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Premios Goya

La ceremonia eterna: otro déja vu

La realizadora Arantxa Echevarria tras recibir el premio a "Mejor dirección novel"por su película "Carmén y Lola"
La realizadora Arantxa Echevarria tras recibir el premio a "Mejor dirección novel"por su película "Carmén y Lola"larazonfreemarker.core.DefaultToExpression$EmptyStringAndSequenceAndHash@230fa56a

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ás que una alfombra la gala de los Goya en Sevilla parecía un fotocall interminable, una pasarela roja (sic) de 75 metros donde exhibir la moda prestada que lucen una vez al año los titiriteros progres de nuestro cine. A menudo se repite el tópico de «La gran “siesta” del cine español», pues solo pronunciarlo el público comienza a bostezar, mucho antes de que se inicie el desfile de los abanicos rojos (sic) contra la violencia machista.

V

iendo el despliegue de vestidos fastuosos, incluso los chicos han decidido no ir de trapillo sino lucir lujosos trajes de fantasía petarda, otro gallo cantaría si fueran los modistos quienes dirigieran el cine español. Al menos harían pelis elegantes. Porque en esta gala de la marmota, ¡aaaahhh!, vuelven los abanicos reivindicativos de la progresía femenil. Vuelven los presentadores catalanes y su cansino sentido del humor y vuelve el discurso dominante de izquierdas, un castigo que ni el chantaje de las cuantiosas subvenciones públicas logra detener. Antes de empezar, Buenafuente anuncia que la ceremonia sería «emocionante y divertida». ¡Dios te oiga, Buenafuente! Pero no, vuelve a ser un pestiño izquierdoso insufrible. Hay que reconocer que escoger a Buenafuente y a su mujer (los Iglesias del independentismo) para presentar la gala en Sevilla ha sido todo un gesto, después de llamar cerdos a los andaluces que votaron a Vox. Presagio de lo que ocurría en la gala: saludos a amiguetes de esa gran familia del cine español, chistes malos sobre la derecha, toques cariñosos a Echenique, al Puigdemont lazi, al empoderamiento femenino y contra el 155. Y un toquecito cariñoso al okupa de la Moncloa, el Falcon y su perro. La politización de la ceremonia y del cine en sí resulta imprescindible para asustar y seguir viviendo de las subvenciones. La primera femiarenga surgió de la actriz revelación, Eva Llorach, que soñaba con hacerse un Frances McDormand poniendo a las mujeres en pie, comenzando por Penélope Cruz. Menos mal que se cortó rápido el jápenin y pasamos al homenaje a Chicho Ibáñez Serrador, presentado por ocho directores del mejor cine español: el de terror. Ahora sí todo el público se puso de pie para aplaudir al ausente Chicho. Puro trámite. La emoción que faltó en el homenaje se suplió con el premio al actor revelación al entrañable Marín de «Campeones», Jesús Vidal, el único agradecimiento que no se hizo largo. «Señoras y señores de la Academia –dijo– han distinguido a un actor con discapacidad. No saben lo que han hecho. Me vienen a la cabeza inclusión, diversidad, visibilidad. ¡Qué emoción, muchísimas gracias!». Toda una lección de verdadero respeto a la diferencia gracias a un intérprete con la carrera de Filología, que pese a su diez por ciento de visión ama el cine y quiere ser dirigido por Lars von Trier. Hasta ese momento, la gala prosiguió con el tono anodino cuando no vulgar de siempre, excepto la cautivadora interpretación de Rosalía cantando «Me quedo contigo», el frío homenaje a Chicho y los agradecimientos de Jesús Vidal.