La crisis de los refugiados desde la mirada de un niño
Katherine Marsh presenta "Un lugar en el mundo", una novela en la que recupera la historia de Albert Jonnart, un belga que salvó de los nazis a un adolescente judío, y narra las peripecias de un adolescente sirio en Bélgica
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Katherine Marsh presenta "Un lugar en el mundo", una novela que compara el Holocausto con la actual crisis migratoria
En julio de 2015, la autora estadounidense Katherine Marsh se trasladó con su familia a Bruselas. Ese mismo año, 2.650 personas pidieron asilo en Bélgica, de las cuales el 15 por ciento eran niños y niñas menores de 14 años. La periodista y escritora se instaló con su esposo y sus dos hijos en una casona antigua de la Avenue Albert Jonnart de Bruselas. Allí descubrió la historia del abogado belga que da nombre a la calle y que durante la Segunda Guerra Mundial ayudó a evitar que cientos de judíos fueran trasladados a los campos de trabajo alemanes. Además, Jonnart escondió en su casa a un joven judío alemán llamado Ralph Mayer para salvarlo de la persecución nazi.
Cuando Marsh, ya empapada de la historia de Jonnart, descubrió una bodega en el sótano de su casa, se dijo a sí misma que sería un lugar ideal para esconder a alguien. De la unión de esas ideas con el panorama de la crisis de los refugiados, que formaba parte del día a día de su familia en Bruselas, nació “Un lugar en el mundo” (Planeta). La novela narra la historia de Ahmed, un joven sirio que viaja desde Alepo hasta Europa con su padre, pero que finalmente llega solo a Bélgica y encuentra en la bodega de una casa el refugio perfecto. Allí vive una familia estadounidense que, como la de Marsh, acaba de trasladarse a Bruselas. El hijo menor, Max, descubre una noche el escondite de Ahmed y, en lugar de avisar a sus padres, decide ayudarle.
La novela es un homenaje a la olvidada figura de Jonnart, ya que recupera muchos detalles que le contó a la autora la nieta del propio abogado, que falleció en la cárcel después de que la Gestapo descubriera que había escondido a Ralph por culpa de un vecino. La casa y el colegio al que asiste Max son los mismos en los que vivió la familia de Marsh y donde estudiaron sus hijos. Pero no solo de su experiencia en Bélgica bebe la narración, sino también de la historia de la familia de la autora, ya que tres de sus abuelos emigraron de Europa a Estados Unidos.
“Crecí en el hogar de uno de mis abuelos inmigrantes, mi abuela materna, Natalia. Cuando nos mudamos a Europa, mi familia y yo nos encontramos inmersos en la experiencia de ser extranjeros y ante el reto de la asimilación de una cultura diferente, lo que me llevó a reflexionar bastante sobre la vida de mi abuela como inmigrante. No fue difícil dar el salto emocional para considerar el sufrimiento de los millones de refugiados que llegan a Europa cada año”, explica Marsh.
“Un lugar en el mundo” está narrado desde el punto de vista de los niños, por lo que permite contrastar su modo de entender la realidad con el de los adultos. Mientras a su alrededor todos muestran miedo y rechazo ante los refugiados, a los que no tardan en tildar de posibles terroristas, Max encuentra a un amigo inteligente y sensible en el joven musulmán que se esconde en su bodega. “Los niños tienen una manera maravillosa de llegar al corazón del asunto. Tienen una claridad moral que los adultos muchas veces eliminan al intelectualizar sus decisiones, así como una gran capacidad de esperanza. Elegí protagonistas que son niños para animar a los lectores de todas las edades a ser más abiertos y a involucrarse más en términos morales”, asegura la autora.
Invitar a los lectores a plantearse la moralidad de la actual crisis de los refugiados es para ella lo esencial de la novela. “Durante el transcurso del próximo siglo, las fuerzas económicas, el cambio climático y las guerras y el conflicto seguirán desplazando a millones de personas. 'Un lugar en el mundo' es una historia sobre nuestra obligación moral ante estos refugiados, especialmente aquellos que por su religión y raza son vistos como 'outsiders' con mayor facilidad", afirma.
Por eso mismo equipara hasta cierto punto lo que estamos viviendo ahora con la horrible realidad del exterminio nazi. “El Holocausto es uno de los ejemplos modernos más poderosos de cómo el odio y el medio al “otro” pueden llevar a la deshumanización y a la violencia aprobada por el Estado”, explica Marsh, y añade: “Tanto en América como en Europa, la extrema derecha ha reavivado el miedo y la tendencia a estereotipar a los refugiados musulmanes de una manera peligrosamente parecida al Holocausto”.
No es difícil adivinar a quién se refiere cuando habla de esas tendencias radicales en Estados Unidos. ¿Qué opinión tiene del muro que Donald Trump insiste en construir y que parece ir contra los ideales sobre los que se creó su país? “Definitivamente va en contra de nuestros valores como país, aunque, tristemente, no contradice nuestra historia. Mi abuela ucraniana, de hecho, entró a Estados Unidos por México en 1928 como manera de evadir la ley de inmigración de 1924 que estableció cuotas para los inmigrantes de nacionalidades “menos deseables”, incluidas las del Este de Europa”, explica la autora.
“Por tanto, me opongo firmemente a las políticas antiinmigración del gobierno de Trump. Habiendo dicho esto, creo que hacemos un flaco favor a quienes apoyan a los inmigrantes y la inmigración al no hablar abiertamente y con honestidad sobre los retos de integrar a las personas en la sociedad y compartir los recursos. El problema es que Trump no está invitando al diálogo. Está ignorando hechos, aireando resentimientos y negándose a escuchar a las personas que se encuentran del otro lado del asunto o que buscan un punto de encuentro", concluye.
Sin embargo, y como los protagonistas de su novela, Marsh no pierde la esperanza. “Así como la Historia nos ofrece narrativas que deben servir de advertencia, también nos ofrece buenos modelos a seguir. Albert Jonnart fue uno de ellos, una persona que tenía poco en común con el adolescente alemán y judío al que salvó, y al que, sin embargo, veía como un ser humano igual que él”, afirma, y añade: “La identidad de Jonnart estaba arraigada en su nacionalidad belga y en su catolicismo, pero no era un hombre tribal, con lo que quiero decir que valoraba las vidas de los “otros” tanto como la suya propia. Esta es la definición de la compasión, el ser capaz de dar el salto imaginario fuera de los límites de tu propia experiencia”.