico enfrenta las fotografías de Jean Laurent en el XIX con el trabajo actual, con la misma técnica de placas, del artista «romántico» Fernando Manso
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Una muestra en el Arqueológico enfrenta las fotografías de Jean Laurent en el XIX con el trabajo actual, con la misma técnica de placas, del artista «romántico» Fernando Manso
«Lo que intento enseñar es que no es cuestión de disparar muchas fotos». Fernando Manso, madrileño del 61, se autodefine como «romántico», aunque quizás le cuadraría más la primera acepción de la palabra «reaccionario», siempre y cuando la entendamos en sentido positivo: aquel «que propende a restablecer lo abolido». Y es que Manso cree en los viejos principios de la fotografía como una cualidad más de la mirada y en la mirada como un atributo de la paciencia. Durante todo un año, en un cómputo global de 500 horas, lloviese o cayera fuego, este apasionado del analógico esperó paciente el momento justo para hacer «clic». Y no es que el «retratado» estuviese en movimiento continuo y hubiera que atraparlo al vuelo. La Alhambra lleva ocho siglos ahí. Quizás por eso, por su paciencia infinita y lo curioso de su aparataje –una cámara de placas con su trípode y su funda negra–, Manso despertaba a diario la curiosidad de los grupos de turistas nipones, franceses, rusos o españoles que transitan la Alhambra a razón de una foto –o dos o tres– por sala.
El conjunto nazarí es el octavo monumento más visitado del mundo. El año pasado, acogió a 2.315.017 turistas. Estimando unas 20 fotos de media por visitante –tirando por lo bajo– obtenemos 46.300.340 instantáneas del palacio al año. La inmensa mayoría hechas con iPhone u otros smartphones y con dispositivos digitales. «Es cierto que el mundo digital ha permitido que la fotografía se popularice pero a mí me da pena el ‘‘todo vale’’ que se ha implantado, por eso digo que soy un romántico de la fotografía». Ser un romántico supone trabajar con el instinto. En concreto, durante un año de trabajo, Manso sólo disparó 109 veces. Hagamos cuentas de nuevo: un sólo «clic» cada 5 horas de trabajo. «Apretaba sólo cuando lo sentía y era como un acto de fe porque sólo cuando las revelas ves el resultado». Fue a principios de los 90 cuando Manso, que empezó su carrera en publicidad y moda, comenzó a trabajar con cámara de placas «porque creo en la fotografía como un arte más puro». Se la compró a un japonés que tarda dos meses en confeccionar cada unidad. Le costó unos 15.000 euros de la época (es decir, de antes de los euros). Con ella ha tomado estas «naturalezas muertas» –nunca salen personas en foco– de la Alhambra y, en especial, de sus jardines. Un corpus, una filosofía, que integra la muestra «Una visión inédita de la Alhambra. Jean Laurent / Fernando Manso», abierta en el Museo Arqueológico de Madrid hasta el próximo día 17 de mayo.
Pasión por la España pintoresca
La exposición plantea un diálogo de 150 años entre los trabajos de Manso y las instantáneas pioneras de Jean Laurent. Veintidós obras de pequeño formato hechas con cámara de placas de cristal –inexistentes hoy; Manso trabaja con placas de negativo– del fotógrafo francés abren la muestra. Son una pequeña parte de las más de 400 vistas que el cámara realizó durante su larga estancia en España. Laurent nació y creció en Nevers en la época en que Chateaubriand inauguraba con «El último abencerraje» la larga y fructífera historia de amor entre los viajeros románticos y la España pintoresca del XIX. «Granada es como la novia de cristal de nuestros sueños, todo el que la ve tiene la ilusión de volver a visitarla», escribió el diplomático. De ella se enamoró Laurent cuando ya residía en nuestro país, a caballo entre los 50 y 60 del siglo XIX. Se había establecido por libre en un estudio fotográfico en la Carrera de San Jerónimo, curiosamente al lado de donde había tenido su negocio otro grande del ramo, Charles Clifford. España está entonces más de moda que nunca: en apenas dos décadas, Théophile Gautier publica su «Viaje a España»; el barón Charles Davillier y el dibujante Gustav Doré recorren la Península capturando con palabras y carboncillo todo su tipismo; Logfellow, poeta americano, y Washington Irving se ven las caras en la misma Granada que «embrujó» literalmente al segundo... Merimeé, Victor Hugo, Richard Ford... El avezado Laurent saca rédito de la pasión por España. Su negocio de postales y fotografías de aquel país por descubrir va viento en popa y hasta la sociedad madrileña –del marqués de Salamanca a la mismísima Familia Real– posa ante él. Aquellas instantáneas de la Alhambra, hechas con la tecnología más puntera de la época, inspiran hoy una muestra surgida casi de forma natural: «Yo no hice mis fotos condicionado por nadie –explica Manso–, y sólo hace dos semanas vi en detalle el trabajo de Laurent, pero resulta curioso el diálogo entre el documentalista y el artista, estas dos visiones con 150 años de diferencia».
Arte y documental
En realidad, pocas cosas diferencian ambos trabajos: lo que en Laurent es blanco y negro –más bien sepia– en Manso es color; lo que en el francés es la simple constatación de una joya por entonces, en tiempos preturísticos, más desconocida, en el madrileño es la necesidad de «redescubrirla» tras la cantidad de hojarasca con que la han cubierto la publicidad y el turismo masivos. El paisaje, en cambio, es idéntico, «excepto algunas cosas que han cambiado por motivos de restauración». Ahí están las torres, los arrayanes, las acequias, las perspectivas imposibles hacia el mirador de San Nicolás, las mismas que conoció Ibn Jaldún y cantó Carlos Cano. Quizás por eso María del Mar Villafranca, directora general del Patronato de la Alhambra y el Generalife –adonde viajará con posterioridad la exposición–, considera la obra de Manso «un reto casi imposible»: el de repensar un monumento tan fotografiado, soñado y connotado. Manso, «prácticamente un hijo de la Alhambra», señala Villafranca, ha llevado al Arqueológico un total de 35 fotografías de gran formato (200x150 cm y 120x150 cm) montadas sobre dibón de aluminio. Forman parte de una apuesta del museo por confrontar en diversas exposiciones el legado del pasado con el arte contemporáneo, aunque sea una contemporaneidad tan «reaccionaria» –de nuevo en el buen sentido– como la de Manso, un artista que, dice, a través de su peculiar cámara, «pinta con la luz».

