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La obra de arte que se quedó reducida a un charco

El artista danés Olafur Eliasson ha querido remover las conciencias de los londinenses con la instalación de una de sus obras señeras: «Ice Watch» («Reloj de hielo»)
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  • Pedro Alberto Cruz Sánchez

    Pedro Alberto Cruz Sánchez

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El artista danés Olafur Eliasson ha querido remover las conciencias de los londinenses con la instalación de una de sus obras señeras: «Ice Watch» («Reloj de hielo»).
Coincidiendo con la Cumbre del Clima que se celebra en Polonia, el artista danés Olafur Eliasson ha querido remover las conciencias de los londinenses con la instalación de una de sus obras señeras: «Ice Watch» («Reloj de hielo»), una instalación pública de Eliasson ha aterrizado en dos lugares emblemáticos de la capital inglesa: Bankside, entre la orilla del Támesis y la Tate Modern; y en el exterior del Bloomberg’s HQ, en la City. La obra se compone de 24 bloques de hielo ordenados circularmente, en la primera de las sedes, y de seis más en la segunda. No es difícil inferir el efecto de concienciación buscado por el artista: la celeridad con la que las masas heladas se derriten alertan de que el reloj del cambio climático corre catastróficamente contra los intereses del planeta y amenaza con devastar la vida tal y como la conocemos.
Además, para otorgar una mayor dimensión simbólica y dramática a las piezas, Eliasson ha extraído los bloques de hielo del fiordo Nuup Kangerlua, y, más concretamente, de aquellos cuerpos a la deriva que se han separado de la lámina de hielo como consecuencia del calentamiento global. La estrategia es cuanto menos de una frontalidad conmovedora: Eliasson no «representa» nada; se limita a «presentar» fragmentos de una naturaleza malherida y a poner ante los ojos del ciudadano ensimismado en la burbuja de la gran urbe el proceso traumático de desaparición que diariamente sucede de manera masiva, sin que lleguemos a percatarnos de ello.
No es la primera vez que Londres recibe una gran instalación en la que se denuncia las consecuencias del deshielo. En 2005, Rachel Whiteread invadió la monumental Sala de Turbinas de la Tate con decenas de cajas blancas que, yuxtapuestas para conseguir la forma de glaciares, simulaban un impresionante paisaje ártico. Pero, claro está, el mensaje medioambiental lanzado por la artista británica chocaba con el hecho de que tales cajas estaban realizadas con polietileno, un material altamente contaminante. Paradojas del activismo artístico. En esta ocasión, Olafur Eliasson han vencido a cualquier amenaza de contradicción y ha entregado una obra que prescinde de alambicados ejercicios discursivos y va al grano: o actuamos ya
o la fiesta se acaba. Siguiendo la tradición del arte procesual, Eliasson vincula además el destino del arte al de la tierra:
la obsesión enfermiza del artista por conseguir obras inmortales y que perduren en el tiempo entra en conflicto con la agonía de una Tierra a la que, si no se actúa de inmediato, le quedan cuatro días. He aquí la paradoja: hacer arte para una eternidad que, hoy más que nunca, está seriamente amenazada.