De Sorolla a Matisse

Antes y después de que la fotografía popularizase el característico «skyline» de la Alhambra, sus salones y sus recovecos, gracias al trabajo de pioneros como Jean Laurent o el británico Charles Clifford, han sido legión los pintores que han encontrado inspiración en el emblemático monumento granadino. Mariano Fortuny encontró en el palacio aquella veta orientalista que jalona toda su obra. Su hijo, el también genial Mariano Fortuny y Madrazo, nació en la ciudad andaluza. Para Matisse, los contornos muelles de este complejo de ensueño inspiraron el atrezzo de sus famosas odaliscas. Joaquín Sorolla, maestro de la pintura al aire libre, practicó una devoción absoluta hacia los jardines, las fuentes y el arbolado de la Alhambra. También John Singer Sargent como, posteriormente, Santiago Rusiñol, investigó en sus cuadros sobre la luz y las sombras de un monumento representado exhaustivamente (pero nunca hasta la saciedad).

La puerta que abre la polémica

A principios de 2016 la fisonomía habitual de la Alhambra experimentará un cambio que ha levantado al mismo tiempo pasiones y críticas. En esa fecha comenzará a construirse el nuevo pabelló de acceso al conjunto monumental. El proyecto del arquitecto portugués Álvaro Siza (Premio Pritzker 1992) para la Puerta Nueva se hizo en 2010 con el concurso de ideas convocado por la Junta de Andalucía. Se prevé un plazo de ejecución de cinco años y un presupuesto de 46 millones. Siza (en la imagen) se manifiesta «fascinado» por la Alhambra y entregado en «cuerpo y alma» a esta obra.
-Cuándo: del 17 de marzo al 17 de mayo.
-Dónde: Museo Arqueológico de Madrid (c/Serrano, 3).
-Cuánto: entrada general: 3 euros. Gratis sábados tarde y domingo mañana.

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